BALOTAJE

El día después

Mauricio Macri agradeció a sus votantes por haber logrado lo que parecía imposible. Es sin duda una afirmación en la que muchos coincidimos.

Sebastián Fernández
- Dime, "joven del futuro", ¿quién es el Presidente de los EE. UU. en 1985?
- Ronald Reagan.
- ¿Ronald Reagan el actor? ¿Y quién es el Vicepresidente? ¿Jerry Lewis?
 
Volver al futuro (Robert Zemeckis, 1985)
 
En el primer discurso que dio apenas confirmó su victoria en las presidenciales, Mauricio Macri agradeció a sus votantes por haber logrado lo que parecía imposible.  Es sin duda una afirmación en la que muchos coincidimos. Aún después de la ducha fría de la primera vuelta, algunos nos aferramos a la idea que, más allá de las virtudes del oficialismo, había una imposibilidad manifiesta en esa candidatura que generaba entre sus adversarios más condescendencia que temor (si nos hubieran dicho hace algunos años que Macri sería nuestro presidente hubiéramos reaccionado con la sorpresa del Doc Brown). No es la única certeza que se evaporó en este año generoso en asombros, también una candidata casi ignota en el distrito ganó el histórico bastión peronista de la provincia de Buenos Aires.

Macri tuvo un éxito contundente ahí donde el resto de la oposición sólo logró victorias efímeras. Como escribí en esta misma columna hace un tiempo: El PRO es la construcción conservadora más exitosa de los últimos años porque, a diferencia de los intentos anteriores, logró dejar de lado un tenaz antiperonismo. Eso le permitió construir un partido coherente en sus diferencias, desde un político pragmático como Marcos Peña a un experto en rosca como Cristian Ritondo, pasando por una pasionaria religiosa como Gabriela Michetti o un conservador lúcido como Federico Pinedo. Todos bajo su liderazgo indiscutido.

Empieza así una etapa inesperada y concluye otra, que también lo fue. La utilización del balotaje por primera vez y el estrecho margen del resultado ilustran las dudas del electorado entre el cambio y la continuidad.

Mauricio Macri fue capaz de construir un partido coherente en sus diferencias, desde un político pragmático como Marcos Peña a un experto en rosca como Ritondo, pasando por una pasionaria religiosa como Michetti o un conservador lúcido como Pinedo. Todos bajo su liderazgo indiscutido.


Con el diario del lunes es todo muy claro pero lamentablemente las elecciones son los domingos. Ya habrá tiempo de analizar errores, lecturas erradas y otras calamidades del oficialismo derrotado y aciertos de los ganadores.

Hoy no sabemos lo que vendrá aunque podemos sospechar que el gobierno de Macri no podrá calmar las expectativas de energúmenos como José Luis Espert o el editorialista de La Nación quienes transitaron en un día de la denuncia de la “confrontación” a exigencias de Torquemada.

Una de las discusiones claves de la larga campaña fue justamente la de la confrontación. Con gran habilidad Macri logró consolidar la idea que la confrontación era una forma de gobierno, no el resultado de acciones de gobierno. Pero el sueño de un país "sin conflictos" no sólo es ilusorio, es también peligroso. Desalienta el reformismo que para avanzar los debe necesariamente administrar, no eludir. La eliminación de las AFJP, por ejemplo, que permitió el aumento de las jubilaciones y la AUH que hoy todos apoyan, no podría haberse llevado a cabo sin confrontar con los bancos y sus anunciantes, los medios. Lo que sí se podría haber hecho es no confrontar evitando eliminar las AFJP.

Históricamente nuestros grandes dramas no surgieron de gobiernos electos, o mejor dicho, de la política electoral, sino de las presiones de jugadores que actúan en política sin padecer los vaivenes electorales. Me refiero al establishment, a las asociaciones empresariales, a la Justicia, la Iglesia o a los medios.


El país “sin conflictos” puede también significar “sin conflictos visibles”, como lo fueron los que generaron los despidos surgidos de la privatización de YPF hasta la aparición de los primeros piquetes en Cutral Có en 1996, una modalidad nacida justamente para hacerlos visibles.

Históricamente nuestros grandes dramas no surgieron de gobiernos electos, o mejor dicho, de la política electoral, sino de las presiones de jugadores que actúan en política sin padecer los vaivenes electorales. Me refiero al establishment, a las asociaciones empresariales, a la Justicia, la Iglesia o a los medios (estos que ya empezaron a marcarle la cancha al nuevo presidente, no sólo con el editorial antediluviano de La Nación sino también con el asombroso análisis de Carlos Pagni que considera a la mitad de los votos de Macri como “prestados”).

Cual será la incidencia de ese poder no electoral en el gobierno y la permeabilidad del Estado a sus demandas es lo que veremos en los próximos meses.

Una buena manera de esperar es reconocer a nuestro nuevo presidente sin intentar deslegitimarlo y sin considerar a sus votantes como descerebrados o partidarios del Maligno. Sin caer, al fin y al cabo, en la tentación del indignado.

Al contrario, evitar enemistarse con los electores es el paso necesario para intentar recuperarlos. 

COMENTARIOS


RELACIONADAS