- Opinion
- 27.10.2015
BALOTAJE
Se quemaron los papeles
La Argentina no sólo es el calvario de los encuestadores, también es el infierno de los politólogos y el domingo pasado se les quemaron los papeles.
“Pero lo que el macrismo principalmente representa es una nueva configuración del lenguaje político, lenguaje que nace del segregado por los medios de comunicación y el marketing político, un lenguaje que excluye la historia, el conflicto, la idea de la existencia de intereses sociales, una lengua capaz de utilizar las tradiciones políticas estéticamente, solo como accesorios vintage y que ha demostrado una vez más su amplia capacidad de articularse con las sensibilidades actuales.”
Alejandro Montalbán
El 19 de julio Horacito Rodríguez Larreta se impuso en la segunda vuelta de las elecciones porteñas al challenger Martín Lousteau por tres puntos. El resultado, lejos de las expectativas del PRO y de los resultados electorales de Mauricio Macri en el distrito, anunciaba un futuro difícil en las elecciones presidenciales. Tres meses más tarde, luego de unas PASO que no conformaron las expectativas de ninguno de los dos rivales principales, el PRO acaba de ganar la gobernación de Buenos Aires y Macri está en una situación inesperadamente buena para enfrentar el balotaje por la presidencia a tan sólo dos puntos de Daniel Scioli, quien no logró superar la tan esperada barra del 40% de los votos.
La Argentina no sólo es el calvario de los encuestadores, también es el infierno de los politólogos y el domingo pasado se les quemaron los papeles.
Pero vayamos un poco atrás. Macri pasó de una oposición maniquea, en consonancia con el fastidio de las clases medias y altas hacia el kirchnerismo, a una más constructiva, lo que lo llevó a anunciar la voluntad de mantener las grandes iniciativas del período, desde la AUH, hasta el fin de las AFJP o el control estatal de YPF e incluso de Aerolíneas Argentinas. Iniciativas que el PRO había combatido argumentando, entre otras cosas, que generaban confrontación, pero que hoy siente en consonancia con el sentido común mayoritario. La inauguración del monumento a Perón en la CABA fue la concreción de esa estrategia electoral. Algo así como “el Tirano Prófugo seguirá pero mejor administrado”.
Por su lado, el FPV decidió dar la batalla no con un candidato paladar negro sino con el más mesurado y el que mejor medía en las encuestas. Así como Macri percibió que debía modificar su estrategia electoral hacia un cambio con continuidad, por llamarlo de alguna manera, el FPV percibió que debía ofrecer un cambio en la continuidad. Scioli, un kirchnerista de la primera hora pero con estilo propio, podía responder a esa expectativa. Ese estilo que incluye la voluntad explícita de “dialogar y encontrar soluciones” por encima del debate ideológico tan propio al kirchnerismo, podía articularse con las sensibilidades actuales que menciona el amigo Alejandro Montalbán y que con talento el PRO ha logrado reflejar.
Pero así como Macri tuvo que tranquilizar a sus seguidores más tenaces, Scioli también tuvo que asegurar al kirchnerismo emocional, algo escéptico, que seguiría en la línea de CFK para garantizar su apoyo antes de salir a pescar fuera del estanque. El resultado de las PASO, sin ser el esperado, aportó un piso razonable para crecer. La primera vuelta, al contrario, lo dejó casi sin aire.
Creo que el PRO logró proponer algo tan indefinido como un cambio tranquilo, cercano a “lo mismo pero mejor”, que logró seducir a gran escala.
Es por eso que la campaña oficialista no debería insistir en “la vuelta a los 90” a la que nos condenaría Macri, aunque políticamente haya consistencia en esa acusación, ni en otras calamidades inminentes. Debe centrarse en las grandes iniciativas que se llevaron a cabo (y que requieren de alguien detrás para mantenerlas ya que no hay inercia en política) y sobre todo en lo que vendrá. No se trata de proyectos y cifras sino de lo que faltó en esta campaña y sí hubo en la del 2011: un mensaje claro y una mística.
Scioli debe enamorar, no denunciar. Ya quedó claro que se inscribe en la continuidad de estos doce años, ahora, como escribió otro amigo: “paradójicamente, al hombre que se ataba la mano al volante de la lancha para conducirla firmemente, le pedimos que legitime su liderazgo y que nos muestre el camino del cambio”.
Alejandro Montalbán
El 19 de julio Horacito Rodríguez Larreta se impuso en la segunda vuelta de las elecciones porteñas al challenger Martín Lousteau por tres puntos. El resultado, lejos de las expectativas del PRO y de los resultados electorales de Mauricio Macri en el distrito, anunciaba un futuro difícil en las elecciones presidenciales. Tres meses más tarde, luego de unas PASO que no conformaron las expectativas de ninguno de los dos rivales principales, el PRO acaba de ganar la gobernación de Buenos Aires y Macri está en una situación inesperadamente buena para enfrentar el balotaje por la presidencia a tan sólo dos puntos de Daniel Scioli, quien no logró superar la tan esperada barra del 40% de los votos.
La Argentina no sólo es el calvario de los encuestadores, también es el infierno de los politólogos y el domingo pasado se les quemaron los papeles.
Pero vayamos un poco atrás. Macri pasó de una oposición maniquea, en consonancia con el fastidio de las clases medias y altas hacia el kirchnerismo, a una más constructiva, lo que lo llevó a anunciar la voluntad de mantener las grandes iniciativas del período, desde la AUH, hasta el fin de las AFJP o el control estatal de YPF e incluso de Aerolíneas Argentinas. Iniciativas que el PRO había combatido argumentando, entre otras cosas, que generaban confrontación, pero que hoy siente en consonancia con el sentido común mayoritario. La inauguración del monumento a Perón en la CABA fue la concreción de esa estrategia electoral. Algo así como “el Tirano Prófugo seguirá pero mejor administrado”.
Por su lado, el FPV decidió dar la batalla no con un candidato paladar negro sino con el más mesurado y el que mejor medía en las encuestas. Así como Macri percibió que debía modificar su estrategia electoral hacia un cambio con continuidad, por llamarlo de alguna manera, el FPV percibió que debía ofrecer un cambio en la continuidad. Scioli, un kirchnerista de la primera hora pero con estilo propio, podía responder a esa expectativa. Ese estilo que incluye la voluntad explícita de “dialogar y encontrar soluciones” por encima del debate ideológico tan propio al kirchnerismo, podía articularse con las sensibilidades actuales que menciona el amigo Alejandro Montalbán y que con talento el PRO ha logrado reflejar.
Pero así como Macri tuvo que tranquilizar a sus seguidores más tenaces, Scioli también tuvo que asegurar al kirchnerismo emocional, algo escéptico, que seguiría en la línea de CFK para garantizar su apoyo antes de salir a pescar fuera del estanque. El resultado de las PASO, sin ser el esperado, aportó un piso razonable para crecer. La primera vuelta, al contrario, lo dejó casi sin aire.
Es difícil entender qué cambió entre esas dos instancias para justificar la derrota oficialista en los más variados distritos, el amplio triunfo de María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires y el impulso que recibió Macri. La candidatura de Aníbal Fernández no logró entusiasmar y hubo probablemente pase de facturas internas. Pero con esas explicaciones no alcanza.La campaña oficialista no debería insistir en “la vuelta a los 90” a la que nos condenaría Macri, aunque políticamente haya consistencia en esa acusación, ni en otras calamidades inminentes.
Creo que el PRO logró proponer algo tan indefinido como un cambio tranquilo, cercano a “lo mismo pero mejor”, que logró seducir a gran escala.
Es por eso que la campaña oficialista no debería insistir en “la vuelta a los 90” a la que nos condenaría Macri, aunque políticamente haya consistencia en esa acusación, ni en otras calamidades inminentes. Debe centrarse en las grandes iniciativas que se llevaron a cabo (y que requieren de alguien detrás para mantenerlas ya que no hay inercia en política) y sobre todo en lo que vendrá. No se trata de proyectos y cifras sino de lo que faltó en esta campaña y sí hubo en la del 2011: un mensaje claro y una mística.
Scioli debe enamorar, no denunciar. Ya quedó claro que se inscribe en la continuidad de estos doce años, ahora, como escribió otro amigo: “paradójicamente, al hombre que se ataba la mano al volante de la lancha para conducirla firmemente, le pedimos que legitime su liderazgo y que nos muestre el camino del cambio”.
- AUTOR
- Sebastián Fernández
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