- Opinion
- 21.09.2016
OPINIÓN
El presidente, el carnicero y el Haka
La diferencia que existe entre la representación de la violencia -el Haka- y su ejecución es enorme, y es importante saber que no todos los que exigen mano dura toleran las consecuencias fatales de ese pedido.
A mediados del 2006, el por entonces diputado Mauricio Macri preparaba el armado político para acompañar sus aspiraciones nacionales. Uno de sus socios políticos y eventual compañero de fórmula era Jorge Sobisch, gobernador de Neuquén. Ya por aquel entonces, la opinión pública parecía harta de los piquetes y los cortes de ruta y el gobernador, receptivo a ese reclamo, se presentaba como el garante del orden junto a otras figuras hoy olvidadas como el falso ingeniero Blumberg o Ramón Puerta. Las críticas al presidente Néstor Kirchner (hoy asombrosamente canonizado por muchos de sus opositores de entonces) se centraban en su tolerancia a la protesta social, es decir, en su política de no criminalizarla.
Unos meses después, el 4 de abril del 2007, cumpliendo órdenes del gobernador, la policía neuquina reprimió un corte de la ruta 22 organizado por el sindicato ATEN en el marco de una huelga docente. Durante el desalojo, murió el docente Carlos Fuentealba mientras se retiraba del lugar en un auto. Fue alcanzado por una granada de gas lacrimógeno disparada desde unos pocos metros por el cabo Darío Poblete.
El repudio fue inmediato. La CGT y la CTA llamaron a una huelga general, hubo manifestaciones violentas frente a la gobernación neuquina y la oposición pidió el juicio político del gobernador. Sus antiguos socios se distanciaron abruptamente de él, desde Puerta hasta el falso ingeniero Blumberg e incluso Macri, quien para ese entonces había cambiado su objetivo presidencial por el de la Jefatura de Gobierno de la CABA. Sobisch logró frenar el juicio político gracias al apoyo del MPN y el cabo Poblete fue luego sentenciado a cadena perpetua. Pero la carrera política del gobernador estaba terminada.
Algo similar ocurrió unos años antes, el 26 de junio del 2002, con las muertes de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán en Puente Pueyrredón. Al conocerse la noticia de que ambos jóvenes habían sido abatidos a balazos por la policía, el repudio fue también generalizado. El por entonces presidente Eduardo Duhalde se vio obligado a adelantar las elecciones y a archivar definitivamente cualquier pretensión de volver a serlo. El comisario Alfredo Fanchiotti y el cabo Alejandro Acosta fueron condenados a cadena perpetua por doble homicidio.
Hace unos días, el presidente Macri, probablemente aconsejado por sus asesores y los ineludibles focus groups, pidió que liberen al carnicero acusado de atropellar y matar a un ladrón. "Quiero decir que más allá de toda la reflexión que tenga que hacer la Justicia en la investigación, si no hay riesgo de fuga, porque es un ciudadano sano, querido, reconocido por la comunidad, él debería estar con su familia, tranquilo, tratando de reflexionar en todo lo que pasó", declaró Macri.
La empatía presidencial hacia el sospechoso de un crimen podría inspirar a muchos. ¿La AFIP le podría tirar un auto encima a los evasores?, ¿los familiares de desaparecidos podrían hacer lo mismo con los responsables de esos crímenes o incluso con simples sospechosos?, ¿ya podría tirarle un auto encima a Fibertel y Movistar y luego ir a reflexionar con mi familia, tranquilo, sobre los micro-cortes o el pésimo servicio telefónico?
La tentación de la mano dura suele servir para apuntalar la ausencia de logros de gestión, sobre todo cuando la letanía de la corrupción K -la carta fuerte del gobierno- parece perder encanto (recordemos que hace unos días los medios denunciaron con ahínco la escultura de un dragón).
Hay una enorme diferencia entre la representación de la violencia -el Haka, por llamarla de alguna manera- y su ejecución, pero aún así esa diferencia fue demasiado sutil para el cabo Poblete e incluso para el más experimentado comisario Franchiotti. El drama es que la opinión pública que exige mano dura no suele tolerar las consecuencias fatales de ese pedido.
Macri debería, en ese sentido, recordar el final del matamoros Jorge Sobisch, su ex socio y efímera esperanza blanca de la derecha.
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