- Opinion
- 04.04.2017
OPINIÓN
La Gran Muralla
Siguiendo una vieja tradición argentina y retomando los miedos de un imperio sitiado, el Presidente optó por dibujar las fronteras de un país imaginario, que incluye a un puñado de ciudadanos calificados y relega hacia afuera el olor a choripán y a catinga.
“Así que esto es lo único que estamos autorizados a pensar sobre la Gran Muralla: no se trataba tanto de un movimiento militar como mental. Parece la fortificación de una frontera, pero en realidad es la invención de una frontera (…).La Gran Muralla no defendía de los bárbaros: los inventaba. No protegía la civilización: la definía.” Alessandro Baricco / Los bárbaros.
De chico viví en un edificio de los años ´40, en la avenida Las Heras. Los descendientes de algunos de los primeros propietarios siguen viviendo ahí, rodeadas de un lujo evanescente, con olor a cera y naftalina. Como en una ciudadela sitiada, sueñan con mantener viejas reglas, como la prohibición del uso de los ascensores principales para el personal doméstico. A esos octogenarios venidos a menos no les molesta que sean usados por médicos, profesores particulares o asesores fiancieros, pese a que, como el personal doméstico, sean proveedores de servicios y no habitantes del edificio: la norma sólo rige para las mucamas. Ocurre que, como la Gran Muralla, la apolillada prohibición no defiende de los bárbaros: los inventa.
Antes de la llegada del detestado peronismo, los que tiraban abajo murallas y recibían el odio tenaz de quienes las habían establecido fueron los radicales. El diario La Fronda denunció en julio de 1929, unos meses después de la reelección de Hipólito Yrigoyen: “El triunfo del radicalismo en toda la República, ha tenido, como principal consecuencia, un predominio evidente de la mentalidad negroide. La manumisión de los negritos en masa es un fenómeno característico del yrigoyenismo.(...) hablan, actúan, hacen ruido, expresan opiniones e impregnan de catinga la atmósfera política del país.”
Curiosamente, en unos pocos años, los radicales pasaron de arrear “negritos en masa” a denunciar el “aluvión zoológico”, luego de la victoria de Juan D. Perón en 1946. El “olor a catinga” cambió de bando.
Varias décadas después de aquel aluvión, el pasado sábado 1 de abril, fue organizada una marcha oficialista “a favor de la democracia”, saludada por los periodistas serios como un hito ciudadano ya que la gente fue “espontáneamente”; es decir, sin ser “arreada” por gremios, partidos o movimientos sociales. En referencia a esa eterna letanía reaccionaria, Martín Rodriguez señala un dato elemental: el medio de transporte para llegar a la Plaza nos habla de clases sociales, no de legitimidad.
El analista político Sergio Berensztein constató que los manifestantes "no estaban politizados". Al parecer, fueron oficialistas apolíticos, otro asombro de época. Los mismos periodistas serios que denunciaron la marcha a favor de los DDHH del 24 de marzo por querer “apropiarse” de esos DDHH, se emocionaron con la del sábado, sin detectar que, según ese mismo criterio, pretendía apropiarse de la democracia.
Pablo Sirvén constató que “la ciudadanía expresó su hartazgo” y trazó la constelación de las manifestaciones legítimas: contra la Resolución 125, en apoyo al fiscal Nisman y a favor del gobierno de Cambiemos. Alfredo Leuco, periodista serio que suele indignarse ante cualquier exabrupto, anunció que “la democracia se puso en marcha” y concluyó exultante: “El contenido de la marcha fue sublime. Las grandes consignas lo decían todo: ´Baradel, déjate de joder´, ´Argentina sin Cristina´ y ´No vuelven nunca más´”. Una democracia peculiar, que se defiende expulsando a quienes no piensan como uno.
Carlos Pagni, con prudencia de jesuita, observó: “Imposible saber cuántos fueron. La inmensa mayoría era itinerante.” No sabemos si los manifestantes del 24 de marzo se quedaron quietos para que los cuenten, pero debemos aceptar que frente a la legitimidad de una manifestación de ciudadanos libres, la cantidad de participantes deja de tener importancia. Marcos Peña señaló por su lado que “la gente salió a expresarse como hace mucho no ocurría”. Las centenares de miles de personas que marcharon a favor del empleo, de los docentes, de los derechos de las mujeres o de los DDHH durante el mes de marzo, no parecen tener la visibilidad de unos 25.000 ciudadanos de primera, ni haber expresado hartazgo alguno.
En todo caso, la mayoría de los participantes demostró sin matices su hartazgo: contra los zurdos, los gremios, el kirchnerismo, CFK, el golpe inminente aunque esquivo y varias calamidades más. Lejos del remanido llamado a la unidad de los argentinos, la grieta fue plebiscitada a los gritos.
Visiblemente asombrado por una participación que no esperaba, Mauricio Macri opinó con espontaneidad: "Qué lindo que tantos creamos que tenemos un futuro por construir (…). Y lo expresamos desde el corazón, espontáneamente, sin que haya habido colectivos, ni choripán.”
Así, siguiendo una vieja tradición argentina y retomando los miedos de un imperio sitiado, el presidente optó por dibujar las fronteras de un país imaginario, que incluye a un puñado de ciudadanos calificados y relega hacia afuera el olor a choripán y a catinga.
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