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- 30.07.2018
ARTE URBANO
Muchos lobbies de edificios cuentan con obras de arte
En edificios porteños de barrios como Belgrano, Palermo, Recoleta y Monserrat, se encuentran obras de arte de artistas célebres y desconocidos.
Varios lobbies porteños sorprenden con obras de artistas célebres y desconocidos, en los barrios de Belgrano, Palermo, Recoleta y Monserrat. Hay varias formas de descubrir estos tesoros: una es recorriendo a pie un barrio fuera de los circuitos tradicionales, como por ejemplo Balvanera, especialmente a lo largo de la avenida Rivadavia.
Instalar una obra de arte en un lobby es "otorgarle mayor nivel a un edificio", afirma a La Nación el arquitecto Julio Solsona, autor de varios halls emblemáticos de la Ciudad. Más allá del mobiliario tradicional, compuesto por una mesa de recepción, sillones, espejos y lámparas, las piezas de arte constituyen el broche de oro para el lugar en su conjunto.
Si bien por lo general datan del período que va de los 50 a los 80, "están conservadas correctamente, lo cual nos permite disfrutarlas", agrega el investigador Horacio Spinetto, autor de una guía sobre murales publicada por la Dirección General de Patrimonio del Gobierno porteño en 2005.
Otra forma de recorrer estas obras de arte es de la mano de la inglesa Vanessa Bell, apasionada por descubrir rincones poco convencionales de Buenos Aires, que luego sube a las redes sociales para mostrárselos a los turistas. "Detecto los lobbies más bizarros, los más antiguos, modernos o elegantes, y me encanta compartirlos. Ustedes tienen una ciudad increíble", dijo a La Nación.
El Barrio Chino, en Belgrano, fue originalmente una zona residencial de clase media que ahora convive con un centro comercial a cielo abierto. Sobre la calle Arribeños, a pocos metros de distancia entre sí, existen dos edificios cuyas entradas exhiben murales de Rodolfo Bardi, artista prolífero que a partir de la década de 1950 creó más de 400 murales en la Ciudad, utilizando materiales como cal, arena, cemento y yeso, con incrustaciones en cobre y esmaltados. Están situados en Arribeños 2215 y en Arribeños 2153.
"Fueron hechos a partir de un material de desgaste como el yeso, con influencias de Matisse y de Picasso", explica Bell. Pero, además, en sendas entradas, las obras forman parte de un conjunto decorativo con pisos de círculos hechos a partir de mármol de Carrara. Bardi realizaba sus obras mientras el edificio estaba en construcción; también dejó su huella en Villa Ortúzar, Saavedra y Villa Urquiza.
En Zavalía 2058, detrás de una original puerta de aluminio con un círculo vidriado, se puede distinguir un enorme y colorido tapiz con un motivo de patos. En Echeverría 1841, un grupo de cerámicos enlozados, con influencia de Kandinsky, decoran el recibidor.
En O'Higgins esquina La Pampa, la obra está puertas afuera. Se trata de un enorme mural del arquitecto y artista plástico Horacio Vodovotz, realizado en 1966. Según Spinetto, se llama "Lago Kinneret", en alusión al depósito más grande de agua de Israel, conocido también como Mar de Galilea. Está realizado con mosaico tipo veneciano y ocupa la ochava del edificio en todo su desarrollo, a lo alto de seis pisos, aproximadamente.
En Palermo, en Avenida del Libertador 3702, se encuentra un edificio realizado por Arturo Dubourg cuyo exterior exhibe una obra de José Fioravanti, uno de los más grandes escultores de la Argentina, autor del Monumento a Nicolás Avellaneda. Se trata de un relieve escultórico en bronce sobre placa de granito, realizado en 1964, que tiene como protagonista a una estilizada figura femenina que observa en el cielo la Cruz del Sur.
"Tanto Fioravanti como Luis Seoane eran parte del grupo de artistas más convocados por ese entonces. De ahí que a un edificio que pretendía ser de categoría como este se le daba un plus con la obra de arte, para diferenciarlo de cualquier otro edificio", explica Spinetto a La Nación.
Dejaron su huella en esta suerte de pequeños museos en lobbies artistas del exterior, entre ellos, el húngaro Julio Geró, profesor de Bellas Artes, amigo de Pablo Picasso, autor de varios murales de Buenos Aires, que en 1956, intervino el exterior de la recepción del edificio de la avenida Alvear al 1800, esquina Callao, con una figura femenina egipcia desnuda, tallada en mármol y de gran plasticidad, la cual se puede observar desde la calle, ya que está en ochava sobre una placa de granito rojo de 2 metros por 1,50 metros, aproximadamente.
En avenida Callao 2050, hay otro mural externo, en este caso esmaltado. Data de 1964 y representa a unos niños jugando con mariposas, y su autor es Carlos Alonso, quien sobre las paredes exteriores de la entrada de un garaje ilustró escenas cotidianas de la infancia. La realización cerámica corrió por cuenta del especialista madrileño Fernando Arranz López. Cerca de la Plaza del Congreso, en Rodríguez Peña 110, en el interior del lobby hay un mural abstracto, también cerámico, en tonos marrones, es de Juan Cerdá Carretero.
"El pintor que se sube a un andamio no es el mismo hombre que está encerrado en su taller. Completa su vida. Su obra será verdaderamente pública y juzgada por una inmensa mayoría. Está en la calle", dijo Luis Seoane, uno de los muralistas más prolíficos que tuvo Buenos Aires, cuyas obras decoran espacios privados de edificios porteños y públicos como la Galería Santa Fe o el Teatro San Martín. Son obras protegidas por la ley 1227, que busca resguardar el patrimonio cultural de la Ciudad de Buenos Aires mediante la protección, preservación, restauración, promoción y transmisión de los bienes patrimoniales que definen la identidad y la memoria colectiva.
Buenos Aires empezó a tener murales en la primera mitad del siglo XVIII. Los primeros fueron los de la Iglesia del Pilar. Luego se destacaron las pinturas de Francisco Parisi en la Catedral Metropolitana; las del cielorraso de la antigua farmacia La Estrella, de Carlos Barberis; las del italiano Nazareno Orlandi, cuya obra clásica puede apreciarse en la Casa de la Cultura, ex edificio de La Prensa. Pero también ornamentaron palacios, con la arquitectura de la Ecole des Beaux Arts, durante el Centenario. Lo mismo sucedió con el aporte del art nouveau, cuando el paisaje urbano comenzó a presentar fachadas y muros interiores con relieves escultóricos y combinaciones de azulejos, cerámicos, mayólicas y vidrios pintados.
Hacia 1930, la irrupción del movimiento muralista mexicano tuvo influencia en Antonio Berni, Juan Carlos Castagnino y Lino Spilimbergo, que reflejaron las condiciones sociales del país, al tiempo que los murales pasaron también a decorar las líneas de subterráneos y galerías comerciales.
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