TRADICIONES

Las vinerías familiares que resisten en los barrios

Las vinerías familiares suelen ser manejadas por los herederos de sus dueños originales, muchos de ellos inmigrantes, ofrecen un trato personalizado y botellas difíciles de conseguir.


En épocas de grandes cadenas de vinotecas, en la Ciudad de Buenos Aires aún subsisten antiguas vinerías familiares que ofrecen vinos de bodegas difíciles de conseguir, minibotellas con whisky o joyas de colección, como licores envasados en cristal de Bacará, constata el diario La Nación.
 
Las coloridas vidrieras de estos pequeños locales despliegan miles de etiquetas de vinos, maltas, coñacs, vodkas, gins, piscos chilenos, cachazas, tequilas, jereces españoles, manzanillas y oportos portugueses. Si bien cada negocio presenta características singulares, la mayoría de estos comercios tiene en común que sus dueños, descendientes de inmigrantes, son expertos catadores y se esmeran por asesorar en forma personalizada tanto a novatos como a conocedores.
 
El vino es moda, la cultura enológica está en boca de todos y cada vez son más los espacios dedicados a estas bebidas. Entre ellos se destaca el almacén “Gran Muñiz”, que se volvió famoso gracias a la discreción y rapidez con la que desde hace casi 100 años despacha bebidas en la zona del Congreso. Esta vinería a cargo de Carolina Muñiz, nieta de los fundadores, es un paraíso etílico de más de 2000 botellas abarrotadas a lo largo de cuatro paredes.
 
"Senadores, diputados y policías fueron y son siempre nuestros principales clientes. Con ellos hay un pacto de confidencialidad", asegura  a La Nación Muñiz. Es que el traslado de la preciada mercadería demanda unos pocos minutos.
 
Además, allí se vende todo tipo de delicatessen, desde bacalao noruego seco hasta castañas de cajú de la India. La bodega personal de la familia, ubicada en el subsuelo del local, esconde algunas rarezas, como el coñac Luis XIII, elegido por Christian Dior, Elton John, Isabel II y Winston Churchill y Charles de Gaulle para brindar después de liberar París.
 
Pero los dueños de la vinoteca Muñiz, como sucedió con el resto de las desplegadas en otros barrios, se las ingeniaron para sobrevivir a los constantes vaivenes de la economía y rechazaron ofertas de grandes cadenas de vinerías cuando intentaron comprarlas.
 
En el barrio de Recoleta, Héctor Lamosa, de 86 años, dueño del almacén “Gran Félix”, recuerda aquellos momentos cuando la gente de la zona no escatimaba en gastos y tuvieron que contratar hasta cinco empleados para dar abasto con la creciente demanda. Pero, con el paso del tiempo, se vieron obligados a reducir gastos y en la actualidad sólo él y su hijo atienden al público.
 
"Los clientes son amigos. Acá entraba Tita Merello, pasaba directamente detrás del mostrador y tomaba lo que necesitaba. También venían Susana Giménez, Rolo Puente, Gerardo Sofovich y la madre de Diego Torres, Ángela Torres", cuenta Lamosa a La Nación, quien llegó de Vigo, España, en 1949.
 
Además de jactarse de los famosos adoradores del vino que visitaron, y continúan haciéndolo, su negocio de Callao y Juncal, asegura que tiene buenos precios y la mejor mercadería: vinos, licores, aguardientes españolas e italianas, quesos y jamones de bodega, conservas de todo tipo y joyas de colección, como la malta original de Chivas Regal en botella de cerámica, o la edición limitada del Royal Salute, de las que sólo se elaboraron 2500 cajas adornadas con el escudo de Gran Bretaña.
 
A unas cuadras de allí, en Pacheco de Melo al 2100, se ubica “Armesto”, otra vinoteca tradicional que tuvo su origen en 1949 en el barrio de Pompeya. El local fue fundado por el padre de los hermanos que actualmente están a cargo del negocio, Ezequiel y Diego.
 
Cuentan sus dueños a La Nación: "Por ese entonces, se consumía mucho tinto en damajuana, había pocas etiquetas y vendíamos los mismos productos que se consumen en España: castañas, nueces y bacalao, en una zona pujante, típica de inmigrantes y de fábricas".
 
Unos años más tarde, se abrió un supermercado a pocas cuadras del local familiar, y como no pudieron competir se mudaron a Recoleta, donde continuaron haciendo foco en la atención personalizada hasta el punto de conocer el nombre de casi todos los clientes, dice uno de los hermanos.
 
A ellos les ofrecen marcas imposibles de conseguir en otro lado y los invitan a degustaciones privadas. Entre los tesoros del negocio hay vinos de 1948 que rescataron del antiguo local de Pompeya.
 
Pero la clientela del barrio es de lo más variada: hay expertos y novatos, mujeres y hombres: "A todos los atendemos con el mismo entusiasmo y honestidad con que nuestro padre trataba a la gente que entraba a comprar", resaltan los hermanos a La Nación. 


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