- Comunas
- 03.11.2021
MEDIO AMBIENTE
La Ciudad necesita medio millón de árboles, espacios verdes y plantas para recuperar la biodiversidad
La Ciudad de Buenos Aires atraviesa una crisis ambiental, los espacios verdes existentes están muy por debajo de lo recomendable por la Organización Mundial de la Salud.
En la mayoría de los barrios porteños faltan espacios verdes, durante la pandemia quedó en evidencia este déficit que es perjudicial para la salud de la población. La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda entre 10 y 15 m2 de verde por habitante. La Ciudad de Buenos Aires tiene apenas 5,13 m2, uno de los peores índices a nivel mundial. Sin embargo, ese número es bastante ficticio porque el Gobierno de Horacio Rodríguez Larreta cuenta como espacios verdes a los canteros, maceteros, jardines verticales y plazoletas.
La OMS dice que es necesario que haya un árbol cada tres habitantes. La Ciudad de Buenos Aires tiene tres millones de habitantes, pero solamente 470.000 árboles, según los registros oficiales. Esto implica que haría falta plantar, como mínimo, 530 mil árboles más. Y si se tiene en cuenta que normalmente ingresan a la Ciudad otras casi tres millones de personas todos los días, este número debería ser aún más elevado.
A ese diagnóstico llegó Marcelo Corti, arquitecto y director del Centro de Desarrollo Sustentable Geo de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA. “La Ciudad tiene una serie de problemas ambientales acuciantes. El primero es la falta de espacios verdes y, de forma asociada, la falta de arbolado. Lo grave es que estamos lejos de una solución”, advierte a Diario Z.
Corti señala que, además de ser pocos, los espacios verdes están “mal distribuidos”: en la Comuna 5 (Boedo y Almagro), la disponibilidad no llega a 2 m2 por habitante y en la Comuna 11 (Villa Devoto, Villa del Parque, Villa Santa Rita y Villa General Mitre): 1,5 m2. En el Norte de la Ciudad, en cambio, el promedio general está por encima.
“Otro punto clave es el arbolado. Necesitaríamos tener un árbol cada tres habitantes, pero no llegamos ni a la mitad. Es una materia pendiente. La Ciudad necesita una replanificación, la pandemia lo dejó muy en claro. No hay una lógica de planificación urbana que les dé preponderancia a los espacios verdes y al arbolado. Está a la vista que esto no es una prioridad para el Gobierno de la Ciudad”, explica Corti.
En la misma línea reflexiona el ingeniero agrónomo Eduardo Haene, docente e investigador de la Universidad de Belgrano: “Percibo una inercia de mantener las ciudades como están concebidas y con pocas chances de cambiar. En el resultado, tenemos modelos de otros tiempos, anarquía y una desconexión con la naturaleza, no sólo a escala Ciudad de Buenos Aires, sino en el país”.
Haene apunta que la OMS ha demostrado que el bienestar humano en las ciudades está directamente relacionado con la “biodiversidad urbana”. Es decir, el impacto de la variedad de formas de vida presentes en una ciudad, tanto de flora como de fauna. “Hay acuerdos internacionales firmados por la Argentina en ese sentido, pero las acciones cotidianas son las pensadas hace un siglo, cuando la problemática ambiental no había surgido”, advierte Haene a Diario Z.
“Hace un siglo nadie sospechaba las consecuencias que tendría para las ciudades arrasar con los restos de bosques nativos, secar humedales, diseñar barrios sin forestación, cubrir manzanas enteras con construcciones”, señala Haene. Sin conciencia por la pérdida de calidad de vida, menos había estimaciones sobre el aumento del impacto ambiental. “Lo que nos preocupa es ver cómo se siguen esas pautas de principios del siglo XX cuando hoy sabemos que no son adecuadas”, insiste.
Las acciones individuales también tienen un efecto en el resto de la población. Por ejemplo, quien elimina o no incorpora un cantero en la vereda, está afectando la salud de todo el barrio. “Cada ciudad debe cuidar y restaurar su biodiversidad, es una prioridad sanitaria”, dice Haene.
“Es sorprendente las plantas y animales silvestres que aún encontramos en la región metropolitana de Buenos Aires. Nos preocupan las ausencias y los barrios que son desiertos de biodiversidad. Es muy contrastante la pobreza de flora y fauna entre los sitios ‘ricos’ y los barrios construidos por el Estado”, asegura el especialista.
Las aves y las mariposas son indicadores ambientales fáciles de registrar. “Su hallazgo nos permite comprender que hay más especies silvestres allí, aunque no sean tan notables”, explica Haene. “Hemos comprobado que el cultivo de pasionarias (Passiflora caerulea) aumenta el número de mariposas espejitos (Agraulis vanillae), las Asclepias la monarca austral (Danaus erippus) y las Aristolochia la borde de oro (Battus polydama). Logramos ver nacer estas maravillas aladas en nuestro hogar”, añade.
“Varias plantas nativas son clave para dar comida al zorzal, a la calandria, al celestino y al pepitero de collar, entre otras. Estas aves coloridas y de cantos fabulosos pueden hacerse más habituales en la región metropolitana de Buenos Aires si cultivamos anacahuita (Blepharocalyx salicifolius), chal-chal (Allophyllus edulis), jazmín de monte (Psychotria carthagenensis) y huevito de gallo (Salpichroa origanifolia), cuatro plantas ornamentales nativas”, continúa.
Buenos Aires está enclavada en una región templada de mediana biodiversidad, donde convergen tres ecorregiones: pastizal pampeano, bosque de tala y ribera platense asociada al Delta del Paraná. “Pero como todo se ha uniformado con un paisaje urbano de estilo europeo, los espacios verdes carecen de las especies nativas típicas de la región, inclusive las consideradas ornamentales en el hemisferio norte”, critica Haene, en relación a un aspecto a tener en cuenta para relanzar un plan de arbolado público. “La biodiversidad de una ciudad es la que sus ciudadanos decidan. La apuesta es que las personas comprendan la realidad ambiental de su lugar y pidan cambios para mejorarla”, explica.
Existe un creciente movimiento ambientalista en la Ciudad, evidenciado, por ejemplo, en las movilizaciones en contra de la venta de Costa Salguero y la Costanera Sur, esto puede redundar en una serie de propuestas para mejorar el panorama actual. Haene es autor de un proyecto para crear “biocorredores” urbanos.
“El biocorredor es un ‘archipiélago’ de naturaleza en un mar de cemento, asfalto y chapas. La ecología nos enseña que en la medida que esas ‘islas’ verdes estén más cerca entre sí, muchas especies podrán emplear el conjunto como un solo territorio saltando entre una y otra”, enseña.
Cuanto más grande la isla, mayor diversidad de flora y fauna, por eso las reservas naturales urbanas son las fuentes más sólidas. Para muchas especies los “puentes” entre islas son claves, por lo que el arbolado lineal de vereda es el mejor ejemplo: “Es urgente contar con variedad de árboles nativos en las calles, para brindar un bosque lineal por los cuales se desplacen aves y mariposas selváticas”.
Haene también resalta la importancia de los jardines privados, ya que la sumatoria de muchos patios equivale -en términos ecológicos- a una plaza, algo que va a contramano de la edificación de torres: “Siempre la diferencia la hace el uso de plantas nativas, la mejor garantía de brindar alimento y refugio a la fauna. Por ejemplo, la mayoría de las orugas sólo se alimentan de una o un número reducido de plantas nativas. Si contamos con estas ‘plantas nutricias’, podremos criar mariposas en nuestros jardines”.
Para lograr este objetivo, dice Haene, “todavía hay vicios y una cultura de la simplificación que va en contra de la biodiversidad, o sea de la salud humana”. Y pone como ejemplo a las empresas que tienen a cargo el cuidado del verde urbano, que se acostumbraron a un “paisaje pobre y fácil de trabajar”.
“En la Argentina falta profesionalización, los contratos son imprecisos y hay ausencia de fiscalización técnica, lo cual atenta contra una búsqueda de un verde urbano con diversidad de especies nativas y el respeto de la biodiversidad. Ello se manifiesta tanto en el ámbito público como privado. La solución es simple: necesitamos jardineros en los jardines”, concluye Haene.
COMENTARIOS