- Opinion
- 03.02.2016
REPRESIÓN EN EL BAJO FLORES
Mi cara, mi ropa y mi barrio no son delito
Lo sucedido en Bajo Flores nos debe hacer pensar que varios de los símbolos que nos convocan serán atacados: la alegría del Carnaval y la calle. También la superficie de la política: el encuentro, lo común y la posibilidad de expresarlo.
El accionar criminal de la Gendarmería Nacional contra los vecinos del Bajo Flores que participaban del ensayo de la murga “Los Auténticos Reyes del Ritmo” no puede tolerarse. El repudio generalizado encuentra el punto de coincidencia colectiva en una sucesión de hechos aberrantes, muchos de los cuales ha denunciado ya la “Campaña contra la Violencia Institucional”, pero resulta sublevante la presencia de niños gravemente heridos en la salvaje cacería contra las mujeres y los hombres que compartían el espacio público alrededor de una expresión de la cultura popular como la murga de Carnaval.
Otra vez las armas de la represión se levantan, con la impunidad que años de lucha supieron visibilizar, contra los niños, los trabajadores y el pueblo organizado. Otra vez planea el cielo, insidiosa y carroñera, la lógica de “los dos demonios”. Lejos de un pronunciamiento oficial respecto de la represión, la ministro de Seguridad de la Nación, Patricia Bullrich, en consonancia con la batería mediática dominante, ha colocado ya en la agenda pública la idea del “algo habrán hecho”. Vuelve otra vez a intensificarse el mecanismo del chivo expiatorio que coloca la sospecha sobre las clases populares y justifica la violencia que sobre ellas.
Pero dispararon no sólo contra un grupo de vecinos pobres en una de las villas más grandes de América Latina. Hay un encadenamiento de significaciones que no debemos dejar pasar.
Quieren naturalizar la violencia y el miedo, ya no sólo reforzando la criminalización de la pobreza, sino también yendo contra el uso popular del espacio público. Dispararon contra vecinos que conmemoraban el Carnaval en la calle.
Sobreviene una batalla cultural en la que se disputará ya no sólo el sentido alrededor de los estereotipos que legitiman la violencia institucional sobre las clases populares. También vienen por varios de los símbolos que nos convocan: vienen por la alegría del Carnaval y por la calle. Vienen por la superficie de la política: el encuentro y lo común, y la posibilidad de expresarlo. Por formas de la memoria profundamente necesarias para la vida democrática que resultaron indispensables en estos años de reparación del tejido social que el neoliberalismo supo destruir durante la última dictadura cívico militar y en los 90`.
La represión sufrida por los vecinos del Bajo Flores no puede ser tolerada. El fusilamiento a mansalva de niños, mujeres y hombres por pobres y villeros y por estar reunidos bailando en la calle, es una de las curvas siniestras de la espiral represiva que crece con la gestualidad disciplinaria cotidiana del gobierno de Mauricio Macri. Pero la marejada de violencia y brutalidad trae consigo también, además de la densidad política del shock, elementos que deben servir para comprender que el objetivo político de acciones así es amplio y que apunta fundamentalmente a colocar la mira, también, sobre los pilares de la democracia. Le están apuntando a la Memoria colectiva. Solo la iniciativa política colectiva, creativa y estratégicamente organizada podrá construir alternativas efectivas a los embates que enfrentaremos en los tiempos que vienen.
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