- Comunas
- 08.06.2021
COMUNA 4
Monseñor Espinosa en un barrio dentro de Barracas
Queda a dos cuadras del parque Leonardo Pereyra, el barrio tiene su entrada principal en la calle Perdriel 1250 con un gran arco rojizo que lo identifica; las casas se inauguraron hace casi 100 años para trabajadores.
El Barrio Monseñor Espinosa de Barracas tiene 100 años, las casas se construyeron para obreros y empleados de la zona con pocos recursos. Queda dentro del Distrito de Diseño, y a dos cuadras del gran parque Leonardo Pereyra, Monseñor Espinosa tiene su entrada principal en la calle Perdriel 1250 con un gran arco rojizo que lo identifica. Allí un cartel del Gobierno porteño advierte que el centenario barrio es parte del circuito histórico de esta zona industrial y de inmigrantes. Ocupa casi media manzana. Sus habitantes entran y salen del lugar a pie, ya sea por los dos portones de California, los otros dos de Alvarado, el de Pedriel, o por el principal, escenario de varias películas, entre ellas “Sur” de Pino Solanas.
“Es hermoso, tranquilo. Caminamos entre los árboles y escuchamos a los pájaros cantar a pesar de estar a pocos minutos del Obelisco“, dice a La Nación Liliana Brinatti, una arquitecta que llegó al Barrio Monseñor Espinosa hace más de 30 años. Si hoy se construyera este conglomerado probablemente sería catalogado de “exclusivo barrio cerrado”.
Cuando se construyó este conjunto de viviendas ya existía la Iglesia y el colegio del Sagrado Corazón, en lo que era una zona de quintas que se fue parcelando, mientras también se abrían nuevas calles. “El extenso lote donde está Monseñor Espinosa fue donado por Leandro Pereyra Iraola, y la fabricación de casas se logró gracias a la Unión Popular Católica Argentina que, en 1917, encabezó una gran colecta nacional para construir casitas para familias numerosas de pocos recursos. El entonces arzobispo de Buenos Aires, Mariano Antonio Espinosa, organizó las donaciones de cal, ladrillo, etc.”, explica Brinatti. Se inauguró en 1923, el mismo año que falleció el sacerdote, quien tiempo antes había dado el visto bueno para que llamaran al sitio por su nombre.
Durante los primeros años, la administración estuvo en manos de la Acción Católica y, pasados los años 50, se pusieron a la venta las casas teniendo prioridad en la compra quienes allí alquilaban. “La mayor parte de los habitantes del conglomerado no tenía dinero para adquirir su propiedad y por eso dos o tres vecinos, socios del Hogar Obrero, pidieron la financiación de las 64 viviendas. Pero tres familias tenían ahorros suficientes para comprar y rechazaron el crédito. El resto lo aceptó y lo pagó durante años a cuotas irrisorias”, cuenta Brinatti.
El lugar es especialmente tranquilo, tiene una plaza central y arboledas de pinos, tipas y palmeras. Se escucha a los loros y se observan los pájaros carpinteros que provienen de la Costanera Sur. Las fachadas están bien conservadas: casi todas son iguales, con su antepecho rojo de ladrillo a la vista, lo que las identifica. Solo algunas, las que dan a la calle, fueron intervenidas con piedra en el exterior.
Según explica Moderna Buenos Aires, el portal del Consejo Profesional de Arquitectura y Urbanismo, se trata de un conjunto de 64 casas individuales con una estructura simple de ejes de composición octogonales. “Un espacio arbolado ordena cuatro tiras de viviendas de cada lado. Las tiras de planta baja y un piso tienen fachadas revocadas, cubiertas de chapa con zócalo, dinteles y ladrillo”. Pero en realidad son 65 ya que una de ellas funcionaba como la despensa del lugar donde los vecinos se abastecían para no recorrer grandes distancias.
Por ese entonces, cuando se construyó este barrio, por lo general los hogares de Buenos Aires eran todos tipo casa chorizo. Estas, en cambio, fueron creadas con el concepto actual de unificar instalaciones: tienen una pared seca y una pared húmeda la cual comparte los caños de agua y desagües de dos viviendas lindantes. Son amplias, compactas, pensadas para familias grandes: tienen 50 metros cuadrados por planta, 100 en total si son dos plantas, o 150 algunas a las que se les añadió un altillo. Cada una cuenta con su pequeño jardín privado en la parte posterior. Hasta el año 2000, aproximadamente, los habitantes de la zona entraban al predio para acortar camino. Luego se cercó por seguridad.
La obra fue diseñada por el arquitecto Carlos Cucullu Curuchet y edificada por la empresa constructora Sabaté. Los vecinos son siempre los mismos. Casi nadie tiene interés en mudarse, aunque cada tanto sale una casa a la venta con valores que rondan los 200.000 dólares.
Tal como sucede en los barrios cerrados, hay gastos en común: “Las expensas son bajas, nos alcanza para pagar la luz, mantener la plaza y otros gastos aunque nos gustaría poder reparar y pintar la entrada principal”, agregó la arquitecta Brinatti.
COMENTARIOS