- Opinion
- 28.06.2018
CULTURA
La pornografía es la religión de la nueva era
En épocas de vértigo, las viejas creencias no nos ofrecen relatos convincentes. En espera de que aparezcan nuevas simplificaciones masivas de lo real que nos sirvan, nos enfocamos en lo esencial: la búsqueda del placer.
Estamos en medio del cambio cultural más radical que sufrió el ser humano desde la aparición de los primeros balbuceos del lenguaje, hace al menos unos 100.000 años. Para comprender la aceleración en el desarrollo de la comunicación, comparemos lo que tardaron algunos dispositivos para ser adoptados por un gran público. Al libro le llevó tres siglos llegar a 50 millones de lectores distintos. El teléfono los logró en “solo” 70 años. La radio lo hizo en 30 años y la TV, en 13 años. Pero internet llegó a 50 millones de usuarios hogareños en solo 4 años.
Una vez instalada internet, todo se aceleró siguiendo la lógica de lo exponencial. Una aplicación que ahora ya es clásica, como Angry Birds, alcanzó los 50 millones de bajadas en apenas 35 días. Y el video del “Gangnam Style” alcanzó los 50 millones de visitas en 24 horas (“Despacito” casi triplicó esa cifra).
La fotografía analógica se inventó en 1828. Tuvo una vida de 170 años antes de que se popularizara la fotografía digital. En esos 170 años se tomaron miles de millones de fotos que se imprimieron en papel. Pero esa enorme cantidad es pequeña frente a la exuberancia de la fotografía digital: hoy se toman, por día, el doble de fotos que todas las que se tomaron en los 170 años de fotografía analógica.
Nuestro cuerpo está preparado para las velocidades analógicas: caminar, correr, a lo sumo andar en auto o volar en un avión. Hasta esos límites el cerebro puede seguir procesando datos con la misma facilidad con que lo hacía en el paleolítico. Cuando las velocidades de procesamiento superan largamente lo que el cerebro se acostumbró a procesar a lo largo de milenios (y de miles de milenios), nos sentimos descolocados. Hay una fuerte tensión entre las personas y la época: el mundo a nuestro alrededor se transforma radicalmente; sin embargo, nosotros queremos permanecer inalterados.
Esa tensión hace estallar no solo nuestras viejas creencias, sino las más íntimas de las prácticas. Por ejemplo, la costumbre de ir al baño desconectándose del mundo por unos minutos ahora ha desaparecido. Casi el 100% de las personas que tienen un celular conectado a internet va al baño con su celular y consulta allí sus redes sociales y sus emails. Y también mira pornografía en el baño. Es más, mira pornografía en todas partes y lo hace todo el tiempo. Un tercio del tráfico total de internet corresponde a videos porno.
La producción de imágenes sexuales que sirvan para excitar a las personas es tan antigua como la vida civilizada. Pero, hasta hace poco más de medio siglo, la pornografía estaba reservada solo a los muy ricos. Gracias a internet, la pornografía es hoy la más difundida industrial cultural, superando en facturación y consumo incluso a la industria musical, y dejando muy atrás tanto a las producciones cinematográficas de Hollywood como al mundo editorial. Y esa primacía fue posible porque la pornografía apostó desde el nacimiento de la red por la innovación permanente.
Todo lo que funciona en internet primero fue probado y difundido por el porno: desde el pago con tarjetas de crédito, la transferencia de dinero entre individuos (y no solo hacia las cuentas bancarias), la producción de realidad virtual, de realidad aumentada y la interacción entre aplicaciones y gadgets, entre muchas otras.
También el porno fue de los primeros en usar Big Data, lo que le permitió adecuar su oferta al deseo de casi cada consumidor. Gracias a esas herramientas, entre las que también está la geolocalización, las empresas que producen porno conocen al detalle los gustos de sus clientes (en cada casa de cada barrio de cada ciudad de todo el planeta).
Para comprender la dimensión del consumo de pornografía en internet alcanza con comparar las cifras del sitio porno más visitado (PornHub) con las de todos los sitios de noticias que reúne el mayor gigante de la comunicación en la web: Yahoo-ABCnews. PornHub recibe por día más visitantes que Yahoo-ABCnews por mes: unos 200 millones de visitas diarias (que llevadas a un mes serían 6.000 millones) contra 130 millones de visitas mensuales. En términos de movimiento de la web las cifras son aún más apabullantes: en 2014 los visitantes de PornHub consumieron 1.5 Terabits de pornografía por segundo (lo que equivale a bajar unos 150 films de Hollywood en HD de máxima calidad por segundo).
No somos adictos a internet. Es el medio en el que hoy vivimos. Es como si en el siglo XIX a alguien se le hubiera ocurrido llamar “adictos a la ciudad” a la gran cantidad de gente que se mudaba a los centros urbanos para tener una mejor calidad de vida (o, por lo menos, un trabajo menos brutal o mejor remunerado que el que le ofrecía la vida rural). Tampoco somos adictos a la pornografía (como no fuimos adictos, hasta hace unas décadas a la religiones formales).
Las creencias compartidas son formas de sociabilidad que nos hacen sentir como partícipes de un mismo proyecto humano. Sentirnos católicos o budistas no solo nos da una creencia para enfrentar la complejidad de lo real, sino que nos hace partícipes de una comunidad (la de los católicos o los budistas, pero también sucede con todas las demás religiones, los protestantes, los hinduístas, los de la new age o los que creen en las hadas).
En épocas de vértigo (como esta, con la aparición de la cultura de internet), las viejas creencias no nos ofrecen relatos convincentes. En espera de que aparezcan nuevas simplificaciones masivas de lo real que nos sirvan, nos enfocamos en lo esencial: la búsqueda del placer. Y nada es tan placentero (y, a la vez, decepcionante) como la pornografía.
La imaginación erótica sabe que lo que deseamos es imposible, pero la pornografía lo hace creíble.
Una vez instalada internet, todo se aceleró siguiendo la lógica de lo exponencial. Una aplicación que ahora ya es clásica, como Angry Birds, alcanzó los 50 millones de bajadas en apenas 35 días. Y el video del “Gangnam Style” alcanzó los 50 millones de visitas en 24 horas (“Despacito” casi triplicó esa cifra).
La fotografía analógica se inventó en 1828. Tuvo una vida de 170 años antes de que se popularizara la fotografía digital. En esos 170 años se tomaron miles de millones de fotos que se imprimieron en papel. Pero esa enorme cantidad es pequeña frente a la exuberancia de la fotografía digital: hoy se toman, por día, el doble de fotos que todas las que se tomaron en los 170 años de fotografía analógica.
Nuestro cuerpo está preparado para las velocidades analógicas: caminar, correr, a lo sumo andar en auto o volar en un avión. Hasta esos límites el cerebro puede seguir procesando datos con la misma facilidad con que lo hacía en el paleolítico. Cuando las velocidades de procesamiento superan largamente lo que el cerebro se acostumbró a procesar a lo largo de milenios (y de miles de milenios), nos sentimos descolocados. Hay una fuerte tensión entre las personas y la época: el mundo a nuestro alrededor se transforma radicalmente; sin embargo, nosotros queremos permanecer inalterados.
Esa tensión hace estallar no solo nuestras viejas creencias, sino las más íntimas de las prácticas. Por ejemplo, la costumbre de ir al baño desconectándose del mundo por unos minutos ahora ha desaparecido. Casi el 100% de las personas que tienen un celular conectado a internet va al baño con su celular y consulta allí sus redes sociales y sus emails. Y también mira pornografía en el baño. Es más, mira pornografía en todas partes y lo hace todo el tiempo. Un tercio del tráfico total de internet corresponde a videos porno.
La producción de imágenes sexuales que sirvan para excitar a las personas es tan antigua como la vida civilizada. Pero, hasta hace poco más de medio siglo, la pornografía estaba reservada solo a los muy ricos. Gracias a internet, la pornografía es hoy la más difundida industrial cultural, superando en facturación y consumo incluso a la industria musical, y dejando muy atrás tanto a las producciones cinematográficas de Hollywood como al mundo editorial. Y esa primacía fue posible porque la pornografía apostó desde el nacimiento de la red por la innovación permanente.
Todo lo que funciona en internet primero fue probado y difundido por el porno: desde el pago con tarjetas de crédito, la transferencia de dinero entre individuos (y no solo hacia las cuentas bancarias), la producción de realidad virtual, de realidad aumentada y la interacción entre aplicaciones y gadgets, entre muchas otras.
También el porno fue de los primeros en usar Big Data, lo que le permitió adecuar su oferta al deseo de casi cada consumidor. Gracias a esas herramientas, entre las que también está la geolocalización, las empresas que producen porno conocen al detalle los gustos de sus clientes (en cada casa de cada barrio de cada ciudad de todo el planeta).
Para comprender la dimensión del consumo de pornografía en internet alcanza con comparar las cifras del sitio porno más visitado (PornHub) con las de todos los sitios de noticias que reúne el mayor gigante de la comunicación en la web: Yahoo-ABCnews. PornHub recibe por día más visitantes que Yahoo-ABCnews por mes: unos 200 millones de visitas diarias (que llevadas a un mes serían 6.000 millones) contra 130 millones de visitas mensuales. En términos de movimiento de la web las cifras son aún más apabullantes: en 2014 los visitantes de PornHub consumieron 1.5 Terabits de pornografía por segundo (lo que equivale a bajar unos 150 films de Hollywood en HD de máxima calidad por segundo).
No somos adictos a internet. Es el medio en el que hoy vivimos. Es como si en el siglo XIX a alguien se le hubiera ocurrido llamar “adictos a la ciudad” a la gran cantidad de gente que se mudaba a los centros urbanos para tener una mejor calidad de vida (o, por lo menos, un trabajo menos brutal o mejor remunerado que el que le ofrecía la vida rural). Tampoco somos adictos a la pornografía (como no fuimos adictos, hasta hace unas décadas a la religiones formales).
Las creencias compartidas son formas de sociabilidad que nos hacen sentir como partícipes de un mismo proyecto humano. Sentirnos católicos o budistas no solo nos da una creencia para enfrentar la complejidad de lo real, sino que nos hace partícipes de una comunidad (la de los católicos o los budistas, pero también sucede con todas las demás religiones, los protestantes, los hinduístas, los de la new age o los que creen en las hadas).
En épocas de vértigo (como esta, con la aparición de la cultura de internet), las viejas creencias no nos ofrecen relatos convincentes. En espera de que aparezcan nuevas simplificaciones masivas de lo real que nos sirvan, nos enfocamos en lo esencial: la búsqueda del placer. Y nada es tan placentero (y, a la vez, decepcionante) como la pornografía.
La imaginación erótica sabe que lo que deseamos es imposible, pero la pornografía lo hace creíble.
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