- Opinion
- 30.01.2018
OPINION
¿Volver al mundo?
Hace unos años, un amigo español, funcionario de la embajada en Buenos Aires, me invitó a almorzar. Apenas se alejó el mozo, me explicó que estaba muy interesado en verme porque sentía curiosidad por “conversar con un kirchnerista”.
Me respondió que en ese caso no se trataba de proteccionismo sino de seguridad alimentaria. Al parecer, si bien defender nuestra producción industrial era proteccionismo, defender su producción agrícola era simplemente asegurar el alimento de millones de europeos. Al fin y al cabo un derecho elemental.
Una de las letanías opositoras más repetidas durante la larga noche kirchnerista fue la que lamentaba nuestro aislamiento y señalaba la imperiosa necesidad de “volver al mundo”. Como toda letanía, su encanto no residía tanto en defender ideas como en consolidar prejuicios, por lo que quienes la repetían no se asombraban de que un país aislado del mundo hubiera podido participar activamente en la creación de un organismo regional como la UNASUR o impulsara relaciones comerciales con la Unión Europea, China o EEUU. Pero lo más asombroso es que “volver al mundo” pudiera ser visto como un objetivo virtuoso en sí mismo. No cabe duda de que Bangladesh, por ejemplo, forma parte del mundo e interactúa con países desarrollados y empresas globales, aunque no soñamos con tener ni su módico PBI per cápita ni tampoco su reducido Índice de desarrollo humano (IDH).
Sin embargo, esa parece ser la idea de los entusiastas del regreso al mundo: poder competir con la mano de obra más barata. Por eso, como bien lo señaló nuestro presidente hace varios años, “debemos bajar nuestros costos y el salario es un costo más” .
La reciente gira presidencial fue presentada como la consolidación de esa vuelta al mundo, el fin de la aislación casi norcoreana que nos hizo padecer un gobierno que, como el kirchnerista, nunca comprendió la modernidad por haberse quedado en 1945.
Poco antes de reunirse con su par francés, Mauricio Macri afirmó que "el mundo nos exige desafíos para abrirnos y perder los miedos. Debemos competir y sumarnos a esta revolución tecnológica que nos invita a innovar todo el tiempo" (la mención a la revolución tecnológica por parte de un presidente que manda a la Gendarmería al INTI y reduce la inversión en Ciencia y Tecnología demuestra el fino humor del gobierno de los CEO). Reunido con empresarios franceses, habituados a pagar sueldos y cargas sociales históricamente altos, destacó el acuerdo de flexibilización laboral alcanzado con el gremio petrolero en Vaca Muerta, que permitió "reducir los costos en un 50 por ciento".
Por su parte, durante una reunión con agricultores franceses, Emmanuel Macron se comprometió a no aceptar "acuerdos que favorezcan a un actor industrial o agrícola a miles de kilómetros, que tiene otro modelo social o un modelo medioambiental contrario a lo que nosotros exigimos a nuestros propios agricultores".
El freno al acuerdo tan esperado por Macri demostró los límites de ese librecambismo que según nuestros economistas serios el mundo profesa con ahínco.
Frente al desafío de los costos más bajos de otros países, conseguidos a través de leyes laborales más amigables hacia los empleadores y sueldos más reducidos, Macron elige mantener los derechos sociales de su país y proteger su producción (o su seguridad alimentaria, para retomar la fórmula candorosa de mi amigo español) de esa competencia que considera desleal. Frente al mismo desafío, Macri busca desmantelar el modelo social del país que gobierna, flexibilizando leyes laborales y reduciendo sueldos para poder “competir en igualdad de condiciones”. Una sutil diferencia.
Al parecer, cuando por fin volvimos al mundo, el mundo ya no estaba.
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