SISTEMA ELECTORAL

El onegeísmo o el paraíso instrumental

La decisión de Scioli de no participar en Argentina Debate hizo descubrir a la oposición las virtudes del debate televisivo y, sobre todo, el cataclismo cívico que significaría eludirlo.

Sebastián Fernández

“No es el voto electrónico, es la política”
Carolina Ortega

 
Hace unos días, Daniel Scioli anunció que no participaría en el debate televisivo junto a los otros candidatos. La decisión -comprensible en quién lidera las encuestas- desató un nuevo escándalo mediático que reemplazó al referido a las elecciones tucumanas y a la denuncia de fraude preparado por el gobierno para las elecciones de octubre.

La resolución del candidato del FpV hizo descubrir a la oposición las virtudes del debate televisivo y, sobre todo, el cataclismo cívico que significaría eludirlo. Ernesto Sanz, el hombre que quería ser presidente, opinó que quién rehúye un debate “no está capacitado para enfrentar al narcotráfico y la corrupción”, flagelos a los que, al parecer, se los enfrenta debatiendo. Algunos columnistas se enojaron por “privar a la ciudadanía del derecho a conocer las propuestas de cada candidato”, como si escuchar los discursos o leer sus plataformas no fuera más útil, en ese sentido, que seguir una discusión televisiva siempre más generosa en chicanas que en definiciones programáticas.

Pero lo más asombroso fue ver cómo se pasaba con similar indignación de la denuncia de un hecho gravísimo, como lo es un fraude, a uno casi intrascendente, como la no participación en un debate en la televisión.

Esa falta de modulación es coherente con el análisis opositor sobre la herencia kirchnerista, que suele ser tan apocalíptico como nimias son las soluciones propuestas para remediarlo. Así, un gobierno que no habría dudado en asesinar a un fiscal, en distribuir armas entre sus militantes, en usar las FFAA u organizar un fraude masivo o un autogolpe (o ambas cosas a la vez) para retener el poder, podría ser frenado con debates televisivos, conferencias de prensa, boleta electrónica o cualquiera otra iniciativa pintoresca apoyada por alguna ONG ciudadana.

El problema para quien pretende gobernar es que el onegeísmo comete el mismo error que Federico Pinedo le achaca al antiperonismo, es monocausal: nuestros problemas estarían determinados por una falencia en particular que se resolvería mágicamente si lográramos implementar una nueva y virtuosa herramienta.

De esa manera, el onegeísmo elude la complejidad del debate político y lo reemplaza por uno instrumental. Para eliminar la pobreza, por ejemplo, alcanzaría con reducir los derechos de los pobres, como proponen los entusiastas de la Ley del Buen Samaritano y para aportar “la respetuosa discusión de ideas” a nuestra política alcanzaría con seguir las propuestas de la Argentine Debating Association.

El paraíso instrumental se presenta, además, sin los vicios de la política. No hay ambiciones personales ni conflictos de interés, y los recursos son siempre virtuosos aunque provengan, por ejemplo, de fondos de inversión en conflicto abierto con el Estado. No hay otro objetivo más que la voluntad de hacer el Bien.

Pero si la política es, efectivamente, lo contrario del onegeísmo, lo es por otras razones, menos candorosas: compleja, requiere de trabajo en el territorio, de campañas, entusiasmo, militancia, burocracia y una negociación permanente entre recursos limitados y expectativas crecientes. Administra derechos, no caridad disfrazada de solidaridad.

Como señala Carolina Ortega refiriéndose a la nueva panacea del voto electrónico: “¿Estamos dispuestos a entregar el control de nuestros votos a una empresa privada de la cual desconocemos quiénes son sus dueños, intereses y accionistas?”. El paraíso instrumental que nos propone el onegeísmo es otro de los tantos atajos que seducen a quienes desconfían de la política tradicional y, en el fondo, de las mayorías.

Como ocurrió con quienes candorosamente apostaron a reemplazar el territorio por los medios de comunicación y la lenta construcción partidaria por veloces consignas de ONG (desde Chacho Álvarez a Pino Solanas, pasando por la Mentalista Carrió) quién busca atajos en política suele encontrar laberintos.

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