- Opinion
- 12.01.2016
TRABAJO
Es sólo cuestión de fe
Generalmente se acusa a los gobiernos populares de generar empleo artificial. Al contrario, los “gobiernos serios” construyen marcos apropiados, y buenas señales para que las fuerzas del mercado se pongan en funcionamiento y, de forma natural, la riqueza se derrame desde arriba de la sociedad.
hubo una guerra de clases
y mi clase la ganó”
Warren Buffet,
Tercer hombre más rico del mundo.
Una de las letanías más persistentes en contra de los gobiernos populares o simplemente del populismo en general denuncia su naturaleza artificial. Al contrario de los gobiernos serios que construirían marcos apropiados, herramientas adecuadas y buenas señales para que las fuerzas del mercado se pongan en funcionamiento y, de forma natural, la riqueza se derrame desde arriba de la sociedad, los gobernantes populistas harían trampa generando empleo artificial, con un gasto público desenfrenado, que a la larga terminaría en una crisis peor a la que se buscaba solucionar. Lo artificial, en este caso, se asocia con lo que no es sustentable, una especie de espejismo populista que pretende separarnos de la dura realidad de los recursos limitados.
La falta de sustentabilidad de las políticas populistas suele ser independiente de la duración del período en el que efectivamente se desarrollaron. Así, en el caso de que estos períodos hayan sido largos, las críticas suelen explicarlos por alguna bonanza excepcional que, por supuesto, se dilapidó en empleo público, asignaciones familiares o gasto público en general.
De ahí que, por ejemplo, el aumento del empleo público sea denunciado como un artificio relacionado con el clientelismo y nunca con la necesidad de un Estado con responsabilidades crecientes (asombrosamente, la crítica al Estado ineficaz suele cohabitar con la crítica al aumento del gasto público).
Más allá de lo que duren los espejismos populistas lo cierto es que se terminan apenas son reemplazados por los gobiernos serios. Como hemos podido observar en este primer mes de gobierno de Macri, se suele explicar que el gasto es excesivo con respecto a los ingresos, aunque nunca se busque solucionar ese aparente déficit aumentando estos sino que, incluso, como en el caso de las retenciones, se los reduce. Lo natural consiste entonces en gastar menos y despedir el mayor número de empleados públicos posible ya que siempre hay en exceso (más allá de que, por ejemplo, en la Argentina haya menos que en EEUU).
Para los gobiernos serios, el trabajo público es, al parecer, un lujo que no nos podemos dar. Pero quienes pierdan esos empleos serán retomados por el mercado a menor salario o engrosarán las filas de desempleados, lo que redundará en negociaciones salariales a la baja, ya que nada disciplina más que los altos índices de desempleo. Es por eso que no se trata solamente de supuesto ahorro sino de una tendencia que inicia el gobierno y que tuerce la futura puja salarial a favor de los empleadores privados.
El presidente Reagan solía explicar que bajar los impuestos a los ricos incentiva el trabajo y la inversión y que a la larga eso se traduce en mayores ingresos fiscales. Lo único verdadero en esa afirmación es que los ricos de EEUU que durante 50 años pagaron una tasa de Ganancias promedio del 80% con picos del 90% (años de equidad y crecimiento que no parecen haber ahuyentado inversiones ni propiciado el comunismo), a partir de Reagan pasaron a pagar menos de la mitad, mientras que los pobres y la clase media siguen esperando el incremento de ingresos fiscales prometido. A eso se refiere el multimillonario Warren Buffet con la “guerra de clases” o cuando afirma que el gobierno debe dejar de “mimar a los ricos”.
Lo mismo ocurre con la idea de reducir el gasto público para conseguir un Estado más presente o echar empleados públicos para lograr la Pobreza Cero que Macri dice buscar con ahínco. Se trata de espejismos de derecha.
La gran diferencia es que los espejismos de derecha nos ilusionan con futuros venturosos a costa de presentes calamitosos mientras que los espejismos populistas, más rudimentarios, prefieren ofrecernos presentes venturosos a costa de futuros calamitosos, esos que paradójicamente llegan apenas los gobiernos populistas son reemplazados por gobiernos serios.
De un lado tenemos más presión fiscal sobre los que más tienen, más gasto público, más empleo (público y privado) y del otro, menos gasto, menos presión fiscal y la sincera promesa de que esos mimos a los ricos redundarán en más empleo y un Estado mejor. Es sólo cuestión de fe.
COMENTARIOS