CULTURA PORTEÑA

El arte como desafío moral

En el Buenos Aires de 1900 convivían artistas e intelectuales que estaban inventando nuevas formas de pensar con funcionarios y periodistas que censuraban la modernización de las costumbres. Pocas escenas permiten ver mejor este enfrentamiento que los debates que se produjeron en torno a la Fuente de Las Nereidas, la escultura que Lola Mora produjo en 1902.

Daniel Molina
Marx dijo que en un mismo momento histórico conviven temporalidades distintas, incluso antagónicas. El pensador alemán estaba pensando en las diferencias técnicas y sociales que existían entre el agro y la industria en el siglo XIX; pero el mismo razonamiento es válido cuando analizamos la vida cultural de una sociedad. En el Buenos Aires de 1900 convivían artistas e intelectuales que estaban inventando nuevas formas de pensar con funcionarios y periodistas que censuraban la modernización de las costumbres. Pocas escenas permiten ver mejor este enfrentamiento que los debates que se produjeron en torno a la Fuente de Las Nereidas, la escultura que Lola Mora produjo en 1902.

Lola Mora nació, en el seno de una familia de hacendados, el 17 de noviembre de 1866. Su lugar de nacimiento está en disputa. Se supone que nació en El Tala, un pequeño poblado en el sur de Salta. Pero ella siempre se reconoció tucumana. Se sabe que estudió desde 1874 en un colegio laico y muy exclusivo de la ciudad de Tucumán: el Domingo Faustino Sarmiento. A los 18 quedó huérfana: en la misma semana murieron sus dos padres. A los 21 concurrió al taller del escultor Santiago Falcucci. Con él aprendió no solo todos los secretos del oficio sino también dibujo, pintura y el arte del retrato.

En 1895 viajó a Buenos Aires para solicitar una beca para estudiar en Europa. En 1896 el presidente José Evaristo Uriburu le otorgó esa beca. Vivió y estudió en Roma. En 1900 presentó a la Exposición Internacional de París un autorretrato esculpido en mármol que obtuvo el primer premio, lo que la hizo muy conocida y le permitió ganar el respeto del mundillo porteño. También en 1900 regresó al país y logró los primeros encargos públicos de importancia: el gobierno tucumano le pidió que realizara la estatua de Juan Bautista Alberdi y el salteño le solicitó las estatuas y relieves conmemorativos para el Monumento del 20 de Febrero.

El más importante encargo que Lola Mora recibió en 1900 fue el que le realizó el intendente de la ciudad de Buenos Aires, Adolfo Bullrich. Le pidió una fuente de mármol que reemplazaría a la Pirámide en la Plaza de Mayo. Luego de acordar que la fuente estaría dedicada al nacimiento de Venus (con nereidas y tritones acompañando la escena), Lola Mora partió a Italia, donde realizó todas estas obras en apenas dos años. A mediados de 1902 volvió a la Argentina con todas las esculturas ya terminadas.

Como el intendente Bullrich había aprobado la construcción de la fuente sin pedir la aprobación del Consejo Deliberante, el proyecto fue criticado desde el inicio, incluso antes de que Lola Mora realizase la primera maqueta de arcilla que debía presentar a las autoridades porteñas para que pudieran visualizar cómo se vería la obra una vez terminada. Además de la disputa burocrática, apenas se conoció que todos los personajes de la fuente serían representados desnudos se formó un bando moralista que pedía que se impida el emplazamiento del grupo escultórico.

El grupo moralista tuvo su primera victoria cuando se decidió no colocar la fuente de Lola Mora en la Plaza de Mayo. Se llegó incluso a pensar en mandarla a Mataderos, una zona que por entonces estaba poco poblada. Fue tanta la presión en contra que se creó también un movimiento a favor de las Nereidas. Uno de los políticos que intervino más apasionadamente en favor de la artista tucumana fue Bartolomé Mitre. Al final se decidió que la fuente se colocaría en el cruce del Paseo de Julio (hoy, la avenida Leandro Alem) y Cangallo (la actual Perón).

El bando conservador convirtió a Lola Mora ante la opinión pública en una especie de demonio que disfrutaba de la inmoralidad. Acostumbrada desde niña a vivir libremente y a no acatar la autoridad de hecho, Lola Mora resultaba incomprensible para la mentalidad conservadora de 1900. En su época no existían escultoras (ella fue la primera en América del Sur). No solo porque el arte en general le estaba vedado a las mujeres (se consideraba que había que conocer el cuerpo desnudo para ser artista y que una mujer decente no podía ver un cuerpo sin ropas), sino porque la escultura, además de talento, exigía un mínimo de fuerza física (en especial la talla en mármol), y se creía que la mujer no era capaz de poseerla.

No se permitió que ninguna mujer (salvo la artista que la había realizado) concurriera el 21 de mayo de 1903 a la inauguración de la Fuente de las Nereidas. Tampoco se permitió que fueran mujeres a la comida con la que se agasajó a la escultora en el Club del Progreso. De las pocas fotos que quedaron de ambos acontecimientos, la única persona retratada en ellas que no usa traje, sombrero y corbata es Lola Mora.

Desde el día mismo de la inauguración, la Fuente de las Nereidas fue objeto de crítica por parte del periodismo. Se consideraba que su emplazamiento en un lugar tan céntrico convertía al popular Paseo de Julio en un sitio prohibido para las mujeres y los niños. Se desaconsejaba (en las misas y en los discursos escolares) ir a verla. Se publicó un artículo periodístico diciendo que el Paseo de Julio se había convertido en “un lugar de perversión, un prostíbulo a cielo abierto, en el que la Fuente de las Nereidas, junto con las palmeras, incitan al coito” (¡decía también que las palmeras eran la metáfora visual de un pene erecto en el momento de eyacular!).

La campaña moralista contra la Fuente de las Nereidas no cesó hasta que en 1918 se logró que se la sacara de ese lugar céntrico y se la llevara a su actual emplazamiento en la Costanera Sur (que por entonces era un lugar poco transitado).

Las críticas eran contradictorias, pero todas malintencionadas. Se puso en duda que Lola Mora fuera una mujer (hasta se llegó a afirmar que era un varón travestido). Otros afirmaban que, a pesar de ser licenciosas, las esculturas eran muy buenas y tenían una factura impecable, por lo tanto “no pudieron haber sido hechas por una mujer; las deben haber realizado los varones que figuran como ayudantes de su taller en Roma”.

En 1997, durante el gobierno de Carlos Menem, el Poder Ejecutivo Nacional decretó que la Fuente de las Nereidas es Patrimonio Histórico de la Argentina. Tuvieron que pasar 95 años desde el emplazamiento original para que el monumento fuera reconocido oficialmente.

Hoy nos parecen ridículas las opiniones de los que batallaron contra el arte de Lola Mora, pero en su tiempo lograron varios de sus más retrógrados objetivos: sacar a la obra del emplazamiento privilegiado que tenía, convertir a la escultora en una paria social y política (pocos otros encargos públicos tuvo a posteriori -y aquellos que tuvo, como las figuras para el Congreso de la Nación, no se emplazaron-).

El tiempo futuro siempre se ríe de las posiciones retrógradas del pasado. Siempre suenan patéticas. Pero en su época esas posiciones ridículas causan un daño enorme. Sin embargo, al final el futuro siempre triunfa.

La vida es breve, pero el arte perdura.

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