CULTURA

Esperando a Godot en el Inadi

Beckett siempre provoca polémica e invita a la reflexión. No sabemos por qué quería que sus obras que tienen solo personajes masculinos fueran interpretadas solo por varones. Pero esta característica acaba de crear un problema mayúsculo en el Complejo Teatral porteño.

Daniel Molina


Samuel Beckett (Dublin 1906-París 1989) es uno de los diez más grandes escritores de un siglo que fue pródigo en grandes escritores: Proust y Joyce (por los que Beckett sentía devoción), Borges, Faulkner, Mann, Sartre, Brecht, Nabokov, Scott Fitzgerald y algún otro más, solo los únicos que están a la altura de Beckett. El resto funciona como magnífico coro en un siglo de grandes voces solistas. Beckett escribió ensayos, poemas, guiones, relatos breves y novelas, pero su obras maestras son cuatro obras de teatro: “Esperando a Godot” (su obra máxima para Sartre, quien cree que es, además, la obra más grande escrita desde el fin de la Segunda Guerra Mundial en todos los idiomas), “Final de partida” (su obra máxima para Harold Bloom), “La última cinta” y “Los días felices”. En casi todas las obras de Beckett los personajes son masculinos. La única excepción es “Los días felices”, cuya protagonista es femenina: Winnie. Podría parecer un hecho anecdótico, pero esta característica de la obra de Beckett acaba de crear un problema mayúsculo en el Complejo Teatral porteño, que está produciendo una nueva versión de “Esperando a Godot”, ya que esta versión hace interpretar por actrices a dos personajes masculinos (Lucky y el muchacho).

Beckett dio muy pocas entrevistas. Trataba de pasar desapercibido. Su única época sociable fue cuando frecuentó a su héroe intelectual, James Joyce, entre fines de los años 20 y hasta 1940. En los 80, un grupo de escritores norteamericanos, encabezados por Susan Sontag y Allen Ginsberg, viajaron a Berlín para hablar con Beckett. Pasaron varias horas con el escritor irlandés, pero registraron solo unas pocas frases. A Sontag lo que más le llamó la atención es que Beckett casi no tenía libros en su departamento y que no le interesaba hablar de literatura contemporánea. Prefería Calderón de la Barca (quién, según él, inspiró “Esperando a Godot”) o Cervantes a las novedades de la época. Sin embargo conocía a los beatnik y elogió (al estilo minimalista de Beckett) a William Burroughs: “Bueno, es un escritor”.

En diálogo con Victor Bockris, Sontag y Ginsberg narraron gran parte del encuentro con Beckett. Uno de los temas en los que Beckett se detuvo fue sobre por qué sus personajes son masculinos: “las mujeres no tienen próstata”, les dijo. Sontag le contó a Bockris que muchas de las frases que largaba Beckett le resultaron parecidas a koan zen, esas “adivinanzas sin sentido que llevan a meditar más allá del sentido”. Ginsberg dice que la visita a Beckett fue similar a su estadía en un monasterio budista en los 60.

Beckett también les contó a los escritores norteamericanos que había creado su único personaje femenino porque la mujer de un amigo actor (Maureen Cusack, esposa de Cyril Cusack) le había pedido que escribiera una obra que no fuera tan pesimista (“que sea alegre”, le dijo) después de haber visto “La última cinta”. Entonces se puso a escribir “Los días felices” pensando en ella y que por eso -y como excepción- el personaje principal es una mujer.

No sabemos por qué Beckett quería que sus obras que tienen solo personajes masculinos fueran interpretadas solo por varones. Habló muy poco de sus obras y de los motivos por los que hacía las cosas (hay pocas excepciones, por ejemplo sabemos que prefirió escribir en francés en vez de su nativo inglés “porque en francés puedo escribir sin estilo, que es algo que aborrezco”). Quizá el dramaturgo temía que sus obras (que son extremadamente minimalistas en acotaciones temporales, de acción o espaciales) sufrieran adaptaciones “a la moda” y fueran sacadas completamente de contexto (en esto coincidía con Borges, quien también abominaba de las adaptaciones que toman un personaje literario reconocido, como Hamlet u Otello, y lo ponen en otro contexto y en otra situación; por ejemplo, como jefe de una mafia neoyorquina o como dueño de un barco que navega el Mississippi).

El martes, un comunicado oficial del Complejo Teatral de Buenos Aires (que incluye al San Martín, teatro en el que, en su sala Martín Coronado, se iba a estrenar el próximo 22 de septiembre la versión de “Esperando a Godot”, dirigida por Pompeyo Audivert y adaptada por Leonor Manso) hizo conocer su desazón por la resolución de la agencia que posee los derechos de la obra de Beckett. Esa resolución le prohíbe al teatro que ponga en escena una versión con actrices interpretando papeles masculinos. En la adaptación que venía produciendo el San Martín, los papeles de Lucky y El muchacho serían interpretados por Analía Couceyro e Ivana Zacharski, respectivamente. El elenco se completaba con Roberto Carnaghi como Vladimiro, Daniel Fanego como Estragón y Pompeyo Audivert como Pozzo.

En el comunicado del Complejo Teatral se dice: “Compartimos con ustedes que esto significa para el teatro un problema grave puesto que el proyecto se encuentra en estado avanzado: contratos artísticos, vestuario y escenografía terminada. Pero principalmente nos convoca a reflexionar sobre ciertos aspectos tales como qué significa hoy que un actor sea cis-varón, qué hacemos con la voluntad de un artista si la misma transgrede nuestros valores y nuestra legislación, entre muchos otros interrogantes”. Y agrega: “Consideramos que aceptar este planteo significaría poner en peligro a la obra, al equipo artístico, al mismo Complejo Teatral y a su público. Estaríamos convalidando un planteo anacrónico, absurdo y anti-artístico, con el cual definitivamente disentimos”.

No se sabe si la crítica del Complejo Teatral a la forma en que Beckett pedía que se representen sus obras (“planteo anacrónico, absurdo y anti-artístico... que transgrede nuestros valores y nuestra legislación... y que convoca a reflexionar sobre ciertos aspectos tales como qué significa hoy que un actor sea cis-varón...”) logrará convencer a la agencia que tiene los derechos (y que reporta al sobrino del escritor, Edward Beckett). Es cierto que hace 22 años se había representado una versión con actrices en los papeles masculinos en la Argentina (en Italia también se intentó hacer eso, la Justicia italiana lo permitió, pero el juicio siguió y posiblemente tengan que pagar una indemnización importante).

Es interesante preguntarse por qué el Complejo Teatral porteño quiere interpretar una obra de Beckett, un autor del que dice que tuvo planteos “anacrónicos, absurdos y anti-artísticos” y que “transgrede nuestros valores”. Tampoco queda claro, si lo que pretenden con esta puesta es desmontar la idea de que los cis-varones (como los llama el Complejo Teatral) no son los únicos intérpretes posibles de los papeles masculinos, por qué solo incluyeron mujeres en la nueva versión y no trans, enanos y negros.

Beckett siempre provoca polémica e invita a la reflexión, incluso cuando no se lo puede montar. Recordemos que dijo, en su defensa extrema del silencio, el olvido y el fracaso: “Cada palabra es como una innecesaria mancha en la perfección del silencio y la nada”. Mejor callar.

COMENTARIOS