OPINIÓN

El mundo virtual es muy real

Vivimos bajo una vigilancia virtual absoluta sin saberlo. Basta entrar en la web de la Afip y ver los movimientos de dinero que cada uno de nosotros tiene registrados. El profiláctico o el test de embarazo que compraste en la farmacia de la otra cuadra también figuran allí.

Daniel Molina


La mayoría cree que la vida virtual no es real, que lo verdaderamente importante pasa en el mundo “material”. Por eso ni nos damos cuenta de que vivimos más tiempo en el mundo de los bits que en el de los átomos. Los 4000 millones de adultos de clase media que hoy viven en el planeta pasan más del 60% de su tiempo de vigilia mirando una pantalla. Sin embargo, seguimos creyendo que el mundo virtual es insignificante.

Seguimos pensando en países y en gobiernos locales, pero lo cierto es que el poder que se está desarrollando en el mundo virtual es de tal magnitud que no hay gobierno que hoy pueda hacerle frente. ¿Qué es hoy una ciudad? ¿Es el espacio físico que la geografía política y económica designan como espacio urbano con tal o cual nombre (Buenos Aires, por ejemplo) o una compleja trama de interacciones que cada vez se realizan con más intensidad en lo virtual?

Amazon, la segunda empresa en lograr una valorización de más de un billón de dólares paga impuestos por una cifra ridícula en EEUU porque tiene su sede en el exterior y casi todo lo que gana en los EEUU lo reinvierte allí (entre otras cosas en inteligencia artificial). Así logra que su contribución al Estado norteamericano sea una ínfima parte de lo que realmente produce y gana. Y si el poderoso gobierno de EE. UU. no tiene suficiente poder para lograr que Amazon tribute todo lo que debería, imaginen qué poder tienen los demás gobiernos para regular a estos gigantes.

El caso de Amazon no es una excepción sino la regla. Además, Amazon paga cada vez peores salarios. Su estructura necesita una ínfima cantidad de empleados hipercapacitados (que ganan sueldos inimaginables en la mayoría de las otras empresas), pero la realidad de los otros cientos de miles de sus empleados es muy diferente: como realizan tareas poco sofisticadas y rutinarias (que requieren un mínimo de capacitación) ganan tan poco dinero que un tercio de los trabajadores de Amazon en EEUU solicita el vale de comida que le provee el Estado a los trabajadores con salarios más bajos.

Amazon, Apple, Google, Facebook son las hiperpotencias de un mundo que está en todas partes y en ninguna: el mundo virtual. Son empresas más poderosas que los países más poderosos. Hoy, de los 10 territorios humanos más poblados, solo tres (China, India y EEUU) son países con territorio material. Los otros 7 son espacios virtuales: en primer lugar Facebook, en el que cada día interactúan más de 2.400.000.000 de personas.

Aceptamos los avances tecnológicos sin pensar en las consecuencias. Nadie lee los términos y condiciones que acepta cuando baja a su celular una aplicación o entra en una página de la web. Pero en esas cláusulas que no miramos dice que cedemos todo a cambio de casi nada.

El poder del mundo virtual es de tal magnitud que no hay gobierno que hoy pueda hacerle frente.

 
Hace 150 años Oscar Wilde bromeaba: “Disculpe que no lo reconocí. Es que yo he cambiado mucho”. Hoy un robot no podría hacer el mismo chiste. Los programas de reconocimiento facial son cada vez más precisos y es cada vez menos probable que no nos reconozcan. Todavía cometen errores, pero el piso de reconocimiento hoy está en un 70% y tienen picos de efectividad cercanos al 90%.

El iPhone X se puede desbloquear con la imagen de la cara del usuario. Se hace cada vez más fácil usar los dispositivos de uso cotidiano. Pero todo tiene un precio. Si esos dispositivos pueden leer tu cara y reconocerte con tanta facilidad, también pueden hacerlo organismos estatales y dispositivos de control que ni siquiera sabemos que existen. 

En China uno ya puede ir a un negocio y “pagar con una sonrisa” con la app Smile to Pay, el sistema de pago online con reconocimiento facial de Alipay. También se puede sacar un crédito en el banco virtual operado por Xiaohua (con el escaneado de tu rostro en la app móvil Xiaohua Qianbao). Todo esto es posible porque esas aplicaciones (y varias otras similares) tienen acceso al mayor banco de rostros del planeta: China ya tiene escaneadas las caras de 1.000.000.000 de sus habitantes.

Hace un siglo cedimos las huellas dactilares al Estado. Ahora le regalamos nuestra cara a los programas de reconocimiento facial. Pero no es lo mismo haber cedido nuestras huellas dactilares que dar nuestra cara. Es bastante difícil que alguien consiga fácilmente nuestras huellas, pero no hace falta ser un espía muy sofisticado para tomar una foto sin que el retratado se dé cuenta.

Todos las aplicaciones populares (como Instagram, Facebook o Twitter) están llenas de fotos que millones de ciudadanos le toman a otros que no conocen. Cualquiera de esas fotos sirve para que un buen programa de reconocimiento facial pueda dar todos los datos de la persona, desde su documento hasta su domicilio. En 2016 en Rusia se debatió si era correcto o no el uso de la app FindFace que tiene acceso a 400 millones de rostros. La gente le sacaba una foto al pasajero que tenía enfrente en el transporte público y, con un 70% de efectividad, le decía quién era, donde vivía y varios otros datos sensibles.

El poderoso programa Face++ ayuda al gobierno chino a seguir a cada uno de los más de mil millones de adultos que se desplazan por el país. No sólo reconoce los rostros de cada ciudadano chino, sino las patentes de los autos, la ropa, las posturas, etc. Esto no sólo pasa en países con gobiernos autoritarios: en EE. UU. se está viviendo un proceso parecido. La base de datos del gobierno norteamericano contiene 125 millones de rostros. Hasta hace poco sólo se podían registrar los datos de personas con antecedentes judiciales. Estos 125 millones de rostros de la base estadounidense no pertenecen a delincuentes: son de los ciudadanos comunes que han cedido, por lo general sin saberlo, sus derechos.

Vivimos bajo una vigilancia virtual absoluta sin saberlo. Basta entrar en la web de la Afip y ver los movimientos de dinero que cada uno de nosotros tiene registrados. El profiláctico o el test de embarazo que compraste en la farmacia de la otra cuadra también figuran allí.

Esa enorme vigilancia sobre cada uno de nosotros, que hoy es la norma estatal (pero también de las principales empresas, y de toda institución o individuo que sepa cómo hacerlo), nos ofrece a cambio una vida más fácil. Al menos mientras no haya problemas porque un algoritmo (ante el cual no hay apelación posible) detectó que tus movimientos son sospechosos de terrorismo o evasión fiscal.

El mundo virtual no tiene fronteras. Estamos físicamente en Buenos Aires pero en la pantalla estamos frente a las pirámides de Egipto. La página web que queremos ver tarda 5 segundos en cargarse y nos desesperamos. Vivimos una temporalidad acelerada y ansiosa que no soporta la espera y cambia nuestra percepción del tiempo. También la ubicuidad del mundo virtual transforma nuestra percepción del espacio.

Ya somos otros y todavía no nos dimos cuenta.  

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