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- 24.05.2016
UN FENÓMENO GLOBAL
El show debe continuar: La cultura electrónica
¿Representan las fiestas electrónicas la gran fiesta del capitalismo global? Nueva Ciudad entrevistó al escritor Enzo Maqueira para conocer de cerca el fenómeno de las raves: sexo, drogas y amor para pocos.
“La música no mata”, fue la consigna de una protesta frente a la Legislatura, que simuló una pequeña fiesta electrónica. Así como con Cromañón se buscó culpar al rock barrial y a las víctimas, de manera similar la decisión del jefe de Gobierno de prohibir las fiestas electrónicas y encarar el tema como un problema de adicciones parece apuntar en una dirección similar.
Las fiestas electrónicas llegaron desde Europa a fines de los ochenta. Las raves eran al principio fenómenos minoritarios, pero fueron cobrando fuerza con el cambio del milenio. La primera Creamfields fue en 2001 y contó con 18 mil participantes. Tres años más tarde, superaban los 50 mil, y en 2010 llegó a las 80 mil personas. Tienen un target clase media alta tanto por las entradas (pueden ir de 500 a 1000 pesos) por los consumos (agua a 70 pesos, champagne a 700, y las pastillas, cuyos valores van de 300 a 450 pesos).¿Qué lógica se juega en esas fiestas, además del negocio de algunos empresarios?
El escritor Enzo Maqueira logró captar buena parte de esa cultura en su novela Electrónica y en algunas crónicas publicadas en la Revista Anfibia. “Ni a las empresas ni a los medios de comunicación parece molestarle la relación entre drogas y electrónica. El éxtasis no cuenta con el guiño cómplice que le hace una buena parte de la sociedad a la marihuana, pero tampoco es la droga de los pibes chorros que aterroriza al porteño promedio. ¿Representa Creamfields la gran fiesta del capitalismo global? Una celebración del consumo donde sus auspiciantes son las primeras marcas de la telefonía planetaria y las empresas de productos tecnológicos que hoy motorizan la vanguardia de la actividad económica”, escribió allí. En diálogo con Nueva Ciudad, analizó la situación post Costa Salguero:
-¿Qué características tiene la cultura de la rave y cómo llevaron a lo de Costa Salguero?
-Sexo, drogas y amor. Entendiendo sexo no como el ejercicio de la promiscuidad (que lo puede haber) sino como el replanteo de la pertenencia a géneros estancos. La electrónica mezcla el espíritu con el cuerpo, la tecnología con el baile tribal, la química con lo salvaje. Hay una idea de libertad, pero es una libertad que se mantiene dentro de los límites del sistema, que tiene más que ver con escuchar al cuerpo y no tanto a la mente; con alcanzar cierto estado de comunión con lo espiritual a través de la exacerbación de los sentidos. Lo que pasó en Costa Salguero es que esa cultura se encontró con la irresponsabilidad de los organizadores y la complicidad de un Estado incompetente.
-¿Hay alguna diferencia cualitativa entre las fiestas y lo que sucede en los boliches donde se pasa música electrónica todos los fines de semana o es solo cuantitativo? -En las fiestas, como todo lo que lleva ese nombre, puede haber un poco más de entusiasmo que en un boliche de fin de semana. Ese entusiasmo lleva a que todo se haga de modo más exagerado. La diferencia es cuantitativa y cualitativa en todos los sentidos posibles, pero hay boliches que tienen cierta mística y pueden generar un entusiasmo parecido.
-¿Cuáles pensás que han sido los roles del Estado y del mercado en el incentivo de fiestas como la de Costa Salguero? -La electrónica es una filtración del sistema. El sistema la genera, la aprovecha, la usa. Pero también se ve deteriorado por la electrónica, porque lo espiritual, aunque también forma parte y puede ser un negocio, deja abierta la puerta a la posibilidad de la rebeldía. El problema es cuando el Estado es contradictorio. Defiende al mercado, pero no es capaz de proteger al consumidor. Mantiene la ilegalidad de algunas drogas y legaliza otras que son más peligrosas. Ni siquiera es capaz de apropiarse del negocio, porque el negocio está en manos de mafias. Así que el sistema la genera, la aprovecha, la usa, pero al mismo tiempo mira para otro lado y deja que la filtración siga corroyendo sus cimientos.
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