- Opinion
- 11.05.2016
"MERITOCRACIA"
Falacias conservadoras IV: Reemplazar derechos por méritos
Derechos o méritos. Una publicidad propone un modelo de sociedad basado en el accionar individual y no en los derechos. ¿Tenemos futuro como sociedad meritocrática?
A principios del 2002, Coca Cola lanzó un spot publicitario llamado “Para todos”. En un hábil contrapunto entre palabras e imágenes, una voz en off relataba, tímidamente: "Para los gordos/ Para los flacos/ Para los altos/ Para los bajos…” y concluía, con un final a toda orquesta: "Para los que viven/ Para los que suman/ Para los que no se callan/ Para nosotros/ Para todos". Al verlo en aquel momento, era imposible no relacionarlo con lo que ocurría en el país, apenas unos meses después de la debacle de diciembre del 2001. El clima de época era evidente.
Una década y media más tarde, otro spot publicitario parece también querer ilustrar nuestro clima de época. “Meritócratas” nos muestra una ciudad vacía y limpia, cuyos escasos habitantes son blancos, jóvenes y preferentemente hombres; que corren por la mañana, trabajan en torres de cristal y cenan en restaurantes lujosos. Por si las imágenes no fueran lo suficientemente explícitas, una voz en off subraya que forman parte de una minoría selecta que no le debe nada a nadie, son meritócratas que han llegado a la cima gracias a su propio esfuerzo. En el mundo meritocrático casi no hay mujeres y no hay lugar para barrenderos o vendedores de chipá pero tampoco para viejos, negros, chicos. No tenemos idea dónde viven las mayorías, excluídas de ese paraíso solitario por su alergia al sacrificio personal, sólo sabemos que son invisibles.
Del “todos” del 2002 pasamos a la “selecta minoría” del 2016, cambiando el clamor de inclusión general por el elogio de la salvación individual. No hay nada nuevo en eso: denunciar el abuso de los derechos sociales y buscar reemplazarlos por la legitimidad de los méritos individuales es otra de las tantas falacias conservadoras.
Por supuesto, la noble doctrina que propone basar la riqueza de cada uno en los estrictos méritos individuales nunca propone eliminar la herencia, por ejemplo, pese a que ese derecho distorsiona por completo los principios en los que se basa: ¿Hay acaso algo menos meritocrático que beneficiarse de una fortuna que no generamos?.
Pero lo más asombroso es que los beneficios esenciales de los que gozamos como ciudadanos (y que ni siquiera esa minoría de paparulos selectos que corren por una ciudad vacía pondría en duda), nada tienen de meritocráticos.
Pongamos como ejemplo el sufragio universal. El voto de un ciudadano minucioso que leyó con atención las plataformas de todos los candidatos vale lo mismo que el de un tipo apurado que eligió un candidato porque la pila de boletas estaba más cerca de la puerta. Un doctor en Ciencias Políticas, que se esforzó toda su vida estudiando, no tiene más peso en el cuarto oscuro que un vago que prefiere pasarse el día tirado en un sofá mirando videos porno.
Lo mismo ocurre con la escuela pública, una institución abierta al alumno esforzado y al inútil recalcitrante, al brillante y al que no viene sobrado. Las plazas y los parques tampoco responden al ideal meritocrático. Son para todos, los que hacen esfuerzos por ir y los que no, los que trabajaron duro y los que nunca trabajaron. El aguinaldo o las vacaciones pagas, tampoco, mal que le pese a nuestros reaccionarios. El empleado que se esfuerza y el que hace lo mínimo necesario los reciben por igual.
Las sociedades que lograron desarrollarse, disminuir la pobreza y asegurar el acceso al empleo, la salud y la educación pero también al ocio, lo consiguieron a través de la ampliación indiscriminada de derechos, no esperando desarrollar esos efectos benéficos con premios al mérito individual.
El nuevo gobierno genera también un renovado clima de época. Cambiar derechos por méritos, apoyar las ventajas de la meritocracia por sobre la democracia parece ser el zeitgeist de esta etapa. Algo huele mal entonces para todos aquellos que no han tomado la precaución de nacer en un hogar ABC1, porque cambiar derechos sociales por méritos individuales equivale a cristalizar la inequidad de origen, ya que ese supuesto esfuerzo individual se lleva adelante en una cancha siempre inclinada.
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