OPINIÓN

"Un jefe de Gobierno lanzado a la presidencia", por Werner Pertot

Larreta abrió las sesiones esquivando el elefante en el cuarto: los chats que vinculan a su ministro de Seguridad de licencia con presuntos actos de corrupción y arreglos non sanctos con jueces

Cuando surgen conversaciones que muestran a un funcionario arreglando “sobres” con un empresario contratista del gobierno porteño, o aceptando viajes pagos por un holding mediático a estancias del sur, o arreglando la entrega de autos a jueces, o rosqueando causas con esos magistrados, ¿se puede obviar todo esto? Aparentemente, Horacio Rodríguez Larreta pudo. En su apertura de las sesiones legislativas de la semana pasada, el jefe de Gobierno pasó olímpicamente por alto el gran escándalo del momento en la política porteña. De hecho, ni siquiera se refirió a que no tiene ministro de Seguridad cuando enumeró los datos de la inseguridad. La oposición porteña, gentilmente, se lo recordaba con carteles que marcaban la cantidad de días sin ministro que llevaba. Nada hizo que Larreta cambiara sus planes: trazó una imagen de la Ciudad de Buenos Aires idílica, donde no se coló ninguna crítica, y le dio para adelante con un discurso de campaña para llegar a la presidencia.

Fue el último discurso de Larreta como jefe de Gobierno (aún si no fuera candidato nacional, ya no puede reelegir) y no se esperaba otra cosa que lo que hizo: venderse como el mejor gestor para gobernar la Nación, porque “ya lo hicimos en la Ciudad”. Es, calcada, la estrategia que utilizó Mauricio Macri años antes para escalar hasta el Sillón de Rivadavia. Incluso hubo agradecimiento al ex presidente, como un gesto de cese de hostilidades que no se sabe si será tenido en cuenta.

Ahora bien, esa imagen que trazó Larreta de la Ciudad de Buenos Aires se da de patadas con los datos reales. Por ejemplo, se vanaglorió de haber “defendido la educación” por haber abierto las escuelas en plena pandemia del coronavirus, poniendo en riesgo a estudiantes y docentes. En esa cuenta –y en su discurso- no entró la restricción presupuestaria que, año a año, viene creciendo en el área, la no construcción de escuelas y la consecuente falta masiva de vacantes, un problema que ya tiene décadas y que no parece estar entre los objetivos a resolver por parte de la gestión PRO. Nada de esto le impidió prometer “la revolución educativa más ambiciosa de la historia argentina" cuando sea presidente.

En la misma línea, en materia de seguridad vendió a Buenos Aires como la Ciudad más segura de América Latina, sostuvo que hay que compra tásers como remedio ante “situaciones de mucha concentración de gente” (¿tendrá en cuenta que no están recomendadas, precisamente, ante tumultos?), y eludió cualquier mención a su ministro de Seguridad.

Con respecto a la pobreza, Larreta aseguró que cumplió con su plan de urbanizaciones de las villas. No obstante, la Auditoría porteña ofrece datos que contrastan con esa afirmación: concretamente habla de retrasos de casi un año en las obras de la Villa 20, falta de control por parte del Gobierno porteño y falta de planificación. Para colmo, muchas de las empresas involucradas son cercanas al PRO: algunas fueron contratadas por Mauricio Macri cuando era presidente para remodelar la Casa Rosada, otras tuvieron denuncias por sobreprecios en la construcción de un Metrobús y hasta hay entre ellas aportantes de campaña del PRO.

Nada de esto, por supuesto, fue mencionado por Larreta, que está tan subido a la candidatura presidencial que terminó hablando de la guerra en Ucrania. ¿Es que el Gobierno de la Ciudad va a retirar a su embajador? ¿Qué dirá el canciller porteño?

Por último, Larreta recurrió una vez más al discurso antipolarización que viene ensayando. El jefe de Gobierno considera que le puede entrar al sector de la población que muestra hartazgo con los conflictos constantes. El problema es que lo hace sobre un telón de fondo de peleas permanentes dentro del PRO, que lo tienen a él y a Patricia Bullrich como principales protagonistas (con una María Eugenia Vidal que se mantiene estudiadamente a un lado). Larreta le dedicó incluso una frase a Bullrich: “El cambio no es gritar”.

En suma, fue un discurso de campaña, pero donde las afirmaciones sobre el estado actual de la Ciudad son tan idílicas y tan soñadas que solo cabe preguntarse: ¿dónde queda esa Ciudad de la que tanto nos habla Larreta? ¿La conoceremos alguna vez?

COMENTARIOS