- Comunas
- 15.02.2023
COMUNA 2
Un equipo de restauradores trabaja sobre el patrimonio escultórico del Cementerio de la Recoleta
Por primera vez, la necrópolis cuenta con un área específica y un equipo de profesionales especializados en la preservación de obras patrimoniales a la intemperie. El proyecto presenta un carácter pionero que servirá como ejemplo de preservación para otros camposantos.
Un recorrido por el Cementerio de la Recoleta es una invitación a conocer los inicios del arte escultórico en la Argentina. Con 200 años de historia, este espacio patrimonial y destacado punto de interés turístico de la Ciudad alberga piezas creadas por renombrados artistas. La protección de parte de estos bienes a la intemperie es asumida por un equipo de expertos que desempeña una labor de conservación y restauración en tres dimensiones acompañada de un plan de registro audiovisual de las piezas de arte.
Por primera vez, la necrópolis cuenta con un área específica para el desarrollo de estas tareas, que son dirigidas por el restaurador Miguel Crespo, especialista en la preservación de obras patrimoniales a la intemperie. Con un amplio bagaje detrás, el proyecto presenta un carácter pionero y aspira a marcar precedentes a replicar en otros cementerios del país y del mundo.
“Contar con un equipo de restauración propio tiene una importancia fundamental para preservar el patrimonio escultórico que tiene el cementerio, nuestro deber es protegerlo para las generaciones futuras”, destacó Julia Domeniconi, secretaria de Atención Ciudadana y Gestión Comunal del Gobierno porteño, organismo del que depende la Dirección General de Cementerios de la Ciudad. “Año tras año notamos un incremento constante de visitas, eso demandó de parte de la Ciudad un plan que nos permita poner en valor todo su patrimonio como elemento central de su atractivo internacional”, agregó la funcionaria.
Gran parte de los más destacados mausoleos y piezas sepulturales y escultóricas de la Recoleta son creaciones artísticas y arquitectónicas realizadas entre 1880 y 1930 por escultores nacionales de la talla de Lola Mora, Lucio Correa Morales, Troiano Troiani, Alfredo Bigatti o Antonio Pujía, y extranjeros como Jules-Félix Coutan o Ettore Ximenes.
El área de restauración del cementerio se encarga de preservar y recuperar sepulcros históricos nacionales. De las 5.000 bóvedas del cementerio, 90 poseen tal calificación, y se calcula que ya se ha intervenido con acciones un 80% del total. El equipo trabaja por núcleos, por sitios donde se ubican varios monumentos juntos o dentro de unidades conceptuales, con la finalidad de consolidar una percepción del patrimonio de la obra en su entorno y dentro de un plan global.
"La materialidad que hoy vemos en este espacio intramuros fue creada en un momento muy importante dentro del arte argentino, el de nuestros primeros escultores. En esas décadas se creó el Museo Nacional de Bellas Artes y las firmas que están en el cementerio están también en el museo”, explica Miguel Crespo, quien dedicó largos años al estudio de piezas de arte en exposición de intemperismo a través de becas de investigación del Conicet.
La restauración implica hacer un diagnóstico para conocer qué alteraciones sufrieron las obras con el paso del tiempo, cuyo deterioro puede deberse a los órdenes de los materiales como de la lectura de la obra. Una vez que se identifican las causas de cada alteración, se elabora un plan de intervención para cada pieza tridimensional. El trabajo, que es realizado por el director del equipo en coordinación con las restauradoras Paula Booth y Lorena Pacora se realiza por sectores. Suele comenzar por los frentes de las bóvedas, continuando por los perfiles y partes posteriores.
Las obras que conforman el patrimonio histórico de la Recoleta están realizadas sobre soporte inorgánico (piedra/metal y símil piedra-formulación de piedra artificial autóctona de Buenos Aires, que imitaba a las materialidades y estéticas europeas-), en su mayoría bronces y mármoles traídos de Europa. La restauración consiste, entonces, en la limpieza y recuperación a su estado original de estos materiales.
En cada intervención, se hace un diagnóstico de la obra para conocer las patologías o alteraciones que presenta dentro de un trabajo interdisciplinario de investigación sobre las reacciones químicas y físicas que alteran los soportes de las obras. A partir de ahí, se planifica la restauración.
Las causas de deterioro de las piezas pueden ser de origen natural o antrópico. Las primeras se refieren a parámetros meteorológicos como la humedad relativa, la lluvia, los vientos, la temperatura o la solación, mientras que las otras parten de la contaminación urbana o la intervención humana. Al situarse dentro de un área densamente poblada, afectan a las piezas agentes contaminantes urbanos como el material particulado carbonoso, el azufre y otros elementos asociados a la polución, el tránsito vehicular o, en su momento, los incineradores de los edificios.
“Al hacer el diagnóstico, nos tenemos que ir muy atrás en el tiempo: el ambiente hoy está más controlado, pero las patologías quedaron en las obras. En el análisis vemos lo que ocurrió décadas atrás y, aunque el ambiente ha mejorado y no tiene la densidad de contaminación que tuvo, las alteraciones producidas en aquel momento hoy están presentes y nosotros tenemos que retirar esos rastros de contaminación”, precisa Crespo.
En palabras de la gerenta operativa del cementerio, Sonia Del Papa Ferraro, “el patrimonio de Recoleta va más allá de los monumentos y la arquitectura, hay que cuidar los solados, porque es un sitio muy antiguo, las cañerías, los subsuelos o los efectos del follaje que crece en determinadas zonas, la forma en que ceden los muros con el tiempo por el peso, los factores climatológicos y hasta influye la ubicación del cementerio en medio de esta ciudad. No es lo mismo el deterioro de monumentos sobre la calle Junín, que no tiene tránsito, a los situados sobre Azcuénaga, donde se verán los rostros y cuerpos de las esculturas ennegrecidos producto del tránsito”.
Las alteraciones afectan a las piezas de arte tanto como a la lectura de las obras, que es la capacidad de los espectadores de reconocer la composición total. “Estas obras están hechas con un lenguaje de contrastes armónicos y, cuando se genera una costra de ese material particulado, se produce un contraste exagerado que altera la lectura. No es lo mismo lo que se genera sobre un bronce que sobre una piedra mármol blanco, incluso diferentes obras de mármol blanco presentan diferentes situaciones. Por eso tenemos que elaborar un plan específico para cada obra”, señala el coordinador. Los efectos de deterioro varían de acuerdo a los materiales. En la restauración, se retira el material particulado carbonoso que se acumula en las partes cóncavas de las esculturas y que altera no solo a la lectura de la obra sino a la aleación del material.
Una adecuada restauración contempla varios aspectos. “Cuando estas obras se hicieron, se sabía que iban a estar expuestas, entonces hay un horizonte de expectativas de los escultores, de los hacedores, que previó esto. Por ejemplo, en los bronces, la realidad es que el escultor pensó que venía bien que el ambiente transformara un poco esas pátinas de colores que se desarrollan con el tiempo, porque eso exalta el lenguaje tridimensional. Entonces nosotros tenemos que quitar la alteración pero conservar esta esencia”, señala el especialista. Y agrega: “En la restauración todo es importante, obras de pequeño y de gran formato, y en el cementerio tenemos de todo. Algunas restauraciones de tamaño monumental han sido las del sepulcro de José C. Paz o Toribio de Ayerza, con autoría de escultores europeos y argentinos y que requirieron de mucho tiempo de trabajo”.
Una vez identificada la problemática o alteración a causa del viento, la presencia de hongos, la luz que impacta o la posición en que se encuentra la escultura, se realiza una propuesta de restauración. “Al retirar los recubrimientos estamos retiramos parte de lo que es el tiempo, el color que le dio el artista, por eso no podemos realizar intervenciones que generan alteraciones”, remarca Lorena Pacora. Los restauradores trabajan sobre lo que se conoce como capa o costra negra, que es la acumulación de las lluvias, del polvo y de diferentes agentes que van acumulándose con el paso del tiempo en las partes cóncavas de la pieza.
Tras el diagnóstico, el trabajo de restauración comienza en el laboratorio, un espacio de taller y guarda patrimonial situado dentro del cementerio y provisto de insumos, en su mayoría químicos, que se formulan de acuerdo a las patologías que se identifican, para cada tratamiento. La infraestructura de trabajo incluye herramientas, químicos no abrasivos para el tratamiento de las superficies, andamios para los trabajos en altura -las bóvedas pueden alcanzar los cinco metros de alto- y un dispositivo móvil conocido como el “Recoleto”, que facilita el traslado de los insumos y materiales desde el taller hasta la obra a restaurar dentro de las cinco hectáreas que ocupa el predio del cementerio.
Las herramientas para la remoción de elementos causantes del deterioro en piedras y metales van desde hisopos con detergentes neutros para retirar la capa superficial de suciedad del metal en las limpiezas húmedas, bisturíes, cepillos dentales de cerdas finas y pinceletas para las limpiezas en seco. El trabajo de limpieza se realiza por cuadrículas para ir visualizando si lo que se aplica está generando alguna alteración a la obra, con un análisis paso a paso.
"Las formulaciones químicas que aplicamos tienen que ver con controlar el PH en el caso de los mármoles y otras fórmulas con diferentes químicos que estarán interactuando entre ellas para remover las suciedades. Esto tiene por fin no trabajar de forma agresiva. Sostenemos siempre que hay que cuidar el material”, añade Booth.
“Luego de haber hecho pruebas pequeñas en diferentes sectores y determinado el detergente a utilizar, aplicamos con hisopo. Es un trabajo muy minucioso que requiere de mucha concentración. No es un detergente invasivo y permite ir controlando de manera pausada, retirando la suciedad, también hay zonas que en un mismo sector tienen más concentración de suciedad”, agrega su compañera.
“Hay que hacer una limpieza cuidadosa porque es irreversible y podés generar pérdida de información en la obra. Restauramos la obra y a la vez tenemos que conservar todo lo que se transformó con el paso del tiempo, que es lo que le aporta temporalidad a la pieza dentro de una intervención genuina”, remarca Crespo.
Los trabajos en cada monumento pueden prolongarse durante varios meses, puesto que se realizan de forma simultánea en varias piezas y son acompañados del registro fotográfico y documental de cada pieza e intervención con información interactiva disponible para otros investigadores. “Nos dedicamos a registrar la parte técnica de cada obra, los recursos que se utilizan para la restauración y toda la historia de cada monumento en fichas individuales donde podemos encontrar todas las referencias de cada pieza con búsquedas por monumento, escultor, técnicas u otros datos de entrada”, apunta la gerenta del cementerio.
Entre las intervenciones más recientes se encuentra las del conjunto sepultural donde descansa Mariquita Sánchez de Thompson (1786-1868), una obra muy antigua de mármol blanco con esculturas. También se han recuperado las bóvedas de Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), Juan Bautista Alberdi (1810-1884), Dominguito Fidel Sarmiento (hijo adoptivo del prócer, 1845-1866), Martín Rodríguez (creador del Cementerio de la Recoleta, 1771-1845) y, entre otras, la del Nobel de Química Federico Leloir (1906-1987).
“Más allá de que las coordenadas para la declaración de un sepulcro como histórico nacional se basa en la identidad de los restos humanos que conserva, en la restauración priorizamos la parte artística de cada monumento, el tallista o el valor de las tallas”, aclara el director. “Tratamos de que la restauración hable más de la obra del que está inhumado, porque así revelará eso que está muy velado del cementerio: la calidad artística que alberga; poco conocemos de quién hizo esos trabajos y con qué tecnologías”, añade. “Nuestra labor como restauradores nos sumerge en una atmósfera que nos hace olvidar todo lo que pasa alrededor… Hasta que llega un turista y te pregunta por Evita”, comparte con humor Paula Booth al referirse a la bóveda más visitada de Recoleta.
Los restauradores advierten de la necesidad de generar conciencia en los visitantes respecto al cuidado de las obras. En muchos casos y debido a los mitos que recorren la historia del cementerio, es frecuente encontrarse con quienes acarician una escultura o posan para selfies convencidos de que estas acciones traen suerte. “Las obras no deben ser tocadas, por ello es un desafío orientar al turismo para que no termine en detrimento de una falta de cuidado sobre el patrimonio”, apunta Crespo.
El cementerio de la Recoleta dispone, por otro lado, de un depósito de guarda donde se conservan donaciones de relieves escultóricos y otras piezas artísticas entregadas por familias interesadas en la conservación de las tallas. “Algunas son obras con firma de autores que se hubiesen ido con el traslado del sepulcro y que, gracias a la gestión de la Gerencia, quedaron aquí, por lo que estamos empezando a tener un volumen de obras que conformarán a futuro las bases para hacer un centro de interpretación”, concluye el coordinador del área de conservación.
COMENTARIOS