- Opinion
- 14.06.2018
HOMENAJE
Nace un artista
Lo que uno siente cuando enfrenta la obra de Omar Schiliro es que se está ante algo inédito. Es una experiencia, entre lúdica y espiritual. Como si se nos invitara a jugar, a pensar y a inventar incluso. La muestra “Ahora voy a brillar” es de lo más importante y, a la vez, hermoso que se ha exhibido en Buenos Aires en esta segunda década del siglo XXI.
Retrato de Omar Schiliro. Crédito: Alberto Goldenstein.
Omar Schiliro nació el 10 de junio de 1962 y murió -a los 31 años- el 3 de abril de 1994. Entre 1991 y 1994 (en poco más de 30 meses) produjo una de las obras artísticas más originales e intensas que se han realizado en la Argentina moderna. Hasta el próximo domingo 17 se la puede ver en el museo de la Colección Fortabat, en Puerto Madero. La muestra, titulada “Ahora voy a brillar”, es una idea y proyecto de Jorge Gumier Maier, y fue curada por Cristina Schiavi y Paola Vega. Es de lo más importante y, a la vez, hermoso que se ha exhibido en Buenos Aires en esta segunda década del siglo XXI.
Nacido en un hogar pobre de Villa Lugano, hijo de una madre soltera que profesaba la fe de los Testigo de Jehová, Omar Schiliro tuvo siempre inclinación por las religiosidades alternativas (sin adherir a ninguna iglesia). Hacia el final de su vida y ya conocido el diagnóstico de HIV positivo (que a comienzos de los 90 equivalía a una condena a muerte segura, relativamente rápida y horrible) se interesó también por la New Age como búsqueda espiritual sanadora.
Apenas si tuvo estudios formales básicos, pero Schiliro tenía una sensibilidad exquisita y su obra demuestra que poseía una inteligencia abstracta asombrosa: era capaz de imaginar las más complejas relaciones formales, mezclando materiales que nadie había usado antes en el mundo del arte: desde flaneras de plástico que se conseguían en los bazares hasta esos caireles de vidrio que colgaban de las arañas que iluminaban los livings de nuestros abuelos.
Hay miles de muestras de arte cada año. Hay más de mil ferias y bienales en todo el mundo en cada una de las cuales participan cientos de artistas. Solo en la ciudad de Nueva York se hacen muestras de más de 60.000 artistas distintos cada año. ¿Realmente hay tantos artistas en el mundo?
La retrospectiva de Omar Schiliro (que reúne las 35 obras que realizó en esos tres años de producción antes de su muerte) demuestra que un artista es algo excepcional. Un artista es algo raro, que aparece muy de vez en cuando y cuando lo hace su obra ilumina la noche del sentido como un rayo que rasga la oscuridad de un cielo negro y amenazante.
Lo que uno siente cuando enfrenta la muestra de Omar Schiliro es que se está ante algo inédito. Es una experiencia, entre lúdica y espiritual. Como si se nos invitara a jugar, a pensar y a inventar incluso. Nietzsche diría que la puesta en escena de las obras de Schiliro crea el escenario ideal para que un dios amable baile: “No merece existir un dios que no sea capaz de danzar”.
Con muy poco capital simbólico, sin educación formal (más allá de lo básico), criado en un hogar que se regía por los preceptos catastrofistas de los Testigos de Jehová (que creen que el fin del mundo se acerca y que uno debe prepararse cada día, cumpliendo literalmente cada párrafo de la Biblia, para el día del Juicio Final), Omar Schiliro tuvo una relación conflictiva con su familia, que nunca pudo aceptar su homosexualidad. Con tan poco capital simbólico, Schiliro fundó un mundo.
Marginado entre los marginados, en 1985 Schiliro se cruzó casualmente con Gumier Maier en la redacción de la revista gay Diferentes, adonde había ido a llevar un aviso para que apareciera en la sección de citas. Al poco tiempo ya vivían juntos. Gumier Maier, además de artista y activista gay, era un activo participante de la escena cultural porteña de los 80. Gracias a él, Schiliro conoció a todos aquellos que hoy son conocidos como los Artistas del Rojas (de Marcelo Pombo a Cristina Schiavi y de Román Vitali a Ariadna Pastorini) y muchos de los miembros del underground de aquellos años, en especial a Batato Barea, un gran artista de la performance, que también murió muy joven de sida un par de años antes que Omar.
Schiliro fue como una esponja espiritual que en muy poco tiempo incorporó lo mejor que el arte de la época estaba inventando. Había trabajado como DJ y bailarín en discotecas del Gran Buenos Aires y luego se había dedicado a hacer bijouterie. Apenas recibió el diagnóstico de que estaba infectado con el HIV, Schiliro comenzó a realizar obras de arte. La primera, Bienvenida Primavera, la hizo a pedido de Gumier Maier para una muestra colectiva que se realizó en 1991 en la Galería del Rojas (galería que era dirigida, desde su fundación en 1989, por el propio Gumier Maier).
A partir de entonces y durante poco más de 30 meses, Schiliro realizó 35 obras. Un par de ellas fueron vendidas mientras él vivió: la compraron dos artistas, Cristina Schiavi y Guillermo Kuitca. Recién ahora se las puede ver a todas en conjunto. Reconstruirlas o restaurarlas fue una tarea titánica que llevaron adelante Vega y Schiavi con el apoyo material de la Fundación Fortabat. Es poco probable que semejante esfuerzo pueda volver a repetirse.
Yo conocí a Omar desde que se fue a vivir con Gumier Maier hasta que murió. Creo que le vi hacer casi cada una de las obras que se exhiben en “Ahora voy a brillar” y aún así no dejó de maravillarme verlas todas juntas, espléndidas, en la sala del museo. Es un hermoso homenaje a alguien tan diáfano y querible como era Omar. Alguien que antes de irse quiso construir tanta belleza para dejarnos este legado invencible.
Foto de obra: Fundación Fortabat.
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