PLAZAS Y PARQUES

Preocupa el mal uso y escaso mantenimiento de los juegos inclusivos

Los juegos inclusivos, que se encuentran en 15 plazas de la Ciudad, facilitan el acceso de niños con discapacidad, pero otros chicos suelen subirse en grupo y se exponen a riesgos; denuncian la falta de señalización.


Actualmente en la Ciudad de Buenos Aires hay 15 espacios públicos adaptados y equipados para niños con discapacidades, que mejoran la calidad de vida y resuelven, entre otras cosas, los inconvenientes de movilidad.
 
Los juegos inclusivos facilitan el disfrute y su estimulación. La mayoría de los lugares de recreación cuentan con rampas, y la arena fue reemplazada por paneles que permiten el acceso de las sillas de ruedas. A su vez, está destinado a niños con hipoacusia, ceguera, dificultades motoras, talla pequeña, para que se desenvuelvan sin problemas.
 
Pero para María Raimondi y sus dos hijas, que volvieron a la plaza Castelli, en el barrio de Belgrano, después de varios meses que estuvo cerrada por refacciones, son peligrosos si se los usa mal. Por ejemplo, Santiago, de siete años, se subió junto a otros chicos a la nueva hamaca, pero el mecanismo que traba la rampa se abrió y varios menores cayeron al suelo. "Entonces me di cuenta de que no era un barco pirata, como creíamos todos", sintetiza Raimondi a La Nación.
 
El mal uso y la falta de señalización o de mantenimiento convirtieron los juegos inclusivos colocados en plazas porteñas en un problema.
 
Hace unos días, el paseo a la plaza de Romina De Seta y sus dos hijos terminó en accidente. Fueron a la plaza de Pappo, en Boyacá y Juan B. Justo, en el barrio de Flores, y Thiago, el menor, se subió a la calesita; cuando quiso bajar en movimiento, como suelen hacer muchos chicos, cayó y su cabeza pegó contra una de las barras que sirven para sostener las sillas de ruedas. "Fue sólo un golpe, pero ahí caí en la cuenta de lo peligroso que es ese juego, al que los chicos suben y bajan en movimiento. Además, tiene todo alrededor de la calesita un agujero, porque al girar se va gastando el suelo de goma y allí entra un pie", comenta la madre a La Nación.
 
Para quienes tienen hijos con necesidades especiales están muy conformes. Por ejemplo, la mamá de María Sofía Castillo; para la pequeña de nueve años significó la posibilidad de conocer qué es hamacarse. De subirse por primera vez a una calesita. De que la silla de ruedas no se trabe en la arena. De vivir la plaza como todos los chicos del barrio, en Parque Centenario, "A ella le encanta ir a la plaza. Lo disfruta mucho", dice Mara, la mamá a La Nación. Pero reconoce que esos mismos juegos "no son tan seguros para los otros nenes".
 
Desde el Ministerio de Ambiente y Espacio Público de la Ciudad explican que las plazas porteñas están siendo remodeladas gradualmente para que sean ambientes seguros y que permitan que muchos chicos que antes no accedían a los juegos puedan hacerlo. La instalación de equipamiento integrador, un reclamo de larga data de los padres de menores con problemas motrices, comenzó en 2009 y ya alcanzó gran cantidad de espacios verdes, como el parque Lezama, la plaza del Congreso, el parque Centenario y el parque Chacabuco, entre muchos más.
 
Pero hay deficiencias en el mantenimiento, como ocurrió con los juegos que funcionan en Figueroa Alcorta y Scalabrini Ortiz, que después de permanecer rotos por varios meses, hace poco empezaron a ser reparados.
 
Voceros del Ministerio de Ambiente y Espacio Público porteño admiten a La Nación que "Es real que algunas personas hacen un mal uso de los juegos inclusivos, a pesar de la cartelería que indica lo contrario. Los guardianes de plaza también se encargan de indicar a las personas cuando están haciendo un uso inapropiado de los juegos".
 
Desde Playtime, una de las empresas proveedoras de estos juegos en la ciudad, explican que el problema no radica en los equipos en sí, sino en el mal uso que se hace de ellos o la falta de mantenimiento adecuado, en algunos casos. "Los accidentes más frecuentes van desde golpes o magullones hasta heridas de gravedad", manifiesta a La Nación Axel Roos, gerente de ventas de la firma, que desde hace diez años investiga y fabrica juegos inclusivos. "Comenzamos cuando un hospital porteño nos contrató para diseñar juegos a los que pudieran acceder chicos en silla de ruedas o que contemplaran otras necesidades de sus pacientes. Hicimos un estudio específico y diseñamos las primeras plazas inclusivas", recuerda.
 
Muchas veces, dice Roos, la falta de conocimiento sobre la función específica del juego hace que se convierta en peligro. "Existen juegos de diseño universal, en los que todos los niños con capacidades plenas y sin ellas pueden acceder y disfrutar. Como las rampas, los toboganes con accesos especiales y barandas. También las zonas musicales, tubos secretos que son comunicadores con bocinas, entre otros. Pero también hay otros que son específicos para niños en sillas de ruedas, como las hamacas especiales. A estos juegos hay que rodearlos con cercas e instalar cartelería sobre su uso correcto", advierte Roos.
 
En la plaza Ciudad de Udine, ubicada en Mercedes y Camarones, en el barrio de Villa del Parque, una nena que jugaba se cayó mientras jugaba en la calesita de la plaza y, por ese agujero que hay entre el suelo de goma y el juego, se le metió el brazo. Como no lo podía sacar, tuvieron que concurrir los bomberos para liberarla.
 
La calesita y la hamaca inclusivas parecen ser los juegos más críticos: la primera, porque tiene barras metálicas que parecen guillotinas para sostener las sillas de rueda, con las que se cortaron la cabeza muchos chicos. También se mencionan como factores inseguros las barras móviles y otras fijas que tiene la calesita para hacerla girar. Además, el piso de goma se va gastando por la fricción y deja un espacio entre el juego y el suelo, en el que no en pocas ocasiones se traban los pies de quienes juegan. Otra preocupación es la hamaca que se confunde con un barco pirata: que tenga un portón que se abre y se cierra provoca temor. También que el vaivén ocurra muy cerca del suelo. Y los filosos dientes que permiten trabar la silla de ruedas a bordo.
 
Mora, de cinco años y medio, es hija de María Eugenia, hace dos meses volvieron a la plaza Castelli, junto con otras madres del colegio. La mayoría de los chicos jugaba a bordo de la hamaca inclusiva. "Eran unos diez. Las mamás chequeamos que resistiera el peso. No parecía un peligro. Pero mi hija, para mantener el equilibrio sacó la manito y por la fricción terminó debajo de la hamaca. Se hizo una quemadura de segundo grado. Nosotros promovemos la existencia de estos espacios para todos, pero lo importantes es que funcionen sin poner en riesgo a nadie", contó a La Nación. 

COMENTARIOS



UBICACIÓN