COMUNA 1

Abrió la primera librería en el Barrio 31 con los libros que encontraban los cartoneros

Nadie Huamán Rojas es escritor y vecino de la Villa 31. Llegó a la Argentina hace 29 años desde Chosica, Perú. Es un apasionado de la literatura, en 2018 comenzó a juntar los libros que le vendían los cartoneros, y durante la pandemia abrió un local debajo de su casa.


En el Barrio 31 vive y trabaja Nadie Huamán Rojas, la gente lo conoce como “Bigote”. Su historia está cargada de épica y literatura, tiene cuatro novelas publicadas, además de cuentos, poemas y antologías literarias, participó cuatro veces del Encuentro Internacional de Escritores, Poetas y Artistas. Durante la pandemia abrió la primera y única librería que existe en la Villa 31.
 

Nadie me puso mi padre. Él había buscado nombres en la Biblia, pero no le gustaba ninguno. Después leyó La Ilíada y La Odisea y le gustó este. Era de Odiseo, que había encontrado una forma de burlar las trampas que le hacían. En el colegio me hacían un montón de cargadas por mi nombre. Estaba cansado: ”Nadie se escapó, Nadie hizo esto””, cuenta a Infobae.
 
Su local se llama “La Librería de Nadie”. Llegó a la Argentina en 1993, desde su ciudad natal Chosica, Perú, y  en 2007 se instaló definitivamente en la 31. Aunque vivió en San Isidro y Almirante Brown, se enamoró de la “vida rebelde de la calle”.
 
Al principio se dedicaba a la venta de artículos usados que le traían los cartoneros. “Vendía inodoros, bachas, rejas para ascensores, pero me llamó mucho la atención que me traían muchos libros. Había muchos libros que yo no había leído y me daba pena que fueran a la fundición de papeles”.
 
Entonces los fui apilando, apilando, apilando, y se llenó. Algunos los mandaba a la biblioteca, pero no sé qué pasaba ahí; hasta que decidí hacer una feria. Hice la primera hace tres años, antes de la pandemia, y pude ver, captar a las personas y qué tipo de libros buscaban”. Así, en 2019 se le ocurrió dedicarse de lleno a la venta de libros y abrir “La Librería de Nadie”.
 
“Cuando me puse el local algunos pensaban que estaba bien, otros me decían ‘tenés que estar loco para vender libros acá’”, recuerda. “Para mí es una forma de compartir un granito de arena a los jóvenes de los que somos mayores”. “La Grandeza del Inmigrante” es una de las novelas que Huamán escribió en 2015 inspirado por su propia experiencia.
 
El local queda debajo de su casa y tiene una decoración que llama la atención. Entre pinturas antiguas, pieles de hurón, bicicletas para niños y un muñeco de dragón rojo, se pueden encontrar más de 2.000 títulos para todos los gustos; desde medicina, sociología y derecho, hasta cuentos de Horacio Quiroga o recetas de cocina de Doña Petrona. Los precios oscilan entre los 100 y los 200 pesos, aunque pueden bajar dependiendo de las posibilidades económicas del cliente.
 
“Se llevan de todo en el barrio. Algunos buscan novelas, otros cuentos cortos, otros fábulas. Últimamente están llevando muchas historietas o libros de pocos capítulos, como “El Principito”. Algunos muchachos vienen a conocer sobre las leyes y sus derechos, otros llevan también de psicología. A veces pasa que están buscando obras hace tiempo y de casualidad las encuentran acá. Muchos buscan libros de autoayuda o la cosa más rápida, como “Padre Rico, Padre Pobre” o libros de Napoleón Hill, de éxito”, explica Nadie, y agrega que al principio de la pandemia todos llevaban Biblias.
 
“A mí me gustan todos los géneros. Me gusta mucho Marcos Aguinis. Me llamaron mucho la atención sus libros, que los he encontrado acá en la calle. Libros que no he podido leer en el Perú, acá los tengo. Hay grandes escritores en la Argentina. Él último que me gustó mucho, y que el escritor estuvo acá, fue “Ácido” de Ariel Azor”, cuenta Huamán.
 
“Han venido muchos escritores al local. Llegan al barrio a inspirarse, a ver la realidad. Por ejemplo, publicamos un libro que se llama “Antologías Villeras”. Vinieron a relatar su paso por el barrio un grupo de escritores de Puerto Rico que se habían alojado en el bajo fondo de Brooklyn. Les dijimos que acá no podían grabar porque la gente iba a pensar que eran de la policía”, continúa el librero. “Me gustan los libros que te entran por el oído y no por el ojo. Son esos que agarras una palabra y no los sueltas”.
 
Él intenta inculcar el hábito de lectura en los niños. “A veces vienen chicos a buscar historietas y los padres no quieren, prefieren comprar otras cosas. ‘Es porquería eso’, les dicen. Yo les digo que tienen que dejarlos, no hay que cortar esas etapas. Ahora todo es rápido, la gente no quiere imaginar. Pero la única forma de escapar e imaginar es por medio de la lectura”, dice Huamán.
 
Él mismo se convirtió en un ávido lector gracias a su padre que de pequeño lo “obligaba” a leer fábulas y poemas de José Santos Chocano, un escritor y revolucionario peruano. Recuerda con cariño que el primer texto que leyó fue el de “La Cigarra y la Hormiga”, en el colegio primario.
 
“Yo me inicio en esto porque le escribía las cartas a mi mamá. Ella no sabía leer, y en esos tiempos yo le traducía las cartas que mi papá le escribía y redactaba lo que mi mamá me dictaba”, cuenta. Su padre era constructor y trabajaba muy lejos, por lo que debían caminar una hora cada vez que querían recoger cartas o enviarlas.
 
“Para mí la escritura es un modo de liberarme, de estar tranquilo. Me gusta escribir sobre la realidad. Escribí una novela que se llama “El Hijo del General”, sobre el caso de los ochenta que viví en Perú, y por esa razón me vine a vivir acá. El último que publiqué fue “La Grandeza del Inmigrante”. No se puede escribir sobre algo si no lo vivís, si no lo sentís. El libro trata de la migración, de cómo se llega, de superación, amistad, huida y encuentro, del querer salir; pero siempre en la vida nos encontramos atados a algo”, se explaya Huamán.
 
“En los ochenta estaba en Ayacucho, un lugar convulsionado por la guerra de Sendero Luminoso. Yo era infante de marina. Mi sueño era ser militar porque todos querían que lo fuera, así como lo habían sido mis abuelos. Fui jefe de una patrulla, pero mi vida cambió porque vi muchas cosas que no me gustaron. No me gustaba lo que hacían. De ahí me hice rebelde, me gustó la calle. No quise más ser militar”, recuerda el librero.
 
Antes de venir a trabajar a la Argentina, Huamán fue enviado a patrullar montañas en el departamento Ayacucho, donde operaba la organización armada Sendero Luminoso. Un día se encontró con un niño huérfano, de padres guerrilleros muertos. Pasaron todo el día juntos, pero nunca más volvieron a verse. De esa experiencia escribió “El Hijo del General”, publicado en 2014.
 
Nadie también pinta cuadros, la mayoría de sus obras están inspiradas en paisajes naturales del Perú. Algunas las hace para él mismo y otras las vende, asegura que le ayuda económicamente.
 
A los 9 años yo ya pintaba, participaba en concursos de colegios y todo. En un encuentro nacional me frustran la pintura porque me hacen participar tarde. Y nunca más pinté, tiré todo. Había que estudiar. Durante la pandemia empecé a reflexionar de muchas cosas, y con el Covid, que estaba aislado, me dediqué a la pintura. Te queda un trauma, te cierran un capítulo y después vuelve a resaltar en otro aspecto. Es como si encontraras un camino que te faltó recorrer”, declara Huamán.  


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