OPINIÓN

El pensamiento abichado

Lanata y Montenegro contabilizaron los “gastos” que generan los extranjeros en la UBA, reforzando la idea de que abusan de nuestra generosidad. Sin embargo, ocultan que una red regional de profesionales formados en el país es una enorme ventaja para la Argentina.

Sebastián Fernández
 Como escribí en esta misma columna hace unos meses atrás, el pensamiento reaccionario suele basarse en una serie de falacias simples que nunca tienen descanso, de ahí la necesidad de retomar el tema hoy, luego de una nueva avanzada a cargo del periodismo serio.

Los amantes del pensamiento reaccionario son críticos con las iniciativas que mejoran el presente porque “pan para hoy y hambre para mañana”, y prefieren a los gobiernos serios porque usan un mucho más expedito “hambre para hoy”.
También se obnubilan con el axioma que estipula que “antes de repartir riqueza, hay que generarla”, como si pudiera existir un tiempo 0 en el que no hubiese riqueza alguna para repartir.

Estas ideas son falsas pero lo suficientemente atractivas como para ser presentadas como verdades bíblicas, merecedoras de ser repetidas como letanías. Entre ellas hay algunas que, además de ser falsas, tienen la particularidad de incluir una visión mezquina de quien las profesa. Como el librecambismo criollo -doctrina que consiste en apoyar cualquier proteccionismo siempre que sea foráneo- esas ideas descreen de cualquier virtud o grandeza local. Forman parte del pensamiento abichado, un pensamiento miedoso, bobo, carente de generosidad pero, sobre todo, de ambición.

Hace unos días, en un informe titulado “Argentina, país generoso”, Jorge Lanata y Maximiliano Montenegro contabilizaron los “gastos” que generan los alumnos extranjeros inscriptos en la UBA y, retomando una letanía habitual, detallaron el número de extranjeros que se atienden en los hospitales públicos bonaerenses. Con gesto adusto, ambos periodistas repitieron cifras, porcentajes y estimaciones propias, sin ningún contexto ni escala de comparación que permitiera analizarlas, ya que el objetivo no era articular algún tipo de pensamiento sino indignar al indignado y confirmar la veracidad del título del informe: los extranjeros abusan de nuestra generosidad. La solución a ese abuso consistiría, según Lanata, en “plantear una compensación de Estado a Estado. Es injusto para todos los que pagamos impuestos que un pibe de clase de media de Colombia venga a estudiar a la universidad cuando podría pagarla en Bogotá”.

No deja de ser paradójico que los nietos de esa “chusma ultramarina” que tanto denunció Leopoldo Lugones hace cien años, se encarguen hoy de perseguir a la nueva chusma venida de los países vecinos. Pero lo más asombroso es el pensamiento abichado que emerge del informe. No sólo porque contabiliza el supuesto “gasto” que nos genera cada estudiante sin incluir lo que aporta (gasto en alquiler de vivienda, consumo de alimentos, ropa, libros, turismo, pago de impuestos), sino porque parte de un razonamiento erróneo al hacer creer que a esos alumnos les “corresponde” un gasto específico, cuando en realidad, el presupuesto de la UBA no se reduciría ni un centavo, aún en el delirante caso en el que los expulsáramos a todos. De la misma forma, porque estudien acá no quitan ni desplazan a estudiantes argentinos dado que no hay cupos, como algunos quieren hacer creer.

La miserabilidad de este tipo de informes, panfletos del pensamiento abichado, radica en que ocultan que una red regional de profesionales formados en el país es una enorme ventaja para la Argentina, algo elemental que los países que tanto admiran Lanata o Montenegro han comprendido hace décadas.

La Fundación Ford, la Alianza Francesa o el Instituto Goethe, por ejemplo, gastan fortunas para hacer eso que tanto indigna a nuestros periodistas: formar estudiantes y profesionales extranjeros. Esa relación no solo genera “gasto” sino conocimiento, redes de contactos con futuros profesionales, empresarios o políticos, interacción con empresas locales, afinidades con el país y todas las ventajas relacionadas a la llamada “hegemonía blanda”.

Hace más de cien años que los inmigrantes son vagos, sucios, apestados y, además de no querer trabajar, vienen a robar nuestro trabajo. El elegante Santiago de Estrada escribía en aquella época que los conventillos eran una “lepra moral” y los extranjeros que los habitaban unos “miserables, egoístas, sin fuerzas para el bien”.

Por eso, como antídoto al pensamiento abichado de hoy y de siempre, conviene releer lo que escribieron hace 163 años unos tipos con mucha generosidad pero, sobre todo, mucha ambición: “…asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”.

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