- Opinion
- 14.06.2016
OPINIÓN
La asimilación exitosa
Independientemente de que el responsable sea norteamericano o francés -como en el caso de los atentados de Paris- su nacionalidad es "la del terrorismo islámico". Lo asombroso es que ese tipo de pensamiento paranoico se dé en países en los que no existe un "ser nacional".
Hace unos días, en plena madrugada, un hombre entró en una discoteca gay de Orlando con un arma de guerra y asesinó a cincuenta personas. Era estadounidense, nacido en Nueva York, de padres afganos. Luego de ser abatido por la policía, el FBI informó que podría tener "simpatía por el terrorismo islámico". Una llamada que hizo el tirador al 911 antes de ingresar a la discoteca, con una vaga proclama, abonaría esa teoría, aunque el propio Estado Islámico recién asumió la autoría del atentado luego de que fuera informado por la prensa. Su padre y su ex mujer desmintieron que fuera religioso o que tuviera nexos con el terrorismo islámico y señalaron su carácter violento y homofóbico. En el discurso que hizo poco después de la masacre, Barack Obama la definió como "un acto de terror y de odio" y la vinculó a su frustrado intento de regular las armas en EEUU. El hecho de no vincular al terrorismo islámico en su discurso le valió un pedido de renuncia de parte del candidato republicano Donald Trump, quién repitió su proyecto de prohibir la entrada a EEUU a los inmigrantes musulmanes (aunque el autor del atentado fuera estadounidense). "Si no actuamos con dureza e inteligencia muy rápido ya no vamos a tener un país", concluyó.
En Argentina, Carlos Maslatón, un personaje que parece de ficción y que se define como "derechista del tercer mundo y liberal", dedicó la masacre de Orlando a Mauricio Macri, criticándolo por querer traer "3.000 potenciales terroristas islamistas" al país. Como Trump, anuncia una inminente guerra islámica y resuelve el dilema de que el culpable sea norteamericano lanzando un novedoso concepto: la nacionalidad subjetiva. Independientemente de que el responsable sea norteamericano o francés -como en el caso de los atentados de Paris- su nacionalidad es "la del terrorismo islámico". Más allá de lo delirante del mismo, el planteo ilustra bien el pensamiento de "ciudadela sitiada" que padecemos desde hace unos años.
Lo asombroso es que ese tipo de pensamiento paranoico se dé en países en los que no existe un "ser nacional". Tanto EEUU como Argentina son el resultado de la inmigración masiva. El bisnieto rosarino de un sastre polaco no se siente menos argentino que el chozno de Güemes, así como Arnold Schwarzenegger no se siente menos estadounidense que cualquiera de las elegantes damas de las Daughters of the American Revolution, pese a haber nacido en Austria.
Hacia 1900, uno de cada cuatro habitantes de la Argentina era extranjero mientras que EEUU recibía a 25 millones de inmigrantes. Esa "invasión pacífica" enfureció a algunos estadounidenses que crearon la Liga de Restricción de la Inmigración, con argumentos tan paranoicos como los de Trump, mientras que en Argentina la Liga Patriótica proponía "estimular el sentimiento de argentinidad" y proteger a la Patria del bolchevismo, el anarquismo, el judaísmo y muchas otras calamidades imaginarias.
Si los argentinos y norteamericanos de hace algunas generaciones hubieran tenido el mismo miedo a los inmigrantes que profesan Trump y Maslatón, probablemente ni uno sería norteamericano ni el otro argentino.
Pero esa no es la mayor paradoja. Omar Mateen, el tirador de Orlando, asesinó a 50 personas con un arma de 500 dólares que se puede comprar por correo y dispara 45 balas por minuto. La misma que usó James Eagan Holmes en la masacre de Aurora en 2012, Adam Lanza en la de Newtown en el mismo año y Syed Rizwan Farook y Tashfeen Malik en la de San Bernardino del 2015. Un arma que según The Telegraph poseen casi 4 millones de personas en EEUU. Salvo Malik, todos los atacantes eran jóvenes norteamericanos, algunos de origen inmigrante. Si algo prueban las masacres es que, en apenas una generación, esos ciudadanos recientes aprendieron la barbarie armada propiciada por la poderosa National Rifle Association como si tuvieran varias generaciones de norteamericanos armados detrás. Entre 1966 y 2012, hubo en EEUU 90 tiroteos en masa. Se define como "mass shooting" al tiroteo en el que mueren tres o más personas, con exclusión de los enfrentamientos entre bandas o los crímenes contra la propia familia del asesino.
Una asimilación exitosa de la que la derecha norteamericana, empezando por Donald Trump, debería vanagloriarse.
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