- Opinion
- 05.07.2018
DANIEL MOLINA
El fascismo cotidiano
Hoy, para la mayoría, es un insulto más, y el significado aproximado que sale del uso masivo es algo así como “todo aquel que no piensa como yo”.
En 1995, en una charla en la Universidad de Columbia, Umberto Eco ya se preguntaba por qué el fascismo fue el totalitarismo que se universalizó, el que todo el mundo considera el régimen totalitario por antonomasia (y por qué no ocuparon ese lugar, por ejemplo, el nazismo, el franquismo o el estalinismo). Para Eco, el mérito del fascismo es el de haber sido un régimen sin método y sin una doctrina estricta. Esa plasticidad le permite adaptarse a todo contexto social, cultural, político, étnico e histórico.
El nazismo o el estalinismo, dice Eco, no solo fueron dogmáticos, cerrados, claros en sus postulados y sus prácticas, sino que además estuvieron acotados a determinados regímenes históricos y desaparecieron cuando esos regímenes fueron derrotados. En cambio el fascismo italiano no solo fue el primer gran totalitarismo del siglo pasado (y el que inspiró y contagió con alguno de sus métodos e ideas a todos los demás) sino que pudo sobrevivir a la caída del régimen de Mussolini gracias a su ambigüedad, que surgió de sus contradicciones internas.
¿Qué es, entonces, lo propio del fascismo? Aclaremos: ¿qué es lo propio del verdadero fascismo, del opresivo, del que busca imponer el totalitarismo en el pensamiento y en la acción? Según Barthes, lo propio del verdadero fascismo no es que solo quiere prohibir a los demás pensar distinto, sino que genera un clima de intolerancia absoluta que hace que nadie se atreva a contradecirlo. Además de acatar lo que el fascismo dice se debe aplaudirlo, difundirlo, calificarlo de única posibilidad de un pensamiento sano.
¿Cómo logran los movimientos fascistas crear un amplio consenso en torno de sus “verdades”? Exacerbando el maniqueísmo moral de la sociedad. Las sutilezas éticas y las distintas capas de la ambigüedad de los debates por la interpretación de lo real desaparecen cuando un movimiento logra imponer su visión de que las cosas son buenas o malas, blancas o negras, y que todo el mundo debe optar por un bando: el de los puros, buenos, blancos (que, además, tienen la razón de su lado, puesto que defienden una buena causa) o los impuros, inmorales, malos, negros (que solo defienden maldades).
Norberto Bobbio en sus escritos sobre el fascismo como peligro constante para las sociedades democráticas dice que uno de los caballitos de batalla de todo movimiento político fascista es la corrupción de la clase política tradicional. Lo usan en todo momento y en contra de cualquier partido en cualquier parte del planeta (y siempre es efectivo, porque tiene mucho de cierto: como no hay política sin corrupción -incluida la política de los movimientos fascistas- es fácil siempre encontrar ejemplos groseros de corrupción política para degradar a sus oponentes).
Así se dividen las aguas de la sociedad: de un lado los corruptos, del otro los ángeles que envía Dios para limpiar el pecado del mundo. ¿Se parece demasiado a lo que ha estado haciendo Lilita en estos últimos 20 años? Bobbio la hubiera puesto, sin dudar, entre los maniqueístas que dividen el mundo entre el Bien Perfecto (el bando de Lilita) y el Mal Absoluto (sus oponentes) para llevar agua a su molino totalitario.
¿Pueden ser fascistas movimientos sociales que luchan por ampliar derechos? ¡Por supuesto que sí! Todas las atrocidades y todas las persecuciones a lo largo de la Historia se han cometido en nombre de las buenas causas. Propongo llamar “Falacia de la Buena Causa” a la creencia de que si una persona o un movimiento defiende una buena causa todo lo que haga será bueno.
Todo movimiento por una buena causa no tiene que ser necesariamente fascista. Hay muchos movimientos por las buenas causas que no han caído en el fascismo ni siquiera en la simple persecución de sus oponentes. Por ejemplo, la lucha por los derechos de los gays que lideró Harvey Milk en los EEUU de los 70 no apostó jamás a la violencia contra los otros ni al resentimiento; y todo eso fue posible porque jamás se basó en la victimización de los homosexuales.
En cambio el movimiento MeeToo (una de las muchísimas ramas del feminismo actual, nacido en Hollywood), que tiene como principal objetivo, no lograr la igualdad de género, sino “denunciar públicamente a los varones que le hacen algún daño a las mujeres”, tiene todos los elementos que Bobbio, Barthes y Eco encuentran en los movimientos fascistas. Basado en el resentimiento, hace de la victimización de la mujer su eje fundamental. Para MeeToo toda mujer es buena, dice la verdad y siempre es una víctima. Si ella denuncia a un varón, siempre tiene razón y la Justicia debería condenarlo ya (si el varón se considera inocente debería probar su inocencia, como se hacía en las monarquías absolutas de la Edad Media, antes de las constituciones que garantizan los derechos actuales).
En Estados Unidos MeeToo ha generado un movimiento de tal envergadura que hace imposible discutirlo: todo lo que dice y cada denuncia que presenta son La Verdad. Ha generado un clima que se parece mucho al macartismo de los 50 y está teniendo efectos parecidos. Como MeeToo ha centrado sus críticas en varios productores y directores de cine, todo el que no hable mal de ellos es inmediatamente puesto entre los réprobos, escrachado si concurre a las ceremonias de premiación o sacado directamente de cualquier producción audiovisual que lo hubiera contratado. Un caso típico fue el de Thimotée Chalamet, que luego de filmar con Woody Allen abjuró de esa intervención cinematográfica y donó su cachet al movimiento MeeToo. Esa conducta indigna de una persona de bien fue necesaria para seguir teniendo chances de competir por el Oscar y lograr contratos para nuevos filmes.
Lo decía Eco en 1995: el fascismo puede avanzar porque ya hay millones de personas esperando ejercer la venganza, manifestar su resentimiento y acudir a la violencia como forma de justicia. Ya están ahí. Son los que se sienten víctimas, los que no saben vivir de otra manera que masticando odio contra los que creen que les han robado lo que merecían. Cuando aparece un líder o una causa que los convoque el fascismo deja de ser un peligro latente para hacerse terriblemente real.
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