OPINIÓN

Lo que tapa la pandemia en la Ciudad

Las medidas tomadas contra el coronavirus se hacen sobre un sistema de salud que el PRO ajustó sistemáticamente en la Ciudad; la suspensión del sistema educativo esconde los serios problemas que presenta. Cuando todo termine, tendremos que repensar el sistema sanitario.

Werner Pertot


El estornudo de Horacio Rodríguez Larreta sobre la mano cuando su ministro de Salud estaba explicando cómo se debía estornudar sobre el codo fue quizás uno de los momentos más viralizados del jefe de Gobierno en medio de cientos de anuncios de medidas de prevención por el coronavirus. Las noticias de la pandemia concentran toda la atención –y es lógico que lo hagan: está afectando nuestras vidas como ninguna otra cosa- y obvian que están siendo tomadas sobre la base de un sistema de salud que fue ajustado durante más de una década con el PRO, con reducción de camas para internación, lo cual no es un dato menor en este contexto. Pero, además, la concentración de la información en una sola noticia va dejando debajo de la alfombra una serie extensa de problemas sociales que vienen estallando en la Ciudad. Por ejemplo, se suspendieron las clases en todo el país y Larreta sumó sus propias medidas con el cierre de hasta las plazas. Esta medida, cuya eficacia para frenar el virus se verá en las próximas semanas, consigue tapar los crecientes problemas en el sistema educativo porteño. Sólo repasando la semana pasada, hubo un intento de ingreso a la fuerza al colegio Yrurtia para restarle lugar a sus estudiantes y una intoxicación masiva de niños a raíz del sistema privatizado de comedores escolares.

Es lógico, insisto: las noticias sobre la pandemia concentran toda la atención, dado que generan miedo sobre la salud propia y de seres queridos y además golpean sobre la rutina y el trabajo de muchas personas. La forma en la que leemos la trasmisión del virus puede generar pánico, desatar comportamientos sociales asociados a la xenofobia y la violencia contra el otro, plantear la parálisis social a partir del cierre primero de actividades de la cultura y luego de otras funciones más básicas como las escuelas y hasta los lugares de encuentro como las plazas. Parafraseando a Susan Sontag en su ensayo sobre las enfermedades decimonómicas: tarde o temprano, se termina culpando al enfermo por la enfermedad, como si fuera un mal moral.

Vamos a los hechos. Larreta anunció primero que suspendían todos los espectáculos masivos y las grandes concentraciones de personas para evitar el contagio del coronavirus. Se restringieron los accesos a los partidos de fútbol. Luego del domingo que pasó con el presidente Alberto Fernández, suspendió las clases hasta el 31 de marzo y le agregó que cerraba las plazas, restringía los casamientos y los trámites. Además, dijo que iban a Incrementar las camas de las terapias intensivas de los hospitales, los mismos que desfinanciaron durante más de una década dese el PRO. Y que reforzarían el número de enfermeras y enfermeros, a los que también tuvieron en conflicto por no reconocer su carácter profesional y pagarles de menos. Les suspendieron las licencias a médicos, que hace años reclaman por faltas de insumos. Y compraron respiradores y monitores. ¿Quién podría estar en contra de estas medidas en un contexto de peligro masivo?

Lo terrible es que esto se hace sobre un sistema hospitalario con una infraestructura que, según informes de la Auditoría de la Ciudad de hace pocos años, estaba en un estado calamitoso. "Existen tableros eléctricos en situación de peligro y molduras de mampostería flojas en el frente del edificio, con posibilidad de caída inminente", decía en su momento un informe de la Auditoría porteña que los auditores macristas se negaron a aprobar. También contaba que había hospitales donde se debía operar con luz natural porque estaban rotas las luces del quirófano. Yendo a noticias más cercanas, hace pocos días una mujer debió parir en el piso del Hospital Santojanni. En ese escenario y no en otro es en el que llegamos a la pandemia.

Ahora se preocupan por la cantidad de camas, pero un informe de la Fundación Soberanía Sanitaria indicaba que en los dos primeros años de Larreta redujo la cantidad de camas en hospitales públicos en 568 y las internaciones cayeron en 25 mil casos. El presupuesto de salud en la Ciudad en 2007 representaba un 23,1 por ciento del total, tras años de ajustes, en 2016 era un 20,6. Hubo, desde el comienzo de la gestión PRO, una tendencia al ajuste en el sistema de salud, que ahora se vuelve dramática.

Por lo tanto, ahora se toman una serie de medidas que son prudentes, pero se hacen sobre el fondo de ajuste que ya viene ejecutando el PRO hace años y años y esto es lo que tapa la pandemia, que también va dejando atrás –es la dinámica que suelen tener todas las noticias de este tipo con el resto de las cosas que ocurren-los problemas serios que siguen existiendo en la educación, mientras se suspenden las clases por todo el mes.

A modo de ejemplo, hagamos un repaso veloz de dos noticias que ocurrieron en la misma semana y que quedaron solapados. La primera tiene que ver con la escuela artística Yrurtia. Su comunidad educativa viene reclamando que no se mude una nueva escuela al mismo edificio, dado que para la que ya está faltan más de cien vacantes. Pero, pese a tener fallos judiciales en contra, el Gobierno porteño intentó avanzar por la fuerza con la Policía de la Ciudad. “El Ministerio con la policía intenta ingresar por la fuerza al Yrurtia para instalar una escuela primaria acompañando el edificio que según dictaminó el juez corresponde exclusivamente al uso del Yrurtia”, denunciaron desde Ademys. Que la policía entre a forzar que los estudiantes tengan menos vacantes fue realmente una innovación. Ese conflicto quedará en suspenso hasta que se resuelva la situación general con la pandemia.

Ni hablar de la segunda noticia: una intoxicación de 40 chicos por el sistema privatizado de comedores escolares que sostiene el Gobierno porteño. La empresa que entregó la comida en mal estado ya había sido multada por esto. Nadie termina de plantear que el problema de fondo, en este caso, es un sistema de alimentación para niñas y niños que el Estado porteño pone en manos privadas y con un control más que deficiente. Pero, claro, en medio de la discusión por un virus desconocido, ¿quién se va a preocupar por comida en mal estado?

Son todas noticias que quedarán enterradas bajo la de la pandemia pero que completan un panorama de ajuste que no se limita a los hospitales y las escuelas, sino que se extiende a otras áreas sociales sensibles, que ahora volverán a recibir el impacto del parate económico. 

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