DESDE LA CAPITAL DEL IMPERIO

Viaje a la civilización

Tengo sensaciones ambivalentes sobre Estados Unidos. Los admiro y respeto en muchos aspectos y en otros soy bastante crítico. En cualquier caso me resulta un país fascinante.

Mariano Heller
Escribo esta columna desde Washington DC, capital del Imperio. Imagino que debe haber unas setecientas cincuenta mil columnas escritas sobre este tema, pero ya les advertí en varias oportunidades que no pretendo ser original. De todos modos intentaré volcar en estas líneas mi pequeña experiencia en estos días en la civilización.

Viajé a hacer un curso de tres días sobre planificación estratégica en las Cortes dictado por el National Center for State Courts que tiene sede en Williamsburg, Virginia, a unos 250 kilómetros de Washington DC.

Viajo seguido por distintos lugares y muchos de esos viajes son a Estados Unidos. Me gusta viajar cada vez que puedo y coincido con ese cliché que dice que es el dinero mejor invertido. Lo hago algunas veces por placer, otras por trabajo y otras por motivos académicos como este caso. Tengo sensaciones ambivalentes sobre Estados Unidos. Los admiro y respeto en muchos aspectos y en otros soy bastante crítico. En cualquier caso me resulta un país fascinante.

"Tengo sensaciones ambivalentes sobre Estados Unidos. Los admiro y respeto en muchos aspectos y en otros soy bastante crítico. En cualquier caso me resulta un país fascinante".

 

El curso que hice me pareció sumamente interesante y útil. Por un lado confirmé que estamos trabajando bien en algunas líneas estratégicas para mejorar de a poco nuestro sistema judicial. Por otro lado me terminé de dar cuenta de que estamos a años luz en muchos aspectos, sobre todo en cuanto a nuestra capacidad para medir resultados cuantitativos y cualitativos, respecto del funcionamiento de nuestros tribunales. 

Pero no los aburriré más con temas técnicos. Sólo déjenme contarles que el nivel de sofisticación y dedicación que tienen para investigar y trabajar temas judiciales es sencillamente admirable y lo organizan todo en forma puntillosa, con altos niveles de tecnología y con un profesionalismo impresionante.

Les decía que el curso fue en Williamsburg, una ciudad colonial bellísima, llena de historia, con construcciones y calles en las que parece que el tiempo no pasó. Todo el mundo con una sonrisa, los autos dejando pasar a los peatones con niveles de amabilidad casi exasperantes para los que estamos acostumbrados a la vorágine de Buenos Aires con su caos permanente y el vale todo habitual.

Con mi certificado de asistencia al curso, mis nuevas ideas para trabajar cuando vuelva a casa y habiendo respirado tranquilidad absoluta por algunos días, me vine a Washington DC.

"Washington es un poco más caótica, pero es a su vez, una ciudad llena de verde, de monumentos impresionantes y de una diversidad enorme. No hay lugar por donde uno camine que no recuerde a alguna película o alguna serie".



Obviamente, como buena ciudad capital del país más poderoso del planeta, Washington es un poco más caótica, pero es a su vez, una ciudad llena de verde, de monumentos impresionantes y de una diversidad enorme. No hay lugar por donde uno camine que no recuerde a alguna película o alguna serie. Salgo del hotel y me cruzo en seguida con el Pentágono, el cementerio de Arlington, la Casa Blanca y otros lugares característicos. Aquí se respira el poder y es un lugar divertido para los que nos gusta la política. Se mofan bastante de Trump, cosa que sucede en general en las grandes ciudades, aunque lamentablemente mucho menos en la América profunda que suele pintarse de rojo republicano en las elecciones.

Empecé moviéndome en subte, pero después por consejos de varios empecé a usar Uber. Para poder usarlo tuve que hacer varias maniobras porque obviamente tenía la tarjeta de crédito bloqueada por haber querido usarlo en Argentina. Descubrí que Uber tiene varias opciones y que una de ellas es Uber Pool, que te permite compartir el viaje con alguien que va hacia el mismo lado. Un viaje que en taxi sale unos 25 dólares me salió 3.85. No quiero volver a usar otro medio de transporte nunca más.

Obviamente también me fui de shopping, tarea que algunos odian pero que yo disfruto bastante. El contraste con la misma actividad en Argentina es desolador. El trato por parte de los vendedores, la variedad, pero sobre todo la posibilidad de comprar casi cualquier cosa por mucho menos de la mitad de lo que sale en Buenos Aires, donde lamento recordarles que los sueldos no son en dólares.

La calidad de vida que tienen acá es tanto mejor que creen que vale la pena, aunque extrañan sus raíces, vivir en un país que no es el suyo.



Tengo queridos amigos viviendo aquí y tuvieron la hermosa actitud de invitarme a comer un asado. Lógicamente, es inevitable charlar acerca de cómo llevan su vida viviendo en un país que no es el suyo. La conclusión es simple. Por supuesto que extrañan sus raíces, a sus familias, sus orígenes. Pero la calidad de vida que tienen acá es tanto mejor que creen que, sin dudas, vale la pena. Y esa calidad no sólo pasa por la previsibilidad, la seguridad o la tranquilidad sino también, por ejemplo, por la posibilidad de haber comprado su casa a treinta años con un interés de menos del 4% anual. Profesionales de clase media, lejos están de ser ricos, pero en la puerta de su casa estaba estacionada su camioneta Volvo de menos de un año de antigüedad y que compraron con un préstamo a un interés menor al 2% anual. Todo eso también es calidad de vida.

Frente a esto que cuento, el indigente neuronal típico argento me dirá “y bueno si tanto te gusta eso, materialista, procesista, fascista, andate a vivir allá”. La verdad que no es mi intención. Sí quisiera que algunas cosas de estas empiecen a pasar en Argentina. Pero ya conocen mi respuesta. Lamentablemente esto nunca sucederá.

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