- Opinion
- 27.01.2016
Estrategias discursivas del nuevo gobierno y sus amigos
La pesada herencia
La profundización del modelo (macrista) viene por el lado del tarifazo, el desempleo, y ajuste salarial. Cómo justifica el gobierno sus políticas económicas propias del tiempo del "fin de las ideologías".
Teniente general Uriburu / manifiesto del golpe del 6 de Septiembre de 1930
Las restauraciones conservadores suelen presentarse como el aceite de ricino: una calamidad limitada que nos curará de una mucho mayor.
Es por eso que más que cualquiera otra transición requieren de una pesada herencia, un país devastado que necesite de cirugías mayores sin anestesia (preferiblemente sobre miembros ajenos) y de decisiones duras pero necesarias. El ABC de la restauración conservadora consiste en no presentarse como una opción política dentro de un marco ideológico específico sino como un manual de sentido común, como una ama de casa administrando su presupuesto, con soluciones urgentes que no pueden esperar.
Cualquiera otra transición requieren de una pesada herencia, un país devastado que necesite de cirugías mayores sin anestesia (preferiblemente sobre miembros ajenos) y de decisiones duras pero necesarias.
La hiperinflación de finales del gobierno alfonsinista ofreció una pesada herencia ideal. En ese momento le tocó al peronismo gestionar los vientos del neoliberalismo, como escribió Juan Carlos Torre y llevar adelante la modernización, un candoroso eufemismo que suele usarse para evaporar derechos ciudadanos y regulaciones estatales.
El recuerdo de la hiperinflación fue el acicate que permitió la enorme transferencia de recursos de abajo hacia arriba de la década del 90. La teoría del derrame fue su anoréxico apoyo conceptual, pero en el fondo se trataba también de una serie de decisiones de sentido común: terminar con servicios públicos que nos costaban plata y reemplazarlos por servicios privatizados eficientes, reducir impuestos que limitaban la creación de empleo, terminar con pesadas regulaciones que desincentivaban el impulso empresarial o terminar con la siniestra corrupción pública en manos de honestos administradores privados. Y esperar el resultado virtuoso que nunca llegó.
La pesada herencia kirchnerista es un poco más difícil de ejemplificar y por eso es más polimórfica, por llamarla de alguna manera. Más allá de las vaporosas denuncias sobre la falta de diálogo o la soberbia presidencial, las críticas más concretas suelen además ser contradictorias: la pobreza habría aumentado a la par del gasto público desbocado, el Estado debería estar más presente y contar con menos ingresos y menos RRHH o es tan escandaloso que un rico use servicios subsidiados como que pague más impuestos. Lo mismo ocurre con la letanía sobre las sospechas de corrupción kirchnerista, si esa fuera una preocupación genuina, el electorado hubiera optado por Simón el Estilita y no por el heredero de SOCMA, ex Presidente de Boca y candidato procesado.
Hace unos días, el ministro de Trabajo explicó con candor que las futuras reducciones en el impuesto a las Ganancias (que pagan sólo 10% de los empleados) compensarían la esperada pérdida de poder adquisitivo de los asalariados y que existiría un empleo “sano” que debemos incentivar por contraposición al empleo “artificial y subsidiado” que deberíamos eliminar. Una afirmación que dejaría azorados a Angela Merkel o a François Hollande.
Posiblemente esa sea la herencia más pesada de estos últimos 12 años: el aumento del poder adquisitivo de las mayorías y el bajo desempleo. Explicar lo bueno que será perderla requerirá de contorsiones dialécticas que los funcionarios macristas no parecen hasta ahora dominar con soltura, aún con los arrumacos que reciben a diario por parte del periodismo serio y no militante.
La herencia más pesada de estos últimos 12 años: el aumento del poder adquisitivo de las mayorías y el bajo desempleo.
Conviene por eso desmalezar el manual macrista y dejar de lado la crítica a lo instrumental- los DNU por ejemplo- para poner el foco tanto en el remedio propuesto como en la pesada herencia que el sentido común de ama de casa nos quiere hacer perder para nuestro beneficio.
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