Sobre jubilados que no quieren ser más ricos y la paz a los balazos

Hace unos días, el oficialismo intentó tratar en el Congreso la reforma previsional, con el objetivo de modificar el cálculo actual- que amarra las jubilaciones, pensiones y AUH al crecimiento de los sueldos y de la recaudación- por una uno nuevo que sólo indexará dichos haberes por inflación (es decir, mantendrá constante su poder adquisitivo, sin aumento real).
 
Según el diputado oficialista FerIglesias, experto en globalización, el nuevo cálculo permitirá aumentar los haberes jubilatorios y la AUH con respecto al sistema anterior mientras que según el ministro Dujovne el mismo redundará en un ahorro para el Estado de cerca de 100.000 millones de pesos, cifra que le debe haber llegado a través del Arcángel Gabriel ya que según aclaró el propio funcionario “no hicimos la cuenta”. Al parecer se trataría de la reforma previsional de Schrödinger, que permite una superposición de dos estados opuestos- aumento y reducción- al menos hasta que el jubilado descubra el truco.
 
Frente a este dilema cuántico, la ciudadanía parece haberle creído al ministro de Hacienda antes que al conocido experto en globalización ya que salió masivamente a repudiar el nuevo cálculo, primero el jueves 14, cuando el oficialismo no logró el quórum y luego, el lunes 18, cuando la ley fue finalmente aprobada. Durante el acalorado debate, el niño Massot, diputado oficialista y jefe del bloque del PRO, ofició de patotero emérito aunque sin lograr emular el ahínco de los grupos de tareas que tanto entusiasmaron a su familia.
 
Por su lado, la Gendarmería primero y luego la Policía de la Ciudad demostraron un gran control en su capacidad punitiva ya que, a diferencia de lo ocurrido con Rafael Nahuel en el operativo de la Prefectura Naval en Villa Mascardi , ningún jubilado, fotógrafo, diputado, manifestante o transeúnte fue abatido de un balazo por la espalda. A lo sumo recibieron balazos de goma, palazos o fueron generosamente gaseados. Algunos diputados, creyendo erróneamente que podían pasear sin peligro frente a las fuerzas del orden, se aventuraron a menos de 10 metros de los perros policiales, que, como bien dijo la ministra Bullrich, “no distinguen a los diputados de los manifestantes” (https://www.minutouno.com/notas/3054089-la-absurda-defensa-bullrich-los-perros-no-distinguen-diputados-manifestantes). Muerden a ambos.
 
El ineludible juez Bonadio ordenó el allanamiento de los domicilios de los detenidos durante la marcha. Según pudimos saber off the record, la fuerza pública habría incautado un LP de Silvio Rodríguez, varios pulloveres peruanos, un afiche de Camilo Cienfuegos, la obra completa de Mario Benedetti y una cantidad indefinida de piedras, encontradas en el jardín de uno de los manifestantes, que podrían ser utilizadas como proyectiles en futuras marchas.
 
Como ocurrió luego de la marcha en apoyo a la familia de Santiago Maldonado, nuestros medios serios denunciaron la violencia inaudita de los pocos participantes que tiraron piedras (y nunca son apresados) y saludaron la comprensible reacción policial hacia el resto.
 
Ocurre que los lanzadores de piedras son como el colesterol: los hay malos, como los que vemos en la Argentina, y los hay francamente buenos, como la Mujer Maravilla que arroja piedras a la policía venezolana y es saludada por nuestro periodismo serio como una heroína. No parece difícil de entender: quién no esté de acuerdo con que el Estado se financie con las jubilaciones es un golpista mapuche-iraní.
 
Por su lado, Mauricio Macri afirmó que "La violencia que vimos fue orquestada, no fue espontánea". Saludamos esa valiente y poco frecuente autocrítica.
 
En todo caso, debemos felicitar a Cambiemos: después de más de 15 años de abstinencia, los diputados radicales pudieron por fin votar un ajuste previsional. En efecto, cada vez que gobierna, la UCR debe enfrentarse al drama de las jubilaciones insosteniblemente altas. Su tarea es reducir esos privilegios desmesurados para lograr un país más equitativo y más desarrollado.
 
Ocurre que siempre estamos a una pérdida de derechos del Paraíso.
 
Todo lo que quieran pero ya no le tenemos miedo al censista.