LO PÚBLICO Y LO PRIVADO

Calidad cero

Luego de una visita a la AFIP, la reflexión sobre el empleo público y el privado. Mucha gente que trabaja mal hace que se termine denigrando al empleo público. Me corro del Estado o de los servicios públicos y me voy al ámbito privado ¿Ustedes dicen que mejora mucho la cosa? No creo.

Mariano Heller
Luego de tomarme la licencia de compartir con ustedes mis preferencias sobre algunas series de cable vuelvo a la horrible realidad de nuestro país.

Reconozco que son escasas las veces que llegué al momento de escribir esta columna con una idea clara del tema a tratar. Estas líneas son habitualmente producto de algún disparador que puede surgir tanto de las noticias de todos los días como de experiencias personales respecto a alguna temática en particular. Hoy será una mezcla de ambas.

Después de muchos años de manejarme por Internet, guiado por mi contador me tocó volver a una agencia de la AFIP. Cometí el error de iniciar un proceso de venta de un departamento y aparentemente si querés realizar tal transacción el Estado hará todo lo posible para complicarte la existencia.

Decía entonces que tuve que ir a la agencia que me corresponde para hacer un par de trámites. Supuse que, como ahora casi todo se puede hacer por la web (con ayuda de contadores habitualmente porque los formularios son incomprensibles), habría poca gente. Error, había un millón de personas.

Al ingresar a la dependencia, lo primero que uno atina es a buscar a Marty McFly. Es un túnel del tiempo a los años ochenta donde casi todo quedó como era entonces. Un par de computadoras con monitores planos y otro monitor grande que te dice qué número va son todos los avances tecnológicos que uno puede cruzarse.

Tenía algunas dudas respecto de los trámites que debía realizar así que me acerqué tímidamente a un mostrador en el que se advertía un cartel que decía “Orientación”. Entusiasmado frente a la posibilidad de poder evitar hacer una cola satánica en caso de no tener todo el material documental necesario, me acerqué a una señorita que lucía como el paradigma más profundo de la empleada pública.

El problema somos todos. Y como digo siempre estamos condenados a fracasar como país o al menos a no despegar jamás.



A veces las apariencias engañan, pero éste no fue el caso. Era una empleada pública hecha y derecha que por supuesto tardó unos 8 segundos en advertirme que ella de ninguna manera podía ayudarme. Le dije que creía que ella estaba ahí para orientar y que lamentaba haberla importunado con una pregunta cuyo objetivo era justamente orientarme y me fui a sentar junto a alrededor de un centenar de personas que aguardaban para distintos trámites.

Mientras esperaba, en vez de jugar a algún jueguito con el celular, me puse a reflexionar sobre la calidad del empleo público en nuestro arrasado país. Conozco a muchos empleados públicos, de hecho yo mismo lo soy. Hay excelentes, buenos, malos, pero creo que lamentablemente los de esta última categoría son una abrumadora mayoría.

Continué entonces reflexionando y preguntándome por qué tenemos ese nivel tan bajo en los empleados públicos y creo que las conclusiones no son novedosas. Falta de preparación, escasa motivación, a veces malos salarios, ausencia de una carrera administrativa seria basada en el mérito y no en el acomodo, son algunas de las obvias razones para este flagelo.

Aclaro ante todo que no obtuve mi empleo con los clasificados de Clarín bajo el brazo, así que no estoy pontificando desde un lugar de máxima pureza. No pasé ningún desafío de la blancura aunque sí me preparé para poder trabajar en lo que me gusta que es la función pública. Hago esta aclaración para responder a la habitual pregunta ¿VOS DESDE QUÉ LUGAR ESTÁS DICIENDO ESTO?

De hecho mucha gente que trabaja mal o directamente no lo hace, no se esfuerza, no se interesa, hace que se termine denigrando al empleo público. Muchos, basados en esos malos ejemplos, terminan diciendo que son todos ñoquis, que ninguno sirve para nada, y demás calificaciones de ese estilo. Lamento mucho esto aunque a veces lo entiendo, pero como marcaba recién para muchos el servicio público, la gestión pública, es una vocación ya sea tomada desde un punto de vista más cercano a la política o desde un lugar técnico. De hecho en muchos países la función pública es un espacio de prestigio y alta consideración.

Ahora bien, esto que describo puede pasar en la AFIP, en cualquier ministerio o ámbito público, pero seamos sinceros también pasa con los servicios públicos que están en manos de privados pero funcionan pésimo porque tienen la vaca atada por ser monopólicos. Las compañías eléctricas, de gas, transporte, comunicaciones y otras yerbas generan todos los días en miles de ciudadanos ganas de convertirse en Michael Douglas en Un día de Furia.

Dicen que mal de muchos consuelo de tontos y es cierto, pero me corro del Estado o de los servicios públicos y me voy al ámbito privado ¿Ustedes dicen que mejora mucho la cosa? No creo. Probablemente no existe en general entre privados el problema de exceso de personal o no hay ñoquis, pero la enorme inutilidad que suelen demostrar muchas empresas privadas me hace pensar que el problema excede a lo público. Ir a un shopping y tener que lidiar con algún tarado o alguna boba que te atiende como si te estuviera haciendo un favor, con cara de culo. Intentar conseguir algo medianamente común y que sea imposible porque no hay nunca nada. Que te monten una farsa tras otra disfrazada de oferta.

Igual siempre tenemos una extrema facilidad para echarle la culpa a otros y nos cuesta mirarnos el ombligo. Culpamos a la clase política de todos los males como si no fuera parte de una sociedad que está toda podrida y que en todo caso vota a esos políticos de los que nos quejamos.



Pero salgamos si quieren de lo estrictamente comercial. Vamos a un ámbito profesional. Vamos al médico y sabemos que vamos a tener que esperar una hora o más para que nos atienda. Dejamos el auto en un taller y estamos esperando a ver cómo nos inventa alguna cosa para facturar más. Los ejemplos son muchísimos.

En definitiva, el problema somos todos. Y como digo siempre estamos condenados a fracasar como país o al menos a no despegar jamás. Igual siempre tenemos una extrema facilidad para echarle la culpa a otros y nos cuesta mirarnos el ombligo. Culpamos a la clase política de todos los males como si no fuera parte de una sociedad que está toda podrida y que en todo caso vota a esos políticos de los que nos quejamos. Señalamos al funcionario corrupto (lo cual está perfecto) pero nos olvidamos que alguien (casi siempre un privado) le pagó. Nos olvidamos de los sindicatos, de los empresarios. Y finalmente, lo más horroroso e hipócrita es que muchos de los republicanos de papel maché que se quejan de todo son los primeros que intentan no darte una factura cuando pasás por su negocio.

Lamento, una vez más, mi falta de optimismo. Pero lo cierto es que para ser optimista hay que tener elementos objetivos de los que carecemos. Ha sido todo por hoy. Sigan con lo suyo.

COMENTARIOS