- Política
- 05.09.2022
CIUDAD
"¿Larreta dejará de usar a la Policía de la Ciudad como parte de su campaña?", por Werner Pertot
La represión en Recoleta el sábado anterior no fue la peor que protagonizó la policía porteña. Pero marca el direccionamiento de una fuerza de seguridad para apuntarle a opositores. ¿El atentado contra la vicepresidenta pondrá fin a estas acciones?
Lo de Recoleta el sábado previo al atentado tuvo algunas marcas ya conocidas (la Policía de la Ciudad y la Policía metropolitana antes tiene un largo historial de reprimir y también de disparar sobre opositores, ya lo hicieron en el Borda y en el barrio Papa Francisco, por mencionar dos casos) y algunas de las que no tengo recuerdo. Que se valle la vivienda de una adversaria de Larreta y se intente impedir las manifestaciones a favor de ella, es algo de lo que no tiene antecedentes. Que se pretenda presentar esto como un operativo de seguridad, cuando se parecía más a una trampa para generar un hecho político, tampoco. Vemos como, de a poco, se van corriendo los límites de lo que alguna vez fue la convivencia democrática.
Larreta quedó ese fin de semana encerrado en su propio laberinto: si recrudecía la represión –como quería Bullrich- podía tener un muerto. Si cedía, quedaba en una posición de debilidad. No había final bueno. Finalmente cedió, pero antes organizó una conferencia de prensa para mostrarse como el gran adversario. Bullrich le facturó en público que la llamó para pedirle su apoyo, pero luego cambió de posición: o mantuvo las vallas.
En la semana, a este escenario ya de por sí irregular, Larreta le sumó el no cumplimiento de un fallo judicial (algo que tampoco es nuevo: Mauricio Macri antes también optaba por qué fallos cumplir y cuáles, no). Para justificar esto, optó directamente por mentir sobre el contenido del fallo del juez Andrés Gallardo. Dijo que le ordenaba dejar de dar seguridad a los vecinos de Recoleta. En verdad, el fallo decía lo contrario: “La Policía de la Ciudad deberá continuar normalmente con sus tareas de prevención y persecución del delito en las adyacencias del domicilio de la vicepresidenta”. E incluso el fallo decía: “Para ser bien gráficos y evitar interpretaciones tendenciosas de lo que aquí se va a resolver. Si se produjese un arrebato o un robo a un kiosco de enfrente de la casa de la señora Kirchner, obviamente esas situaciones corresponden a la policía local. No sea cosa que se pretenda decir ahora que los vecinos de la vicepresidenta quedarán sin protección policial y se los atemorice con esa opción”.
¿Larreta leyó el fallo? ¿Mintió adrede o le pasaron un mal resumen? ¿Le podemos dar el beneficio de la duda? Lo pierde, no obstante, al no rectificarse cuando esa misma información salió en diversos medios nacionales. De nuevo, esta lógica de pasarle por arriba a la verdad, ¿no termina yendo en línea con aquellas figuras border de la oposición que hoy niegan que luego hubo un atentado contra la vida de la vicepresidenta?
Su idea de vallar la casa de CFK le trajo al jefe de Gobierno otro dolor de cabeza, en este caso por parte de la interna del PRO. Es que Patricia Bullrich aprovechó para cruzarlo por haber dado marcha atrás. La presidenta del PRO se posicionó como una dura ante un jefe de Gobierno tibio. Y pese a todas las respuestas que recibió de los aliados y funcionarios de Larreta, consiguió que volvieran a hacer un despliegue policial en la zona y que el ministro de Seguridad, Marcelo D’Alessandro, hiciera demostraciones públicas de que “no le iba a templar la mano” para volver a reprimir. Todo, innecesario. Pero no solo eso: ¿esa competencia por ver quién es más “duro”, seguirá como si nada luego del intento de asesinato?
El martes pasado, la cúpula del PRO tuvo un almuerzo atragantado donde Bullrich y Larreta se dijeron realmente de todo. Y la presidenta del PRO salió, violando los usos y costumbres del espacio (que designa voceros para hablar de los temas después de las reuniones), a dar su propia versión de lo ocurrido, donde no se movió ni un centímetro de lo que le había dicho a Larreta.
En suma, hubo una jugada para posicionarse e intentar romper, torpemente, la cadena de solidaridad popular con la vicepresidenta. Salió mal por todos lados y sigue llevando a peores decisiones (como la de incumplir fallos judiciales). Bien mirado, el juez Gallardo les había regalado una salida elegante que eligieron no tomar. Y todo fue contribuyendo al increscendo de tensión y violencia que nos llevó al jueves pasado. Los opositores se ofenden cuando se los vincula con el atacante, pero forman parte del mismo caldo cultural. Eso es innegable. Si eso les molesta, pues bien: están a tiempo de desandar ese camino. Nadie los obliga a ser los nuevos Bolsonaros porteños.
Tras el intento de asesinato a CFK, Larreta repudió lo ocurrido. Buena reacción. Aunque ahora están virando hacia negar la existencia de discursos del odio. Si se niega el problema, difícilmente se lo pueda resolver. Por el contrario, sería deseable que, a partir del nuevo escenario que se abre, se inicie una investigación sobre lo que fue el accionar de la Policía de la Ciudad en la represión de Recoleta y el jefe de Gobierno deje de usar a la policía como parte de su campaña.
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