- Opinion
- 09.08.2018
ARTE
La ventana indiscreta
Desde el 1º de agosto y hasta el 30 de septiembre se desarrolla la nueva edición del Festival de la Luz. La muestra fotográfica contará con obras de más de 300 autores que provienen de 26 países.
Por Daniel Molina
En 1989 se comenzaron a realizar en Buenos Aires los encuentros de exposiciones y eventos en torno a la fotografía que se agrupan bajo el título de Festival de la Luz. Desde el 1º de agosto y hasta el 30 de septiembre se desarrolla la nueva edición, llamada la de los Treinta Años. En el comienzo, el Festival de la Luz era una actividad más de la, por entonces, recién creada Escuela Argentina de Fotografía. Con el correr del tiempo, y siempre dirigidos por Elda Harrington y Alejandro Montes de Oca, con el apoyo de Silvia Mangialardi, el Festival de la Luz fue creciendo hasta tomar dimensiones enormes, que lo tornaron inabarcable. La actual edición presenta 110 muestras, en las que se exhiben obras de más de 300 autores que provienen de 26 países. Participan 62 espacios culturales de 25 ciudades argentinas (aunque muchas de las principales muestras y actividades se llevan a cabo en la ciudad de Buenos Aires).
El Festival de la Luz es un evento único en el mundo dado su amplitud y diversidad. La cantidad de actividades paralelas que se realizan en tantos lugares (algunos distantes de otros por miles de kilómetros) hace nadie pueda participar de todo lo que está programado. Sin embargo, hay actividades para todo tipo de público: desde simples espectadores hasta profesionales. Y todo centrado en la celebración de la fotografía, ese arte que hasta hace poco más de 40 años nadie tomaba demasiado en serio en el mundo de las artes visuales. La fotografía todavía era vista en 1960 como un mera técnica de documentación. Fue a fines de esa década que los grandes museos comenzaron a armar su primeras colecciones importantes de fotografía. Recién entonces pasó a ser admitida en el cerrado mundo del arte.
La fotografía nació en 1828, cuando Nicéforo Niepce logró captar en la placa sensible que había puesto en su primitiva cámara una imagen que reproducía parte de su casa. Era tan baja la sensibilidad de esa primera placa que el obturador tuvo que permanecer abierto durante 8 horas para permitir que la luz del sol dejara su huella sobre la emulsión. En 1839, Louis Daguerre logró captar por primera vez una figura humana. Gracias a sus inventos, ya la cámara podía realizar una foto en menos de media hora y, debido a que apuntó su objetivo a una esquina muy concurrida de París en la que había un lustrabotas, pudo registrar al hombre que se detuvo varios minutos para que le lustrasen el calzado.
Durante un siglo de innovaciones técnicas, la fotografía fue construyendo un lenguaje propio. Liberada de la casualidad (que se detuviera un transeúnte durante el tiempo suficiente como para poder captarlo), la fotografía se convirtió en el registro experimental de la modernidad. Casi todo lo importante que sucedió entre 1850 y el 2000 fue registrado fotográficamente. Y a partir de que Eastman Kodak inventó (y fabricó en serie) la cámara portátil de bajo costo, la fotografía se hizo ubicua: casi cada hogar de occidente contaba con una cámara fotográfica. Se transformó en costumbre popular registrar todos los acontecimientos familiares, desde los bautismos a las fiestas de bodas, desde los viajes hasta los primeros días de clase de los niños más pequeños.
A lo largo de estos casi dos siglos, y a pesar de todos los cambios, la fotografía se fue haciendo inseparable de la idea de representación gráfica de la vida (en todos sus aspectos). Eso se incrementó de manera exponencial desde la masificación de la cámara digital (en especial, con las que forman parte de los smartphones). Ahora la fotografía es el lenguaje por excelencia de la vida cotidiana. Se calcula que en los 170 años de vida de la foto analógica (la que necesitaba de un complejo proceso mecánico y químico que separaba la toma de la foto de la impresión de la imagen sobre un papel) se tomaron unos 170.000 millones de fotos en total. Esa misma cantidad es la que ahora se toma cada día con las cámaras digitales. Todo, todo el tiempo, se está fotografiando. Eso ha cambiado la forma de tomar, ver y pensar las fotos. Esta ubicuidad (todo se fotografía) hace que hoy la experiencia más extraña es la que no se registra fotográficamente.
Justamente, la idea que guía este año el Festival de la Luz es “Rastros de Irrealidad”. Los curadores del festival dicen que lo que buscaron al proponer este tema es alentar una reflexión sobre la fotografía que se presenta como una forma de realidad cuando no lo es. Ese instante que la cámara captura es justamente lo que no existe: esa imagen ya está fuera del tiempo y del espacio. Es un signo de lo que jamás podrá repetirse existencialmente y, además, lo que nos remite a un recuerdo que quizá nadie recuerde. Es también una forma de pensar que lo irreal tal vez sea una forma más de lo real; lo que podríamos llamar “una realidad distinta”.
Hacer un recorrido, aunque sea a vuelo de pájaro, por todo lo que se puede ver en el marco del Festival de la Luz en la ciudad de Buenos Aires es casi imposible. Valga decir que muchas de las muestras y actividades se llevan a cabo en el Centro Cultural Haroldo Conti, en el Centro Cultural de la Cooperación, en la Fotogalería del Teatro San Martín y en la Alianza Francesa (pero hay muchas actividades y muestras en otros lugares, como la muy importante muestra de las fotos de Alexandr Rodchenko en el Centro Cultural Kirchner). Lo mejor es informarse en la página del Festival: https://encuentrosabiertos.com.ar/es/festivales/30-aniversario-edicion-2018/
En casi dos siglos, la fotografía no solo nos enseñó a “escribir con luz”, registrando el mundo de una manera completamente diferente a como se lo solía hacer a través de cualquiera de las otras artes, sino que también (y principalmente) nos enseñó a ver el mundo de otra forma.
Lo sepamos o no, hayamos reflexionado sobre eso o no, la fotografía educó nuestra mirada. El mundo que vemos, después de que la fotografía nos transformó en otros, es totalmente diferente del que vimos antes de exponernos a la mirada fotográfica. Nosotros, los de ahora, ya no somos los mismos.
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