El 26 de septiembre de 1960 se llevó a cabo el debate presidencial entre el candidato de-mócrata John F. Kennedy y el republicano Richard Nixon. Se calcula que lo vieron 70 millones de norteamericanos (casi el 40% de la población, un porcentaje nunca igualado). Fue el primer debate de la era televisiva y, como tal, generó una enorme mitología. Para algunos le dio la victoria electoral a Kennedy, quién hasta ese momento parecía demasiado joven e inexperto pero que lució tranquilo, relajado y hasta bronceado, frente a un mucho más experimentado Nixon que, sin embargo, pareció impaciente, sudoroso e in-cluso mal afeitado. Para otros, el debate no cambió demasiado las cosas. Ted Sorensen, consejero de Kennedy, explicó al respecto, utilizando a Shakespeare: “La culpa, querido Bruto, no está en las estrellas, sino en nosotros mismos”.

Hace unos años, José Bonifacio Sobrinho “Boni”, ex director general de TV Globo y hombre fuerte de los medios brasileños, confesó que el multimedio había operado a favor de Fernando Collor de Mello contra Lula Da Silva durante el debate presidencial de 1989, usando reflectores y otros trucos para incomodar a Lula, que apareció acalorado y sudoroso frente a un rival mucho más sereno. Collor de Mello consiguió finalmente la victoria, luego de una campaña muy reñida.

El objetivo es no darle ventajas al rival y evitar las trampas que, en un programa en vivo, no tienen vuelta atrás.



Algunos asesores consideran que los debates presidenciales son esenciales en una campaña; otros, como Sorensen, son más escépticos. Pero más allá de las opiniones divergentes, ninguno dejaría al azar la preparación del mismo. Los temas a tratar, el tipo de preguntas, el tiempo de respuesta asignado, los cortes, el tipo de iluminación prevista o la altura de los atriles, cada detalle es calibrado por los equipos de campaña. El objetivo es no darle ventajas al rival y evitar las trampas que, en un programa en vivo, no tienen vuelta atrás. Por eso, ningún asesor deja que su candidato vaya a un terreno hostil, a merced de parámetros no controlables.

Desde el inicio del conflicto con Clarín y el surgimiento de “el periodismo de guerra”, como lo definió Martín Sivak, gran parte de los medios de comunicación son terreno hostil para los políticos kirchneristas.

Como ilustra bien la asombrosa pregunta que da inicio a esta columna, en muchos casos, los periodistas no actúan como entrevistadores sino como contrincantes. Las supuestas entrevistas son, en realidad, debates que privilegian la discusión sobre sospechas de corrupción de la administración anterior por sobre el análisis de la coyuntura actual o, incluso, de las sospechas de corrupción actual. No hay asesores que puedan controlar las preguntas, la iluminación, los cortes, la altura de los taburetes en esos debates camuflados: los candidatos están a merced de un contrincante que tiene todas las de ganar ya que se presenta como si no lo fuera.

Los periodistas no actúan como entrevistadores sino como contrincantes. Los candidatos están a merced de un contrincante que tiene todas las de ganar ya que se presenta como si no lo fuera.



Buscar llegar al máximo de electores potenciales o, como se suele decir, intentar “cazar fuera del zoológico”, son argumentos atendibles para que los políticos no eludan ningún medio de comunicación masivo, aunque tal vez se deberían analizar los riesgos de hacerlo. En cada caso, los políticos actúan en terreno adverso, a merced de las trampas y chicanas del entrevistador-contrincante, además de la edición posterior de sus dichos. Una mala frase, una cita errada, un gesto de fastidio o una mirada fuera de lugar serán repetidas al infinito en la caja de resonancia de los medios.

El político que acepta ese desafío, no sólo debe conseguir perforar una espesa capa de amianto para conseguir opinar sobre las políticas del actual gobierno sino que debe, además, evitar como el ébola decir algo fuera de lugar, aún un comentario nimio o una frase supuestamente graciosa. Si no lo logra, sólo conseguirá alimentar las certezas que difunden esos programas, congelados en el tiempo como los soldados japoneses perdidos en alguna isla del Pacífico que, treinta años después de terminada la II Guerra Mundial, todavía seguían luchando (podríamos llamar a este fenómeno el “periodismo Hirō Onoda”, en honor a uno de esos últimos soldados japoneses.

Con el periodismo de ocupación, los grandes medios de comunicación ya no ofrecen entrevistas, sólo debates no declarados. Ese es el punto de partida que cada político kirchnerista debe tomar en cuenta antes de decidir participar en ellos.

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