El juego de las identidades políticas

El juego de las identidades políticas

Las identidades políticas son algo misterioso. Ellas pueden ser difíciles de definir, casi difusas ¿Qué es ser peronista? ¿Qué es ser radical?. Sin embargo saben también desafiar a las décadas (ya van sesenta años para el peronismo, más de cien para el radicalismo o el socialismo.) Las identidades políticas no se crean ni se borran de un plumazo. Son. Existen.

María Esperanza Casullo
Todo dirigente político de raza es ante todo un baqueano, un lector del mapa de identidades políticas nacional y provinciales. ¿Cuántas identidades políticas existen en Argentina? ¿Cómo se relacionan entre sí? ¿Cómo se adversan? ¿Cómo se constituyen? ¿Pueden cambiarse? ¿Hay clivajes que están sin representación identitaria? El o la dirigente que no tenga un buen mapa en su cabeza tendrá dificultades para orientarse y construir poder. 

Algunos dirigentes se orientan mejor que otros y son eficaces. Un número aún menor tiene la capacidad de producir cambios que reorienten o cambien estas distribuciones y son fundacionales. Alfonsín era un gran baqueano de estos rastros y también produjo cambios en estos mapas, el partido radical no ha podido generar ningún otro dirigente con esta capacidad en los últimos veinte años; Néstor Kirchner también supo serlo. Carlos Menem supo leer esos mapas pero no logró (o no quiso) instaurar una identidad política durable que pudiera ser llamada “menemismo” y lo trascendiera. Mauricio Macri se reveló como un político con gran instinto para olfatear que en Argentina había algo así como una vacancia, una “masa disponible” no contenida en ninguna de las identidades preexistentes y que podía ser el sustento de algo nuevo. Hasta ahora viene teniendo éxito en esta empresa; del decurso de su mandato dependerá cómo se institucionalice.   Algunas precisiones. Primero, identidad política no es exactamente igual a “partido político”; éstos se apoyan en y dependen de las primeras para su vitalidad y renovación, pero no son idénticos. Por ejemplo, hay más identidades peronistas que partidos peronistas; así como hay una identidad progresista que se ha expresado a través de distintos partidos (el PI, el FREPASO, el ARI, el FAP) y existen también partidos que siguen teniendo personería a pesar de que no parecen expresar una identidad demasiado precisa (el PI, el Frente Grande).

Las identidades políticas se construyen en dos dimensiones, interna y externa. En la primera se da una creación de solidaridad interior entre los miembros del propio grupo, mientras que en la segunda se crea una diferenciación antagonista con las otras identidades. Los miembros se reconocen entre sí mediante diversas cuestiones que tienen en común: un programa de gobierno, ciertos símbolos, una cierta estética y hexis corporal, una historia en común; y mediante diferencias que los separan de todos los demás. Ambas cosas (símbolos y peleas) no se generan de un día para el otro, y no se generan a voluntad mediante encuestas o focus groups. 

Uno de los principales errores políticos del kirchnerismo fue negar la existencia de una identidad política “pura” como base del PRO, así como uno de los mayores aciertos de Mauricio Macri fue apostar a que esta identidad le alcanzaría para llegar a la presidencia sin necesidad de contaminación con identidades peronistas o radicales. Durante años, el kirchnerismo apostó a que el PRO en la Ciudad se derrumbaría sólo (luego de creer, recordemos, que era imposible que ganara una elección en la Ciudad “progresista” por excelencia) o a denunciarlo como “un títere de Magnetto.” Mientras tanto, como bien relata el libro “Mundo Pro” de Vommaro, Morresi y Bellotti, el macrismo seguía apelando a su universo de miembros de ONGs, empresarios, tecnócratas y ex militantes radicales y peronistas, todo combinado con un componente New Age. Mauricio Macri supo ver que esa identidad existía y organizarla. Por eso mismo pudo ganar y lo más probable es que siga existiendo en el futuro. También es probable también termine absorbiendo la identidad radical, que ha quedado hoy descentrada, sobre todo, por la debilidad de sus principios de solidaridad interna. ¿Qué se expresa hoy en “ser radical”? ¿Qué programa, qué símbolos, que historia? Existe, claro, el antikirchnerismo. Pero es probable que los más jóvenes que se identifiquen con este significante directamente ingresen a la política en y mediante el PRO.

Sin embargo, vemos en estos días el riesgo de que el PRO-Cambiemos cometa una versión en espejo de esta equivocación. Las medidas tomadas por el gobierno de Mauricio Macri (y de actores privados que, como cuerdas bien afinadas, vibran, si no en una coordinación explícita, en simpatía) parecen hablar de un intento de deskirchnerización de todas las estructuras funcionales: no sólo los mandos políticos que por supuesto son reemplazados por cada nueva gestión, sino de cada uno de los estamentos, aún de los más bajos, del empleo público, del estado, de las voces presentes en los medios de comunicación y de la estructura de interpelación política en general.    El macrismo ha dado señales de que el radicalismo, el massismo y el peronismo “no k” serán aceptados como identidades e interlocutores válidos pero no será así con el kirchnerismo. Pareciera que esta creencia, que comparten el macrismo y ciertos sectores del PJ, se basa en la idea de que el kirchnerismo fue sólo una superestructura artificial construida en base a militancia rentada y a algunos símbolos construidos “desde arriba” la cual, una vez desaparecida su base de sustentación estatal no tardará en desaparecer y esfumarse. 

Puede ser que tengan razón, que no exista una identidad kirchnerista y que dentro de un año ésta deje de existir. Como dije antes, el menemismo dejó poco más que un puñado de dirigentes que se diseminaron en varios partidos. Pero dos cosas apuntan a que este pronóstico puede estar errado. La primera es la movilización autónoma y granular que se vio desde el 25 de octubre hasta ayer mismo. No importa discutir ahora si esta movilización “sirve”; por lo pronto, sirve como principio de solidaridad interna, para reconocerse en el otro. La segunda es que un mayor antagonismo externo también refuerza esas mismas identidades. El kirchnerismo había elegido al PRO como su “antagonista preferido”; el PRO bien podría, al elegir al kirchnerismo como su único antagonista, ayudar a su subsistencia.  

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