COMUNA 11

Isa de Ifigenia: “Tenía este sueño hace mucho tiempo y cuando entro acá no puedo creer que esté pasando”

Isa en venezolana llegó a nuestro país hace 7 años con el sueño de tener un café literario. Hace seis meses abrió Ifigenia en la esquina de César Díaz y pasaje El Método, en el barrio de Villa General Mitre.

Dafne Strobino

Ifigenia es un lugar de ensueño, situado en una esquina del barrio de Villa General Mitre por donde pasa una bicisenda y un pasaje que invitan a sentarse en una de las mesas de la vereda a tomar un buen café, comer algo rico y leer un libro. Isa encontró este local por internet y se enamoró. Sólo tiene seis meses de vida y este domingo habrá festejo a las 17 horas con música en vivo, lectura de poesía y feria de libros. Los vecinos y vecinas ya se hicieron habitués. Isa nos recibió con su calidez y voz cantarina, nos contó cómo fue cumplir con este sueño.    
 
Contanos cómo surgió la idea de abrir este bar literario
Yo vengo de Venezuela, vivía en un pueblo muy chico de pocos habitantes, no había nada para hacer y de chiquita me aburría. En mi casa por suerte había una biblioteca y leía mucho. De ahí viene mi amor por los libros. Me hubiese encantado estudiar periodismo o algo que tuviese que ver con las letras, pero en mi familia eso era medio hippie. Ya de grande, empecé a vender libros usados, me alucinaba la idea de curar los libros, de seleccionar, ya tenía un gusto estético por la editorial, la tipografía, el papel, esas cosas me encantaban, entonces armé un emprendimiento. Me empecé a llenar de libros en casa, vendía por correo postal, enviaba a toda Venezuela hasta que me quedó chiquita la casa y tuve que alquilar un local, pero también quería recibir gente, que no sea solo una oficina, entonces armé una especie de guarida de libros.
Fue hermoso porque era una casa comunitaria donde había un restorancito en la parte de abajo, arriba una casa de antigüedades, yo tenía los libros y se generó toda una movida literaria. Eso duró un año aproximadamente. Luego, por la situación de mi país me planteo irme y cierro el lugar. Vuelvo con libros a casa.
 
¿Cuándo llegaste a la Argentina?
En 2014 había venido de vacaciones a Buenos Aires y me encantó, me volvió loca. Era el Mundial 2014 y yo era una argentina más dando saltos por toda la Avenida de Mayo. Después de ver en la Plaza San Martín la semifinal con Holanda, me hizo click, algo que yo no conocía que es esa pasión masiva. Porque hay pasión en cada cultura pero nunca había visto algo así, ver que no había distinción de clases, era hermosísimo y yo sentí que me hacía falta la pasión (se le llenan los ojos de lágrimas). Ahí decidí que Buenos Aires era el lugar en el que quería estar.
Hace 7 años llegué a Buenos Aires para quedarme a vivir. La noche antes de viajar armé las maletas, hice una juntada con mis mejores amigas para seleccionar qué libros me iba a traer, algo muy difícil. Ya había pasado por esa situación de recibir libros de gente que se iba del país, o recibir bibliotecas de personas que habían fallecido, pero ahora me tocaba al revés. Esa noche entendí que en las cuatro maletas que me llevaba entraban unos 80 libros, ahí seleccioné mucha literatura venezolana que sentía que tal vez no iba a encontrar acá y filosofía o libros que por su condición editorial podían ser atractivos y que podía vender por si me hacía falta dinero.
 
¿Cómo fue la llegada definitiva a Buenos Aires?
Al principio buscaba como loca trabajo en librerías, me imaginaba trabajando en un lugar así, pero me encontré con una barrera, me preguntaban si había estudiado Letras, si bien había leído los clásicos argentinos, sabía poco sobre literatura argentina. Ahí me puse un poco triste y dije: “que sea lo que tenga que pasar”, pero tenía el gusanito del café. Yo había hecho un curso de café, soy gran tomadora de café. Mi papá que es ingeniero agrónomo, cuando era una niña, traía café verde y lo tostaba en casa. Mi pasión por el café es muy parecida a la de los libros, más primaria tal vez, por el aroma, el despertar, el ritual de tomar café. Caí en un lugar en Buenos Aires que me enseñaron a hacer café a nivel profesional. Ahí dije: “Yo voy a armar un café literario”.
 
Fue unir las dos pasiones
El gusanito estaba allí pero económicamente era muy difícil. Empecé a buscar opciones, les pedí a mis padres, pero no los quería comprometer. Un día pude acceder a hacer una asesoría sobre café en un restaurante y ahí tuve un poco de dinero como para estar unos meses sin laburar y ahí me dije: “este es el momento, si no armo el proyecto ahora no es” y como había estudiado administración de empresas, armé el proyecto con la parte numérica con lo que necesitaba y empecé a tocar puertas a amigos, gente conocida. Pasé por mil cosas, por gente que no me creía, que me decía que era una soñadora.
                          
¿Cómo encontraste este lugar?
Quería abrir en un barrio donde no estuviese estallado de bares, porque entiendo el café como un lugar de servicio público, dónde la gente se reúna, donde pueda hacer una pausa, juntarse con algún amigo, a verse con la familia, a hacer tiempo. Tampoco quería un barrio de moda, buscaba por internet, salía con la bici, paseaba y este local lo encontré por una página de alquileres de inmuebles. No conocía Villa General Mitre, conocía La Paternal de pasada porque vivía en Chacarita. Y que la cuadra tuviese una bicisenda, que fuese en esquina, con un pasaje, era soñado. Esa noche le dije a mi novio: “vamos en las bicis a ver qué onda el barrio” y cuando vi la esquina dije: “es este el lugar”.
 
¿Sabés algo de la historia del local? ¿Qué había antes de Ifigenia?
El local era nada que ver. Primero había sido una casa familiar, de una familia judía, después fue kiosco de esos que tienen de todo, también hubo una ferretería, una mueblería. Lo último que hubo fue un estudio de fotografía de desnudos.
 
¿Por qué se llama Ifigenia?
Escojo el nombre porque quería que tuviese nombre de mujer y porque hay una escritora venezolana, Teresa de la Parra, que en 1924 escribe la novela “Ifigenia” de corte feminista, que en esa época era vetado, no se la querían publicar. Me obsesioné con esa novela y empecé a hacer un proyecto que se llamaba Proyecto Ifigenia que consistía en leer en lugares públicos, porque sentía que la sociedad venezolana no había entendido a Teresa de la Parra, sentía que había que hacer algo.
También porque Ifigenia lo toma Teresa por el mito de la hija de Agamenón que tiene que ser sacrificada para que los griegos continúen su navegación hacia Troya, para tener viento a favor. Es una forma de decir que las mujeres siempre nos sacrificamos para que los hombres cumplan su cometido.
 
¿Qué tipo de libros se encuentran en la biblioteca?
Siento que es una responsabilidad social que incluyamos literatura femenina porque siendo una mujer, migrante, lectora, que el bar lleva el nombre de una mujer. Tratamos que la biblioteca vaya creciendo y que haya más mujeres en los títulos, novedades o libros que se están republicando y que estuvieron agotados. Me estoy dedicando a eso. Cuando vas a una librería, en un paneo general, ves que el 80% o más de los libros son de escritores hombres.
La mayoría de los libros son míos, arrancamos hace tres meses con una biblioteca personal, pero luego los libros empezaron a llegar, yo creo que los libros atraen libros. El barrio ha traído bastantes, hicimos contacto con algunas editoriales que quería que estuviesen como Caleta Olivia que se especializa en poesía, Las Furias que tiene mucho de psicoanálisis y feminismos, sabemos que vamos a ir creciendo y vamos a ir teniendo editoriales pequeñas.
Han traído otro tipo de libros de donación, ahí hago una curaduría porque no quiero que la biblioteca esté llena de cualquier cosa, que sea un depósito de libros, sino que realmente haya calidad y que la gente venga a leer un rato y se lleve algo lindo.
 
¿Cómo funciona la biblioteca?
Mi intención es que la biblioteca sea abierta a la comunidad, a la vecindad pero con una curaduría. Los libros no los prestamos para que se los lleven, pero ya hay algunos clientes que son tan habitués que tienen permitido llevarse porque se enganchan con algo y es muy difícil decirles que no. Pero la idea es que la gente venga a leer, que sea esa pausa en el que el café es una invitación a leer. Y está pasando, nosotros dejamos libros sobre las mesas, la idea es ir rotando para que la gente desconecte el teléfono y que Ifigenia sea un poco más analógica, no tan digital como es la vida hoy en día, que vengan a leer.
 
¿Qué otras actividades encontramos en Ifigenia?
Queremos que pasen cosas con los libros, que haya talleres en relación a los libros que tenemos, lecturas poéticas. Estamos armando un ciclo para que cada domingo a las 19 horas haya música y lectura porque los domingos son días más apagados, donde no hay tantas propuestas y este es un barrio que necesita activar. Nos han llegado propuestas de músicos del barrio para armar algo en la vereda. Así el barrio puede ir pasando y ver que algo ocurre.
Ya hemos hecho algo de tango porque Ifigenia es tanguera, le gustan los tangos. Como remontarnos a épocas que ya se están olvidando como el encuentro en el café donde se dan las charlas, a veces la gente charla de mesa a mesa de política, de literatura. El café es eso, hay lluvia de ideas, hay conversación, hay debate.
 
¿Cómo es la relación con el barrio?
El barrio es divino, maravilloso, siempre recibimos cariño, hay una contención, yo no tenía esas expectativas.
 
¿Cuantos forman parte de Ifigenia?
El proyecto arrancó con un primo y mi novio, después empezamos a buscar personal. Como yo venía del ambiente del café conocía gente. Luego, una chica que era clienta y le encantó Ifigenia, ahora es parte del equipo. Es bastante comunitario, ahora somos todas chicas, nos llamamos Las Ifigenias.
 
¿Cómo está compuesta la carta de Ifigenia?
Para mí era importante que la propuesta gastronómica la hagamos nosotros, no depender de terceros, así es como el 90% de la carta es nuestra. Hay cosas tradicionales argentinas como la medialuna, el chipá que es más de Paraguay pero nos lo quedamos, hacemos el típico tostado con pan de masa madre, con un buen queso, tomates asados.
Después hay cosas históricas mías, que soñaba con tener como la torta Marí, que es la torta de mi abuela. Mi abuela tuvo 9 hijos varones y cincuenta y pico de nietos y ella hacía la misma torta para todos los cumpleaños que tiene una crema de café con un bizcochuelo de vainilla, una torta bien sincera, era lo que ella tenía para darnos.
Además tenemos unas rosquitas españolas que mi mamá aprendió a hacer con su amiga Maruja, una señora española que había llegado a Venezuela de las Islas Canarias. Recuerdo de niña verlas haciendo un montón de rosquitas que repartían después entre casa y casa, y a mí me enloquecían, mi mamá las guardaba en tuppers arriba de la alacena para que yo no me las robara. Y ahora la gente nos pide una Maruja, las rosquitas no se llaman así, es el nombre de la amiga de mi mamá. Quería rendirle un tributo a ella, las mujeres somos historias contadas y las recetas también son parte de eso, la herencia que lleva cada una consigo.
Hacemos granola. Todo es casero pero muy simple porque no somos pasteleros ni chef, son recetas propias.
Con las bebidas me pasó que me enamoré de la soda cuando llegué a Argentina. En Venezuela no existe la soda, solo se compra para hacer algún traguito especial y aquí la soda me pareció alucinante. El hibiscus, que es la rosa china, siempre la usé para refrescar, para infusiones, entonces probé hacer un almíbar con la flor y la mezclé con soda y a la gente le encanta. La gente está abierta, se atreve a tomar esas cosas raras que no está normalmente en la carta de una confitería. A mí me divierte.
También tenemos café con licor, cervezas, vinos. Hacemos tragos con café que les puse nombres de escritoras. Hay uno con vodka que se llama Lou Andreas-Salomé que es rusa; hacemos el Alfonsina Storni que es un capuchino frío con Hesperidina y Tía María, que es algo muy de acá; otro que es como un mojito cubano con café y ron venezolano. Siempre con un hilo conductor de mujeres y feminismos.
 
¿Tenés algún proyecto para el futuro? 
A mí me tienta replicar este proyecto en otros lugares, hay barrios en Buenos Aires que están un poco olvidados y llevar una propuesta de este tipo, como a Almagro, a San Nicolás, a Floresta, son lugares por los que paso y me digo: “esta esquinita está buena”.
En cuanto a Ifigenia es seguir dándole cabida a lo literario como presentaciones de libros, charlas, conversatorios, que venga alguien a contar su historia, gente que se está iniciando.
 
También tienen discos
Eso tiene una historia porque cuando empecé con la idea de abrir un café mi novio me regaló para mi cumpleaños un combinado antiguo que funciona a válvulas y me dijo: “esto es para cuando abras tu bolichito”. Él es locutor, viene del palo de la radio, y la idea es musicalizar Ifigenia con discos.
La gente nos trajo muchos discos, tenemos una colección de Gardel que nos regaló una clienta divina y hemos ido consiguiendo también, hay mucho tango, música brasilera, boleros, esas músicas que escuchaban nuestras abuelas y que ya está en desuso y a mí me parece maravilloso que jóvenes de 17, 18 años se transporten a otra época cuando se escuchaban estos discos, un sonido que no es tradicional ahora. Ya no se escucha el disco entero, estamos tan acostumbrados al Spotify, a saltar de tema en tema, que pienso que hay que volver a eso, a escuchar el disco entero. Hace unos días vino una clienta y ordenó los discos por género.
Vienen muchos niños, que me llaman la atención. Tuvimos la visita de Chiqui González (Ángeles) que fue ministra de Cultura de Santa Fe, es especialista en niños y trabaja con las infancias. Se comprometió a armar una biblioteca para niños acá. A los niños les gusta el lugar y es lindo tener libros para ellos.
 
Ifigenia queda en Cesar Díaz 2249, abre de martes a domingos de 9 a 21 horas. El domingo se festejarán los seis meses de vida de este hermoso proyecto con música en vivo, lecturas y feria de libros desde las 17 horas. 


 


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